Editorial Alfaguara. 429 páginas. 1ª edición de
los textos: 1977-1999. Ésta es de 2016.
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
Prólogo de Lydia Davis. Edición e introducción de Stephen Emerson.
En 2016 empecé a oír hablar de este libro de Lucia Berlin (Juneau, Alaska, 1936-Los Ángeles, 2004) en las redes
sociales. En algún momento le di al «Me gusta» en la publicación de alguno de
mis contactos de Facebook que lo alababa. Facebook le notificó a mi cuñado mi
reacción a aquel estado, y éste pensó que sería una buena idea regalarle el
libro a su madre. Así que, al final, le pedí el libro prestado a mi suegra para
leerlo yo. Imagino que, de no tenerlo ella, lo habría comprado yo, porque la
historia del libro y la escritora me resultaban muy seductoras e intuía que me
iban a gustar sus relatos.
Lucia Berlin escribió en su vida setenta y siete relatos, de los que
la presente antología muestra cuarenta y tres. Empezó a publicarlos con
veinticuatro años en la revista que dirigía Saul Bellow. La mayoría de ellos se recogieron en tres colecciones
en forma de libro: Homesick (1991), So long (1993) y Where
I live now (1999), en la editorial
Black Sparrow, la misma que publicaba a Charles Bukowski. Esto ocurría después de que estos cuentos
hubieran sido publicados en otros libros de editoriales mucho más pequeñas.
Aunque Homesick llegó a ganar un American Book Award, los cuentos de
Berlin nunca fueron disfrutados por el gran público, hasta que en 2015 se
publicó ‒en una editorial puntera esta vez‒ el libro recopilatorio Manual para mujeres de la limpieza,
gracias a la insistencia de escritores como Barry Gifford y Michael
Wolfe. El libro fue un éxito de crítica y público en Estados Unidos y se ha
traducido a otros idiomas, dando a Lucia Berlin, más de una década después de
su muerte, el reconocimiento y los lectores que merecía.
La vida de Lucia Berlin es fascinante y dramática: nace en 1936 en
Alaska porque su padre es ingeniero de minas, y la familia viaja con él a sus
diferentes destinos laborales. Berlin pasó su infancia, además de en Alaska, en
pueblos mineros de Idaho, Kentuchy y Montana. Cuando comenzó la Segunda Guerra
Mundial, su padre fue movilizado (1941) y Lucia y su madre se mudaron y pasaron
a vivir con los abuelos maternos en El Paso. El abuelo y la madre tenían
tendencia al alcoholismo. En El Paso, Berlin pasa a ser la única niña
protestante en un colegio católico. Cuando el padre regresó de la guerra, la
familia se instaló en Chile, y pasó de ser una familia itinerante de clase
media a pertenecer a la clase alta chilena. En 1955, Berlin se matricula en la
Universidad de Nuevo México, donde fue alumna de Ramón J. Sender.
Con treinta y dos años, Lucia se ha divorciado tres veces y tiene
cuatro hijos. Sufrirá problemas económicos. Trabaja como profesora sustituta en
la Universidad de Nuevo México, pero también como profesora de secundaria (daba
clases de español), telefonista de una centralita, administrativa en centros
hospitalarios, mujer de la limpieza, auxiliar de enfermería. Además, en más de
un momento de su vida tuvo serios problemas con el alcohol. Gran parte de los
años 1990 y 1991 los pasa en Ciudad de México, donde vivía su hermana, que
acabará muriendo allí de cáncer. Hacia el final de su vida pudo acabar
trabajando como profesora de escritura en la Universidad de Boulder (Colorado).
A pesar de eso, vivía en una caravana. Sufría de escoliosis, lo que le obligó a
llevar corsés de niña. De mayor (durante los diez últimos años de su vida) tenía
que desplazarse con un tanque de oxígeno, porque las torsiones del esqueleto, a
causa de la escoliosis, le habían provocado una perforación pulmonar. Pasó los
últimos años de su vida en Los Ángeles ‒donde vivían algunos de sus hijos‒ en
un garaje habilitado como vivienda.
Quizás el apunte biográfico anterior ‒tomado en gran parte de una nota
final del libro elaborada por Stephen
Emerson‒ puede resultar excesivo, pero para entender las narraciones de
Lucia Berlin es importante conocer los hechos más destacados de su vida, puesto
que es de su propia biografía de donde toma el material narrativo de sus
relatos.
En cierto modo, su método para crear relatos se parece al de Charles Bukowski, cuando crea a su
alter ego Henry Chinaski, o más modernamente al cubano Pedro Juan Gutiérrez: estos autores miran a su alrededor (trabajos,
relaciones, alcohol, familias desestructuradas…) y escriben sobre lo que
conocen, posiblemente desde la exageración y la distorsión literaria. En la
página 350, una de las narradoras de los relatos de Berlin apunta: «Exagero mucho,
y a menudo mezclo la realidad con la ficción, pero de hecho nunca miento». Si
bien Bukoswski y Gutiérrez crean alter egos literarios, Berlin a veces usa su
propio nombre y en otras ocasiones usa otros diferentes, sin incidir en la idea
de que el lector está leyendo cuentos transmitidos por una misma voz narrativa.
Pero esta sensación de que la voz narrativa se mantiene de un cuento a otro, a
pesar de que la protagonista (la mayoría de los cuentos, pero no todos, están
narrados en primera persona) cambia su nombre de una historia a otra, se
acrecienta porque, además de tener un tono similar (desesperado, pero también
celebrativo de la vida), los cuentos contienen una constelación de referentes
comunes para los distintos personajes de estos relatos: son mujeres que han
nacido en Alaska, se han casado y divorciado tres veces, han vivido en El Paso
y en Chile, saben hablar español y tienen cuatro hijos (el mayor casi siempre
se llama Ben). Además, según avancen los relatos, los trabajos de la
protagonista de los cuentos serán los de la propia Berlin. Aunque al principio
la narradora suela ser profesora y señora de la limpieza, habrá una fase de su
vida en la que trabajará en un hospital de Oakland y otra en la que estará con
su hermana Sally, enferma de cáncer, en Nuevo México. Hacia el final estará
instalada en Boulder.
He nombrado a Bukowski y a Gutiérrez para hablar de la narradora de
estas historias, y a ellos podemos remitirnos cuando las narraciones tratan del
alcohol (licorerías en mitad de la noche, hospitales, centros de
rehabilitación…), o sobre los trabajos que tienen que ejercer para poder sobrevivir,
pero, a diferencia de estos dos escritores, Berlin no incide mucho en la
temática del sexo. En este sentido, su mirada sobre lo contado es más delicada;
le importarán más las relaciones rotas, o que se forman, que el sexo en sí,
aunque tampoco quiero decir con esto que sea un tema que eluda, simplemente no
está destacado.
Imagino que el orden de los relatos es el cronológico de escritura y
publicación. Creo que me habría gustado alguna indicación sobre la fecha de
publicación de cada uno de ellos. En algún momento los leía como si fuesen
narraciones clásicas norteamericanas, cuentos de la década de los cincuenta o los
sesenta, para luego sorprenderme ante alguna referencia bastante más moderna.
Así, por ejemplo, me supuso un pequeño sobresalto leer en la página 284 (cuento
Hasta
la vista) una alusión a la paliza que unos policías dieron a Rodney
King, algo que ocurrió en 1991.
Pese a que, en muchos casos, Berlin narra sobre hechos bastante
terribles (alcoholismo, violencia, problemas en las urgencias de un hospital,
en una cárcel, en una clínica de desintoxicación…) su mirada sobre lo contado es
muy vitalista, y en muchos casos hace uso del humor («No me importa contar
cosas terribles si consigo hacerlas divertidas», pág. 345). Es sorprende cómo
destacan los detalles de los relatos, hasta tal punto que me costaba pensar que
lo leído fuese inventado. Los detalles eran tan personales y tan curiosos que,
en casi todas las páginas, estaba seguro de que Berlin los tomaba de la
realidad.
El estilo narrativo es rápido y poético, los hechos contados se
abigarran en la página. En muchos casos a Berlin le gusta el uso de expresiones
onomatopéyicas (como «zas, zas», «plas, plas»).
Ya he dicho que la mayoría de los cuentos están escritos en primera
persona y que la voz narrativa parece ser la misma. Algunos, sin embargo, están
escritos en tercera, aunque la protagonista en estos casos parece seguir siendo
la propia autora.
Hacia el final, Berlin escribe algún cuento más largo que los
anteriores y, por ejemplo, en A ver esa sonrisa (que empieza en la
página 297) nos encontramos por primera vez con un narrador hombre. En este
cuento se intercalan dos voces narrativas, la de un abogado que conoce a una
mujer, a la que debe defender, y la de esta mujer, que vuelve a ser la voz
narrativa de siempre.
En Y llegó el sábado, el narrador es un hombre encarcelado que
acude a un taller de literatura en prisión. La profesora (sobre este detalle se
habla en otro cuento) parece ser el alter ego de Berlin.
En Mijito se intercalan también dos voces: la del alter ego de
Berlin (en este caso una mujer que trabaja en las urgencias de un hospital) y
la de una joven mexicana que no sabe hablar inglés.
Al hablar con mi amigo el escritor Federico Guzmán Rubio, éste apuntaba que los cuentos de Manual para mujeres de la limpieza, pese
a parecerle muy buenos, se le hacían al final algo repetitivos. Lo cierto es
que yo no he tenido esa sensación. En gran medida porque este libro se puede
leer casi como una novela escrita a base de relatos, una novela en la que una
escritora, Lucia Berlin, juega con los episodios de su propia vida para crear a
un personaje intenso, dramático y conmovedor, y una historia que es la de toda
una peripecia vital.
Un profesor del colegio en que trabajo me vio con este libro y me dijo
que le extrañaba, porque yo no suelo leer bestsellers,
utilizando el término de modo peyorativo. Es cierto que suelo huir de esas
narraciones estereotipadas que, lejos de escarbar en la realidad y en la
esencia de lo humano, haciendo uso de una plasticidad oscura (o literaria),
emplean un lenguaje plano para dibujar tramas cinematográficas y
convencionales, con personajes sin entidad. Nada más lejano a esto es Manual para mujeres de la limpieza, un
libro conmovedor, intenso y lleno de vida. Realmente me ha emocionado leerlo, y
me gusta pensar que el nombre de Lucia Berlin se ha unido con él al de los
grandes creadores de cuentos estadounidenses del siglo XX, porque es un lugar
que merece. Un libro de cuentos (género muy minoritario en España) de una
escritora muerta hace una década que permanece semanas en la lista de los más
vendidos del país: ¿cómo no emocionarme ante esta justicia poética?