El cuarto presente, llega en abril, junto con lluvias mil.
La década de 1930 fue sin duda la que aportó mayor visibilidad al trabajo del fotógrafo español Ortíz Echagüe. Su obra, España. Tipos y Trajes, sacaba a la luz a numerosos tipos sociales de toda nuestra geografía: entre ellos, y como tipo representativo de la provincia de Ávila, una mujer tocada con un sombrero de paja y ataviada con un excepcional manteo de paño amarillo “picao” en negro. En el texto explicativo de Echagüe se lee: “Sombrero de paja con adornos y bordado corazón, sujeto con pañuelo de colores. Pañolón rameado sobre el corpiño. Refajo de rígido lienzo de telar lugareño, y en los bajos, profusión de chillones bordados. Ostentosas iniciales aseguran la propiedad de la costosa prenda. Tal es el traje que en la provincia de Ávila es aún abundante”.
Por “profusión de chillones bordados” se entiende “el picao”, una técnica textil que también recibe el nombre de “bordado de aplicación” y que está presente tanto en la cultura europea como la asiática para decorar prendas femeninas y masculinas. La ondulación del “picao”, con motivos vegetales estilizados y distintos en cada media circunferencia, se encaja entre dos adornos lineales únicos y repetitivos: una flor de ocho puntas y roleos envolventes para alcancar el bajo. Este espléndido y costoso trabajo manual se realizaba y realiza a mano, utilizando plantillas para lograr la uniformidad en las formas y las alturas, y aparece en Segovia, aludiendo a prendas femeninas, en dos piezas: los manteos fruncidos, ya sean amarillos o rojos, con el “picao” en negro y que se extienden por la Tierra de Pinares, y en las mantillas de vuelta, geográficamente más dispersas y en las que la variación del color se amplía.
Las mantillas “picadas” segovianas presentan diferentes combinaciones de color: paño natural con “picao” en rojo, diseminadas por la Campiña, y paño fundamentalmente amarillo -y excepcionalmente en verde- con “picao” también en rojo, presentes en diversas localidades serranas en el entorno de la Sierra de Guadarrama. Estos “picados” son mucho más sencillos, pero comparten con el abulense la presencia de motivos vegetales estilizados -ramas de árboles, hojas de distintas plantas- y las iniciales bordadas, que aportan a la prenda la ligazón con su propietaria.
Los picados abulenses siguen presentes en localidades como Hoyocasero, y la semana pasada tuve ocasión de verlos en televisión, a través del programa “Jotas y mucho más”, que se emite a través del canal autonómico de RTVE. Con casi un siglo de distancia entre la mujer retratada por Ortíz Echagüe y las mujeres que integran el Grupo de Danzas de esta localidad de la provincia de Ávila, el “picao” en negro se mantiene en manteos de paño amarillo fruncidos, aunque se advierten variantes como la distribución en tres tiras. Mantienen también el mantón de talle de lana merina bordada en torzales multicolores, aunque el tipo de Ortíz Echagüe luciera un pequeño pañuelo de aldodón estampado con motivos florales, muy extendidos en las primeras décadas del siglo XX por toda la geografía española. No obstante, la mujeres de Hoyocasero no lucen gorros de paja, que a la postre, es la imagen del estereotipo que permanece en nuestra retina y memoria colectiva respecto a las mujeres abulenses y la indumentaria tradicional: desde el siglo XIX, diversas obras pictóricas plasman a las mujeres de esta provincia ataviadas con manteos “picaos” y tocadas con este tipo de sombrero -que también está presente en la indumentaria tradicional segoviana-. Os dejo finalmente la litografía titulada Castellanas del Salobral, de J. Pellicer y fechada en 1900, sobre el cuadro de Valeriano Domínguez Bécquer. Que los lectores juzguen los cambios y las evoluciones: porque la “tradición” también avanza, se modifica, incorpora, olvida…