Revista Maternidad

Manos libres

Por Mamaenalemania
Se dice que la consagración definitiva de cualquier artefacto le llega cuando para usarlo no necesitas (casi) las manos: el móvil, la aspiradora, la Thermomix… La idea sería, en estos tiempos acelerados en los que el (¿nuestro?) tiempo vale oro, poder hacer varias cosas a la vez.
Supongo que por ese afán de optimización minutero (algunos aseguran que incluso tiene beneficios para el rorro) hace unos años se recuperó una práctica ancestral: El ahora llamado porteo y antiguamente conocido como colgarse al niño y ya.
Cuando nació mi primer hijo me dejé llevar. Teniendo en cuenta que en Berlín sólo se ven Boogaboos y foulards (los perroflautas antisistema berlineses es lo que tienen, que terminan la carrera y resulta que no pueden vivir sin un Boogaboo azul-espacio-estelar), decidí no maltratar mi cuenta corriente y sucumbir sólo a este último.
Que duró 2 días.
El primero fue cuando le introduje la alimentación complementaria al bebé: 2 flecos de bufanda y varias pelotillas de jersey. Sin gluten, espero.
El segundo fue cuando casi me cojo una pulmonía y medio Berlín me vio las tetas; pero es que a -15º, tuve que elegir entre mis pulmones y los del niño y dejarme abierto el abrigo. Una que no es tan malamadre.
Concluí que para los foulards, como para la cocina, hay que tener talento, que yo carecía de él y que además mi hijo estaba de acuerdo conmigo.
Cuando nació el tercero, la opción colgarse a un niño volvió a rondarme la cabeza (sobre todo cuando me imaginaba sola en el aeropuerto con los 3).
Me informé, lo juro por Gott, y acabé agenciándome una mochila ultra-súper-chachi-modernísima-y-ergonómica. Con cojín mullido para recién nacidos extra.
Me la fui a probar con Pepe (el Nenuco de los niños, que hace patria) y abrigo de invierno en pleno agosto. Pepe parecía cómodo. Lo que se me había olvidado es meter a Pepe en el traje de torturas infantil (a.k.a. buzo de nieve), así que, cuando nació el Bipolar en noviembre, la acojomochila con cojín-colchón mullido se utilizó básicamente para poder freir un filete (de lado, tranquilos) sin que Destroyer intentase estirarle la campanilla al nuevo. Creo que recordar que, por aquel entonces, mi biocuñada me habló de foulards elásticos y yo, que me dejé llevar por los prejuicios, para una cosa inteligente que dice, no le hice ni puñetero caso.
Ahora que el buen tiempo asoma y que bipolar sujeta la cabecita, parecía que iba poder amortizar algo mi inversión. Tampoco es que estuviese apasionada con ella, todo hay que decirlo, porque aunque es verdad que el niño está sujeto, las manos libres de ese niño no me quedan: con una tengo que sujetarle el chupete y con la otra las garritas (que parece que en casa tenemos gato). Dejar al mediano andar solo por la calle (y pensar que atenderá al “¡aléjate del tractor!”) no es opción segura y, por empujar su cochecito con las rodillas (con él dentro gritando yuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu), he oído alguna que otra carcajada a mis espaldas.
Ya estaba yo dispuesta a colgar la mochila y olvidarme de ella para siempre cuando el miércoles por la tarde, el nuevo recién dormido en el capazo, tenía que llevar al mayor a su clase de gimnasia. No se me ocurrió otra que colgarme al mediano a la espalda y no tocar al pequeño. Resistirá, pensé, que no ha dormido en todo el día (y mucho menos por la noche).
Pero no, no resistió. Fue llegar a la mitad del camino y ponerse a berrear. Y yo, mirando al cielo por agarramiento coletero del de detrás, no atinaba con el chupete. Ni con el muñeco. Ni con nada de nada.
Al final tocó brazos con Bipolar y espalda machacada por Destroyer (que por mis narices va a ser fisioterapeuta). El cochecito, por supuesto, llegó al gimnasio a rodillazos.
Una de las Übermütter me soltó al llegar que eso del porteo será muy moderno, pero de práctico no tiene un pelo. Con rintintín. Muy seria (en serio) le dije que no, que práctico es un rato, que yo es que me había organizado mal: me voy a comprar otra mochila. Y una barra de esas para colgar la ropa con ruedas.

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