Revista Música
En aquel año 98 la casa alquilada en la que vivía Juan Manuel era uno de los lugares favoritos de encuentro del grupito de españoles que, de un modo u otro, habíamos terminado sucumbiendo al embrujo de aquella ciudad andina que por aquel entonces aun era hermosa, y conservaba algo del ambiente místico, alternativo, cosmopolita y libre que en su día nos había atraído hasta ella. Quizá fuera porque Juanma fue siempre un tipo abierto y acogedor, algo estrafalario, es cierto, pero acogedor y de buen corazón. O quizá fuera también porque las plantas de hermosas hojas que ocupaban esos tiestos que Juanma tenía repartidos por toda la casa, eran de esas cuyo apodo es uno de los nombres de mujer más hermosos (en su sencillez) que se han inventado. O quizá fuera por la chimenea, o por los acabados de piedra y de madera, o porque siempre había alguna música sonando y haciéndote compañía. Quizá pudiera ser también debido al amodorrante aroma que solía flotar en aquella casa, uno de esos familiares aromas que invitaban a quedarse mucho más tiempo del que las más elementales normas de civismo aconsejarían a cualquier invitado. O quizá fuera porque, de cuando en cuando, llegaba a casa de Juanma un paquete (cuyo remitente ponía Málaga, España) dentro del cual nuestras esperanzas de encontrar alimentos curados que, con el nombre de jamón serrano, lomo, chorizo o morcilla, en aquellas lejanas tierras constituían un lujo solo al alcance de nuestros mejores sueños, eran esperanzas más que fundadas. El caso es que aquella casa fue testigo de mi descubrimiento y rendición incondicional a aquel “Marchin’ Already” llegado como relleno, y por cortesía de un sabio amigo de Juanma, en una de aquellas cajas que todos esperábamos con los jugos gástricos alborotados. Fue testigo de mi descubrimiento y también de las largas escuchas prolongadas hasta la madrugada entre sosegadas conversaciones que fácilmente pasaban de lo profundo a lo surrealista, porque, lo que todos allí tuvimos claro desde un principio, tras escuchar el inicio de “Hundred Mile High City”, es que aquel no era un disco cualquiera.
Debo decir que yo jugaba con cierta ventaja, ya que, aunque por entonces yo llevaba un par de años algo desconectado, recordaba muy bien a aquella banda británica de largo y atractivo nombre, debido a la impresión que me habían causado, en su día, los dos o tres únicos temas que había escuchado de su anterior trabajo, por lo que, al volver a leer aquel nombre que el resto de mis compañeros desconocía, ya estaba preparado para los estragos que aquel disco podía causar entre nuestra pequeña comunidad (o comuna…).
Unos meses después agarré la mochila y me fui rumbo al sur, en un viaje al Fin del Mundo del que ese disco fue parte esencial de su banda sonora, tanto que no puedo rememorar lo uno sin lo otro (al igual que me sucede con la casa de Juanma, que, aunque ya no lo sea, siempre será la casa de Juanma). Un momento especial: la primera caminata de aquel viaje, en Bolivia, junto al Lago Titikaka, en busca de las ruinas de Tiahuanaco. Mientras comienzo a dar mis primeros pasos sobre aquella carretera de ripio, un tema comienza a sonar: “Debris Road”. Aquel viaje no podía salir mal.
¿Esto es un blog de música? Bueno, lo cierto es que nunca he sabido hablar de música. Solo puedo decir que, para quien esto escribe, Ocean Colour Scene es la puta mejor banda surgida de la islas británicas en los años 90, ni Oasis ni pollas (que Aitor me perdone pero la de los hermanitos quizá pueda ser la segunda) ¿Qué se puede decir sino de una banda que en un solo disco tiene gemas del calibre de las tres que he puesto, o de “Better Day”, “Travellers Tune”, “Tele He’s Not Talking”, “Foxy’s Folk Faced” etc y, a pesar de eso, aun no se puede afirmar con rotundidad que ese sea su mejor trabajo? Pues eso.
Hacía tiempo que no me quedaba tan a gusto con una entrada.
Debo decir que yo jugaba con cierta ventaja, ya que, aunque por entonces yo llevaba un par de años algo desconectado, recordaba muy bien a aquella banda británica de largo y atractivo nombre, debido a la impresión que me habían causado, en su día, los dos o tres únicos temas que había escuchado de su anterior trabajo, por lo que, al volver a leer aquel nombre que el resto de mis compañeros desconocía, ya estaba preparado para los estragos que aquel disco podía causar entre nuestra pequeña comunidad (o comuna…).
Unos meses después agarré la mochila y me fui rumbo al sur, en un viaje al Fin del Mundo del que ese disco fue parte esencial de su banda sonora, tanto que no puedo rememorar lo uno sin lo otro (al igual que me sucede con la casa de Juanma, que, aunque ya no lo sea, siempre será la casa de Juanma). Un momento especial: la primera caminata de aquel viaje, en Bolivia, junto al Lago Titikaka, en busca de las ruinas de Tiahuanaco. Mientras comienzo a dar mis primeros pasos sobre aquella carretera de ripio, un tema comienza a sonar: “Debris Road”. Aquel viaje no podía salir mal.
¿Esto es un blog de música? Bueno, lo cierto es que nunca he sabido hablar de música. Solo puedo decir que, para quien esto escribe, Ocean Colour Scene es la puta mejor banda surgida de la islas británicas en los años 90, ni Oasis ni pollas (que Aitor me perdone pero la de los hermanitos quizá pueda ser la segunda) ¿Qué se puede decir sino de una banda que en un solo disco tiene gemas del calibre de las tres que he puesto, o de “Better Day”, “Travellers Tune”, “Tele He’s Not Talking”, “Foxy’s Folk Faced” etc y, a pesar de eso, aun no se puede afirmar con rotundidad que ese sea su mejor trabajo? Pues eso.
Hacía tiempo que no me quedaba tan a gusto con una entrada.