Aun en el supuesto de que cada bebé llegara al hogar con un “manual de instrucciones”, los resultados no serían siempre los deseados por mucho que los progenitores lo siguieran al pie de la letra, o al menos esta es mi opinión.
El ‘manual de instrucciones’ para ser buenos padres no existe… y si existe, ¡es inútil!
Aunque en momentos de agobio muchos padres desearían que sus hijos llegaran a casa con un manual de instrucciones bajo el brazo, es improbable que les fuera útil por mucho que lo siguieran al pie de la letra.
Cuando una pareja se plantea traer un hijo al mundo se crean muchas expectativas, unas realistas, otras no tanto y muchas de ellas imposibles. A todos los padres les gustaría tener el hijo o la hija ideal, sano, alto, rubio, guapo, inteligente, cariñoso…, en suma lo mejor de lo mejor, todo ello sin plantearse si al hijo deseado, en el supuesto de que pudieran preguntárselo, le gustaría ser como los padres lo imaginan.
Ya vamos mal si empezamos por proyectar en los hijos aquello que nos gustaría
“La paternidad no es un deporte
para los perfeccionistas”
(Andrew Solomon)
Proyectamos en los hijos tanto lo que nos gustaría como lo que no nos gustaría en base a las experiencias que hemos vivido al ser hijos. Es decir, si yo he tenido unos padres muy estrictos, mi hijo no los tendrá; si mi madre era poco afectuosa, yo le daré a mi hijo todo el amor del mundo; si mi padre no estaba presente en mi educación, yo si que lo estaré. Y así una serie de expectativas.
En su debut como padres, algunos harán un encomiable esfuerzo por documentarse y buscar la bibliografía adecuada que les guíe en esa aventura que es criar a un hijo. Por el contrario, otros padres considerarán que es innecesario aprender nada acerca de la crianza y la llevarán a cabo sólo en base a la intuición y a las experiencias de cómo fueron ellos criados por sus progenitores. («¿Para qué más?»)
El abanico de posibilidades en la forma de vivir la crianza y la educación de un hijo es muy amplio, y todas pueden ser válidas y respetables si partimos de la importantísima premisa de que: “Ningún padre, voluntaria o conscientemente, desea ningún perjuicio para su hijo”.
Con los años he desarrollado el hábito de utilizar refranes populares —fundamentalmente aquellos que aprendí de mi madre¬— y es por ello que me surge la necesidad de citar aquél que dice “del dicho al hecho hay un gran trecho” para enfatizar con cuanta frecuencia los deseos pueden ser unos cuando la realidad que se acaba imponiendo es otra. Así sucede con los deseos de los padres para con sus hijos, unos deseos forjados desde el embarazo (incluso desde antes de la gestación), que los progenitores suelen materializar como una siembra de buenas intenciones y mejores expectativas que la cruel realidad convierte muchas veces en una cosecha de fracasos, unas veces por el error de proyectar en la prole lo que fueron nuestras carencias o ansias insatisfechas en la infancia y las más por no actuar con la empatía suficiente para saber conjugar la autoridad y la determinación necesaria como padres, con la comprensión de las necesidades del niño en cada una de las etapas de su desarrollo evolutivo.
Es por ello que –a pesar de que se actúe con una inmensa buena voluntad– entre los deseos de los padres (“el dicho”) y los resultados del proceso de la educación (“el hecho”) es frecuente que haya un gran “trecho” que se verá influenciado por la diferencia generacional que marcará los conflictos entre ambas partes y por las diferencias de criterio en la relación que, como consecuencia no deseada, podrá repercutir en los rasgos de personalidad del hijo cuando llegue a la edad adulta.
Pasa el tiempo y el bebé se va convirtiendo en niño, luego en adolescente y ya por último en adulto, con la constatación de que en cada una de estas fases del ciclo vital, se manifiestan ciertas dificultades propias de cada etapa, tanto para los padres como para los hijos. Es en este proceso –más conforme se avanza en el tiempo– cuando se pone en evidencia que las expectativas que cada progenitor proyectó en el futuro de su hijo, se van quedando en ilusiones a veces muy alejadas de la realidad.
¿Qué he hecho yo para merecer esto!!
Tanto a los hijos como a los padres les suele suceder que desean, en el caso de los hijos, unos padres diferentes y más ajustados a sus necesidades y en el caso de los padres tener el hijo imaginario que forjaron en su recién estrenada paternidad y no el real. Se impone entonces la necesaria asunción de una realidad a la que atenerse, por ambas partes e intentando superar las discrepancias inherentes a la diferencia generacional, a no ser que obcecados por la obstinación en unos casos o cegados por unos deseos construidos sin contar con el otro, se prefiera seguir esperando lo que no es, no ha sido y quizás nunca llegue a ser. Las pérdidas en este ultimo caso suelen ser dolorosas e irreversibles.
Tal vez intencionadamente para restar trascendencia a lo expuesto hasta ahora, me he decidido a intercalar una pausa similar a las que se hacen en los programas televisivos, con la salvedad de que en este caso no será publicidad lo que proponga sino un toque de humor aplicable tanto a padres como a hijos a través de un breve fragmento de una película de Pedro Almodóvar (1984) cuyo título se ajusta a una frase repetida hasta la saciedad en las relaciones paterno-filiales: “¿Qué he hecho yo para merecer esto!!”.
Luces rojas de aviso en la relación padres-hijos
Si decíamos en el apartado anterior que las pérdidas pueden convertirse en dolorosas e incluso irreversibles e porque llegado a este punto suelen encenderse luces rojas de aviso en la relación padres-hijos por una serie de motivos:
- no sentirse agusto ni con libertad en la relación,
- no saber cómo hacer o actuar por ninguna de las partes,
- no intervenir por miedo a fracasar en el intento y propiciar así una ruptura de la relación,
- hacer con “buena voluntad”, más de lo mismo, como sinónimo de no hacer nada
- poner en funcionamiento la imaginación (en el sentido equivocado de imaginar lo que piensa o desea el otro) y no una buena comunicación, tanto efectiva como afectiva.
No todo está perdido… si se quiere y además se puede
Si llegado el momento en que se cumplen todos, o casi todos, los supuestos expuestos en los cinco puntos anteriores, y tanto padres como hijos sienten la imperiosa necesidad de recurrir al socorrido lamento del “¿Qué he hecho yo para merecer esto!!”, sin duda algo no está funcionando bien en la relación, pero tampoco debería ser motivo de alarma si hay una voluntad franca y manifiesta por ambas partes de resolver el conflicto. Que nadie pues se alarme, pues nada está aun perdido ni hay motivo alguno para tirar la toalla.
Puestos a zurcir desgarros en una relación deteriorada, las más de las veces por una defectuosa comunicación o una incompatibilidad entre los intereses, necesidades y las demandas (frecuentemente no explicitadas) de ambas partes, cada cual debería ser consciente y honesto consigo mismo frente a la realidad y no adoptar posturas pasivas, resignadas o de brazos cruzados. Cualquier tipo de relación humana requiere ser trabajada por ambas partes, ya que siempre es reciproca y no unilateral.
¿Qué hacer entonces? Unos pasos a seguir
- El primer paso a seguir debería ser dejar de “hacer más de lo mismo” si tras adoptar ciertas medidas no se ha obtenido el resultado deseado. Lo adecuado en estos casos será cambiar lo que se ha hecho hasta ese momento con la finalidad de obtener respuestas más satisfactorias.
- Partiendo de la premisa de que la comunicación es fundamental, si ambas partes no se pueden poner en contacto mediante una buena y saludable comunicación será difícil llegar a entenderse (porque se estará hablando en idiomas diferentes) y reparar la relación dañada.
- Otro punto importante es el respeto. Tener visiones diferentes de una misma realidad no significa no respetar la otra visión; habrá pues que esforzarse e intentar respetar la realidad ajena para que el otro asuma también la nuestra.
- No imponer ni obligar. Una cosa es conseguir “lo que nos gustaría” y otra asumir “lo que hay”, por ello, como seguramente la otra persona no tendrá las mismas necesidades que nosotros, nadie debe imponer las suyas propias si lo que se pretende es tener una relación saludable.
Clotilde Sarrrió – Terapia Gestalt Valencia
Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España
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