Del reportaje al antropólogo francés Marc Augé que “ADN", suplemento de cultura de “La Nación” publicara en su última edición, rescatamos algunos párrafos valiosos para la reflexión. El link de la nota completa, que recomendamos, está al pie.
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Augé sitúa el mundo actual en lo que denomina "sobremodernidad", que se caracteriza por los no lugares (lugares de anonimato), el no tiempo (presentismo) y lo no real (virtualidad). Para él, la "sobremodernidad" se opone a la modernidad porque la época actual produce un número creciente de acontecimientos que los historiadores tienen dificultades para interpretar (se refiere en particular al derrumbe del bloque soviético, que precedió por poco tiempo la aparición de su célebre libro Non-lieux); por una superabundancia espacial, que corresponde tanto a la posibilidad de desplazarse rápidamente y por todas partes como a la omnipresencia, en cada hogar, de imágenes del mundo entero a través de la televisión; y por la voluntad de cada uno de interpretar por sí mismo las informaciones de que dispone, en vez de apoyarse -como sucedía antes- en el grupo.
Augé acuñó el concepto de "no lugar" para referirse a los espacios de tránsito con poca o relativa importancia para ser considerados "lugares". "Son considerados antropológicos los lugares históricos o vitales, así como aquéllos en los que nos relacionamos. Un no lugar es una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto, un subte o un supermercado... Carece de la configuración de los espacios, es circunstancial, casi exclusivamente definido por el pasar de los individuos", precisa.
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“En esta sociedad, los jóvenes temen no conseguir un trabajo para sobrevivir, son incapaces de proyectarse en el futuro y se sienten bloqueados en un permanente presente constituido sólo de precariedad. Al mismo tiempo, sus padres temen perder sus pensiones, sus seguros de desempleo, y terminar en la miseria”…
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El hombre actual vive en una especie de hipertrofia del presente, amplificado por los medios de comunicación. En cierto sentido, como sucedía en las sociedades primitivas y el mundo rural, nuestro tiempo ha dejado de ser lineal para volverse circular: actualmente nuestro tiempo está determinado por las temporadas deportivas, los ciclos escolares, los periodos de elecciones. Nuestra vida está reducida a la agenda.
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Somos prisioneros de una especie de retorno permanente a los ritmos fijados por la televisión o las finanzas globales. Hoy el hombre vive mucho más tiempo, pero comienza a vivir más tarde. Tomemos el ejemplo de la Revolución Francesa: fue hecha por gente que apenas tenía 20 años; jóvenes que cambiaron el curso de la historia. Paradójicamente, una vida más corta obligaba a madurar más rápidamente.
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-¿Un porvenir o un futuro? Para usted, no son lo mismo.
-No, no lo son, en efecto. Si bien esas dos palabras no significan lo mismo en francés, italiano o español, el porvenir es un concepto bastante miope que tendemos a proyectar sobre una colectividad determinada (¿qué porvenir dejaremos a nuestros hijos? o ¿cuál es el porvenir de la ciencia?). Por el contrario, el futuro es la vida que se vive individualmente. El futuro es inmediato, tiene una relación con lo evidente; el porvenir es incierto, es motivo de dudas. El futuro puede provocar esperanza o temor (¿qué puedo esperar de mi vida en los próximos dos años?).
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Un individuo totalmente solo es inimaginable. Tan insoportable como un futuro sin porvenir. En sentido inverso, el hecho de subordinar un individuo a las normas colectivas y su vida futura al porvenir de un grupo es típico del totalitarismo.
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La democracia no tiene como fin último la felicidad de todos, sino crear para todos las condiciones de posibilidad de la felicidad, eliminando las causas más evidentes de infelicidad. Un porvenir deseable para todos es aquél en el cual cada uno pueda administrar libremente su tiempo y dar un sentido a su futuro individualizando el propio porvenir.
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El hombre contemporáneo ha dejado de hablar de distancia para referirse al "tiempo de recorrido": tres horas de vuelo, cuatro horas de ruta. Y nuestros puntos de referencia han dejado de ser nacionales para volverse globales. Ahora hablamos de ciudades y no de países: "Nueva York, Buenos Aires, París". Ese conjunto forma una nueva geografía, una inédita territorialidad virtual. En ese sentido, la tecnología y la economía son más veloces y mucho más poderosas que la política. El capitalismo financiero logró lo que no pudo hacer el internacionalismo socialista. Las finanzas transformaron el universalismo en "globalismo", en economía multinacional. Por eso las desigualdades aumentaron a pesar del ingreso de nuevos protagonistas en la escena histórica.
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Yo soy un optimista y creo que, a pesar de las apariencias, no todo está perdido. En este mismo momento, la ciencia y la tecnología hacen progresos extraordinarios. La gente está convencida de que, para crear un mundo nuevo, primero hay que imaginarlo. Pero no es así: las grandes invenciones que revolucionan actualmente la vida, desde la píldora anticonceptiva hasta Internet, no nacieron de la imaginación política o de alguna otra utopía.
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Sólo hay que esperar las consecuencias de los descubrimientos científicos. Diría que estamos aprendiendo a cambiar el mundo antes de imaginarlo. Como si fuéramos existencialistas pragmáticos. Y de esto precisamente podría nacer la fe en el porvenir. Pero, para conseguirlo, debemos apropiarnos primero de nuestro futuro.
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Asumir plenamente el desafío del conocimiento. Creo que allí reside el secreto de la felicidad de los hombres y de la sociedad. Para llegar a ese estado existen dos prioridades absolutas: potenciar de inmediato la instrucción pública y esforzarse en alcanzar la absoluta igualdad de sexos.
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Veo el mundo como los pensadores del siglo XVIII. Creo en el progreso y en la evolución. Estoy convencido de que la historia no ha terminado, que el individuo es la medida de todo y que es capaz de desmontar, con su sola existencia, el carácter ineluctable de la ley del silencio, la evidencia mediatizada y la resignación consumista.
“Nuestra vida está reducida a la agenda”
Reportaje de LUISA CORRADINI a MARC AUGÉ
(adn, 31.08.12)