La muerte de Marcelino Camacho, el histórico líder y fundador de CCOO, ha certificado el final de un sindicalismo puro, basado en la defensa insobornable y a ultranza de los trabajadores, sin subvenciones, ni coqueteos con el poder político o económico, con el idealismo suficiente para creer que la mejora de las condiciones era posible, sin comilonas ni cruceros, con la austeridad propia de alguien que defiende los intereses de los de abajo... No había lugar para inventos extraños, ni ‘treguas’ con los Gobiernos que destruyen conquistas que costaron años de sacrificios. Sólo había un objetivo: conquistar la libertad hurtada durante décadas.
Los líderes que se deshicieron en elogios ante el féretro de Camacho hace tres días deberían recapacitar sobre el modelo de sindicatos impuesto hoy, con el que se ha perdido casi toda la credibilidad que otros se ganaron a pulso. Se está aún a tiempo de cambiar el rumbo, de poner en práctica esa filosofía que guió al líder de CCOO: “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”. Pero para eso habrá que librarse de muchas ataduras… ¿Estarán dispuestos?