Después de una reparadora noche de sueño, este nuevo día en Sydney le comenzábamos con muchas ganas de patear las calles, y aprovechando el caluroso día que había amanecido, disfrutar de una plácida navegación por la maravillosa Bahía de Sydney y conocer de paso una de las playas emblemáticas de la ciudad. Para ello debíamos ir hasta Circular Quay para embarcarnos en uno de los típicos ferry de color verde que surcan las aguas de la Bahía de Sydney y que nos llevaría hasta la playa de Manly. Esta vez decidimos dar un pequeño rodeo e ir bajando por la parte este de los Royal Botanic Gardens, disfrutando de las vistas marítimas de la Bahía de Woolloomooloo. Pero antes pasamos por la Galería de Arte de Nueva Gales del Sur, donde a lo largo de cinco plantas exponen la mayor colección de obras de arte australiano del mundo, incluida una amplísima muestra del arte aborigen y sus técnicas, en un gran edifico clásico.
A falta de tres semanas para que acabara el verano austral, los estudiantes ya habían comenzado el curso
En Woolloomooloo Bay hay una gran marina de barcos de recreo y el Blue Hotel Sydney
Cuando llegamos a la punta de los Jardines Botánicos, a la llamada Mrs Macquarie`s Chair, las vistas de las que pudimos disfrutar del Sydney Harbour Bridge junto a la Opera House fueron espectaculares. Es una de las postales más representativas de Sydney, y prueba de ello era la constante afluencia de excursiones de chinos y japoneses para retratar con sus cámaras la imagen más típica de la ciudad.
Y desviando un poco la vista hacia la izquierda, todo el característico skyline de la ciudad de Sydney lucía espléndido rodeado de una espesa vegetación, reflejado en las azules aguas de Farm Cove, la pequeña ensenada que nos separaba de la Opera House. Y es que Sydney es una ciudad verde, con grandes parques y jardines en el mismo centro de la ciudad y que la dotan de una buena calidad de vida.
Y uno de los momentos más esperados por nosotros, y de las mejores experiencias que se pueden hacer en Sydney según todas las encuestas hechas a los turistas y visitantes de la ciudad, fue el momento de zarpar de los muelles de Circular Quay y comenzar a navegar por la hermosa bahía. A poco de zarpar ya comenzamos a obtener otras nuevas perspectivas de la Opera House, las que se abrían desde las aguas de la bahía, imponente los gajos o las velas, dependiendo de la imaginación del observador de turno, con sus grandes ventanales orientados al mar. Un edificio impresionante sin lugar a dudas.
A lo largo y ancho de la Bahía de Sydney navegaban decenas de veleros y embarcaciones, y también se disputaban algunas regatas. Además y durante toda la navegación pudimos contemplar también decenas de pequeñas playas salpicadas a lo largo de sus orillas, y es que Sydney presume de tener más de 70 playas.
A medida que nos íbamos acercando a Manly también pudimos divisar la estrecha bocana de la Bahía de Sydney que comunica sus cálidas aguas con las abiertas del Océano Pacífco.
En media hora de navegación ya nos acercábamos a la parte de Manly orientada a la Bahía de Sydney. La peculiar localización geográfica de Manly hace que en poco más de 400 metros a lo largo del paseo "The Corso" pasáramos de las aguas interiores de la bahía a las abiertas y bravas del Océano Pacífico.
Toda la avenida "The Corso" está repleta de todo tipo de tiendas y restaurantes, además de algunos de los hoteles históricos de Manly, levantados en la época que comenzaba el esplendor del turismo de sol, baños y playa, a finales del siglo XIX.
Uno de los comercios que más centró nuestra atención fue una galería de arte aborigen donde se exponían y vendían lienzos, esculturas, cerámicas e instrumentos musicales como el didgeridoo y los bilma entre otros. Un lugar donde empaparse de la ancestral cultura aborigen.
La playa de Manly es una de las playas más conocidas de Australia, y la más famosa del área metropolitana de Sydney junto a la de Bondi. Está emplazada en la zona norte de Sydney y prácticamente en la entrada de la conocida bahía, y ofrece una tranquila playa en la parte del puerto de Sydney y una larga playa abierta al Océano Pacífico por la otra. Es la primera de un conjunto de playas que se extienden al norte hasta la playa de Palm beach. En esta famosa playa han aprendido a surfear y se han forjado muchos de los campeones australianos. En apenas media hora pasamos del ajetreo de la gran ciudad a la tranquilidad y relajación de las playas. La playa de Manly está bordeada por un gran paseo marítimo con restaurantes, tabernas y muchas tiendas de surf, donde a parte de comprar tablas y equiparte con trajes de neopreno e inventos, también es posible alquilarlos para quitarse el mono de cabalgar las olas. Aunque siempre con extrema precaución, porque si por algo son famosas estas playas de Sydney, son por las fuertes y peligrosas corrientes que hay en sus aguas.
Todo el paseo marítimo está plantado con los famosos y peculiares pinos del pacífico que tapan en una gran parte las fachadas y ocultan los edificios que bordean la playa, lo que la otorga un aspecto más salvaje y menos urbana. Una gran playa de algo más de kilómetro y medio en donde fue fácil tumbarse tranquilo a poco que nos separamos del acceso principal por el Corso de Manly, que es donde se concentran la mayoría de los restaurantes y tabernas con música en vivo.
Cada cincuenta metros los socorristas mantienen tablones de salvamento varados en la playa en previsión de tener que rescatar a algún surfista sobre todo. Hay que tener en cuenta que a los bañistas sólo les está permitido tomar un baño en una pequeña zona acotada de la playa y vigilada constantemente por varios socorristas. Nosotros por nuestra parte nos bañamos en una zona no permitida a tal efecto, aunque eso si, apenas pasamos de las rodillas o la cintura. Y no sólo por las corrientes, sino también por el mosqueo que me provocaba los pensamientos acerca de tiburones, por muchas redes que hubiera acotando la playa y vigilantes helicópteros sobrevolando la orilla.
Relajación absoluta...un buen plan en las horas más calurosas
Y aunque uno piense que en la estrecha franja donde está permitido el baño libre se está a salvo de las fuertes corrientes y de los tiburones gracias a las redes de protección, no lo está tanto de las dolorosas picaduras de las medusas. Está claro que éstos mares están llenos de peligros.
En el camino costero que lleva a la pequeña y resguardada playa de Shelly Beach conviven los paseantes con los que se mueven en bicicletas adaptadas a la vida surfera local. Aquí pudimos ver por primera vez a los coloridos lagartos que pueblan las paredes rocosas, aunque mucho ojo con tocarles o ponerles en peligro. Carteles advertían de multas de hasta 6.000 dólares australianos y penas de más de un año de cárcel. Quizás por ese motivo de peso campan a sus anchas.
El camino de Manly Scenic Walkway recorre el parque y la zona que bordea la entrada al puerto de Sydney entre paisajes de monte bajo y vistosas y antiguas rocas multicolor, siempre combinado con espectaculares paisajes del océano. Sin duda, y a pesar del gran calor bochornoso que nos acompañó aquel día, resultaron una maravilla los paseos que pudimos dar también por los estrechos caminos del "Sydney Harbour National Park", admirar los grandes lagartos (algunos ejemplares superan el medio metro de longitud) y las numerosas aves que lo pueblan, y todo frente al Mar de Tasmania.
A medida que la tarde fue avanzando nos dimos un pausado paseo por las calles de Manly disfrutando de algunos de sus característicos edificios y de sus numerosos comercios que ya comenzaban a cerrar sus puertas. Una gran parte de los visitantes y turistas iniciaban su búsqueda por los restaurante locales localizados en los paseos marítimos, mientras que otros (entre los que estábamos nosotros) emprendíamos a bordo del ferry el camino de regreso a Sydney.
Preciosa vista la que ofrece la llegada a Circular Quay en ferry
Con el cansancio haciendo mella en nuestros cuerpos buscamos un bonito lugar para cenar, que encontramos en el antiguo barrio de The Rocks, en una coqueta vinoteca en la que también servían platos típicos de la cocina australiana. Y como no podía ser de otra manera Ceci se decidió por unas hamburguesitas de canguro, "of course", muy jugosas, y acompañadas de una cerveza local.
Y mi elección se decantó por un tournedo de canguro acompañado de un pastel de carne de cocodrilo. La carne de cocodrilo resulto tiesa en exceso, y tal como indica sus fama con un sabor muy similar a la carne de pollo. En todo caso nada especial. En cambio la carne de canguro si que resulta más sabrosa, además de ser muy sana por contener muy poco cantidad de grasa, aunque se debe de encontrar muy bien el punto de cocción para que no quede dura y el plato quede estropeado.