Cuando, durante las fases de luna nueva y luna llena, el Sol y la Luna se alinean, sus efectos se suman y ocurre un fenómeno llamado marea viva. Es entonces cuando la amplitud de las mareas es máxima.
El pasado 21 de marzo se produjo la primera marea viva del siglo, algo que tan solo ocurre cada 18 años. En el Cantábrico la marea varió unos 4,5m. En Normandía recibían la crecida más espectacular: una diferencia de más de 14m. Y, aunque en el Mediterráneo la variación era casi imperceptible (unos 30cm), quise acercarme a sentir el mar.
Dicen que si te sientas a mirarlo atentamente puede que entiendas de qué te habla y que no siempre te habla de lo mismo. Que cada día te enseña algo nuevo que aprender.
Yo no sabría decir si es ese sonido mezclado de sensación de estar en casa, de calma y de miedo. No sé si es el olor a sal y a azul. Debe ser la sensación de infinito equilibrio. De inmensidad. Quizás el notar las gotas salpicando tu rostro en cada suspiro del viento. O el ritmo constante e ininterrumpido, a veces tranquilo, a veces de enfado. No lo sé. Lo que está claro es que existe. Existe una necesidad primaria de la que sufrimos y disfrutamos los que vivimos en la playa: la necesidad del mar.