Imperial. Dícese de aquel que pertenece a un imperio o que guarda relación con el emperador, y, en definitiva, con el poder. Sumando a esto unas características inherentes a su ser, como la de alguien majestuoso, sublime, magnífico o incluso grandioso. La última enumeración se compone por algunos ejemplos, ya que podríamos estar enumerando calificativos de esta índole hasta el ocaso del día, empleen lo anteriormente escrito con un ariete. Un ariete es una arcaica máquina de guerra que abatía muros.
Aplicada la lingüística a lo que nos mueve, en el fútbol sería un delantero centro que supera zagas y empotra el esférico hasta lo más hondo de la red. Que no alguno de los denominados atacantes o segundos puntas en usanza actualmente. Tras la aleación de ambas descripciones, perfectamente se podría -y debería- asomar la cabeza -nunca mejor dicho- el nombre de Marc Janko, un punta espigado y curtido a la antigua usanza, de los de antaño y de los que actualmente anhelamos los más románticos. Janko es gol.
Desde la tierra de los imperios, conquistas y conquistadores, Austria, y en concreto Viena, ciudad capital con raíz celta, nació Marc fruto del amorío entre Herbert Janko y Eva Janko, atleta austríaca coronada en hasta catorce ocasiones como campeona nacional y poseedora de la medalla de bronce conseguida en los Juegos Olímpicos de México, en el año 1968. Una personalidad ilustre en el país alpino.
No lo tendría fácil en sus primeras andadas en el deporte. A la continua relación familiar por el peso de su apellido, problemas de crecimiento -excesivo en este caso- dificultaban su fútbol con sendas lesiones. El robusto ariete haría honor al adjetivo que siempre le acompañará derribando estos obstáculos durante toda su carrera, ya que pisaría decidido en su camino hacia el gol, su obsesión. Janko escalaba categorías en las inferiores de la institución de Mödling hasta debutar en diciembre del 2004 ante el Grazer AK, y lo haría con un tanto procedente de su martillo izquierdo, con el que destrozaría el primer muro, al igual que su debut en el equipo primavera, no obstante, su tanto no valdría para dar la vuelta al partido, ya que saldrían derrotados por un contundente 5-2, aquí daría comienzo su itinerario como hostigador de barreras en la Bundesliga austríaca.
El siguiente ejército que reclutaba a Marc Janko pertenecía a una multinacional que todos conocemos, su siguiente salto lo daría en el Red Bull Salzburg, donde echaría a volar anotando la friolera cifra de 83 goles en 126 partidos, junto a los números acompañaban tres campeonatos domésticos. Su nombre resonaba en Austria y ya nunca más sería ''el hijo de Eva Janko''. Tocaba escribir su propia historia -aún inacabada- pero sin idéntico desenlace. Sabor agridulce.
Su paladar probaría el plato holandés. Recaló en el Twente tras previo pago de siete millones de euros, cifra récord (un añadido en su paso por el club de Enschede) donde triunfaría con la KNVB-Pokal, la copa holandesa. Janko buscaba mayor protagonismo en Europa, así que haría la gambeta más accidentada de su subsistencia, debido a que marchaba hacia Porto, donde tan sólo encontraría el apoyo del banquillo y títulos en su ausencia sobre el verde, la carrera de Marc se frenaba y el regusto de la amargura se colaba en su plato. Ya no era el líder, ya no ostentaba el poder. Janko era uno más.
Y así, junto a una maleta llena de esperanza, viajaba a Sidney tras un peregrinaje en vano por Turquía. En el otro lado del charco recuperaría la ilusión, el protagonismo añorado y el hambre de bombardear las metas rivales. Janko y lo que mejor sabe hacer, goles. De nuevo veía como aniquilaba records batalla tras batalla, el conquistador regresaba y lo hacía en Australia, donde entraría en los anales del equipo del rectangular de Sydney -nombre que apoda al Sydney Football Stadium- de la actual década. El soberano del acierto no estaba de vacaciones.
Marc Janko es un ariete largo, de los que nunca parecen acabar al alzar la vista y de los que nunca muestran fatiga de cara a gol, con sangre fría y no falto de técnica, que parece estar escondida pero que siempre reluce en pasajes delicados y puntos escarpados -al igual que su amada patria- del combate. Un batallador que recién acabada su conquista en tierras oceánicas, buscará entrar en la Eurocopa celebrada en Francia al mando de su patria y poder formar parte de una lucha de gigantes sin precedentes para su accidentada nación.
Marc dictará sentencia con la guadaña que representa el gol, la que recae guardada sobre su robusta espalda. En sus botas está el mañana y en su cabeza un objetivo: la Lucha de Gigantes. El imperio austríaco tiene asegurada la vuelta al Olimpo y Janko, a ritmo de gol, intentará redactar un último relato victorioso en su colosal libro de batallas.