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La última novela de Margaret Atwood, ambientada en un futuro cercano, nos presenta un mundo donde la inseguridad y la crisis económica han arrasado la dignidad de las personas. Charmaine y Stan, una pareja que ha perdido su casa, tiene que vivir en el coche y turnarse para dormir: los ladrones acechan constantemente.
Enseguida nos enteramos de que existe un proyecto de ciudad perfecta llamado Positrón. Allí las personas viven en libertad durante un mes y al siguiente son encarcelados, de modo que libres y presos se alternan y comparten casa, y todo resulta mucho más económico y lógico. Las experiencias se multiplican, nadie se queja, los que no encajan se eliminan. Es decir, Positrón es una de esas ciudades utópicas que dan tanto miedo, pues la perfección, aunque deseable, no existe.
Enseguida la novela, alocada como pocas, comienza a tomar rasgos de novela romántica, de enredos, de poliamor futurista:
"En esos momentos, Charmaine diría cualquier cosa. Lo que Max no sabe es que, en cierto modo, ya lo hace con los dos a la vez: esté con el que esté, el otro también está allí, invisible, participando, aunque a un nivel inconsciente. Inconsciente para él, pero consciente para ella, porque los lleva a los dos en la conciencia, con mucho cuidado, como si fueran delicados merengues, o huevos crudos, o crías de pájaro. Pero no cree que amarlos a los dos a la vez sea algo sucio: cada uno tiene una esencia distinta, y resulta que a ella se le da bien atesorar la esencia única de cada persona. Es un don que no tiene todo el mundo."No sabemos si Atwood defiende la postura final, es decir, la elección del pasado por parte de la pareja ("El pasado es mucho más seguro, porque todo lo que tiene que ver con él ya ha ocurrido. No se puede cambiar y, por eso, en cierto modo, no hay nada que temer"), pero de lo que sí estaremos seguros al cerrar el libro es de que la parodia campa a sus anchas (parodia de la novela romántica, del amor como constructo cultural, de la cirugía estética y el ansia de juventud eterna, del deseo y su manipulación). Recordemos que toda parodia, además, pretende meter el dedo en la llaga, y Atwood siempre lo consigue con desparpajo, una prosa brillante e irónica, su irreverencia y un filoso sentido del humor.