María Estuardo, reina de Escocia y una de las más discutidas figuras de la historia británica. Desde los nueve meses de edad, cuando fue coronada, hasta su ejecución, ordenada por Isabel I en 1587, fue un peón del tradicional tablero de ajedrez existente entre Escocia e Inglaterra. Su muerte la convirtió en mártir de la causa católica en el occidente de Europa y aceleró el colosal conflicto por el que España intentaría sacudirse las garras de los ingleses en el océano Atlántico.
Sucesos importantes de la vida de María Estuardo
1542 Nace en el palacio de Linlithgow en West Lothian.
1558 Se casa con el delfín de Francia, Francisco. Su prima Isabel I es elevada al trono y María Estuardo en sucesora de la corona inglesa.
1565 Segundas nupcias con Enrique Estuardo, conde de Darnley.
1567 Nuevo matrimonio con James Hepburn, conde de Bothwell. Es obligada a abdicar e favor de su hijo Jacobo VI.
1587 Muere ejecutada por orden de Isabel I de Inglaterra.
«La belle plus que belle»
Hija única del rey Jacobo V de Escocia y de la francesa María de Guisa, la muerte de su padre a los pocos días de su nacimiento, ocurrido el 8 de diciembre de 1542, convirtió a María Estuardo en reina de un país sumido en la bancarrota, donde la débil monarquía de los Stewart se veía permanentemente amenazada por las ambiciones de los nobles. A pesar de que su tío abuelo, el rey Enrique VIII de Inglaterra, intentó conseguir el control de la criatura, fue su madre quien recibió el nombramiento de regente del reino, y, como tal, decidió enviarla a Francia cuando tenía cinco años. Allí creció, en la corte del rey Enrique II de Francia y de Catalina de Médicis, educada en la fe católica y en el refinamiento de espíritu de sus poderosos tíos maternos, los Guisa. Vivió rodeada de halagos, entre frecuentes cacerías y lujosos bailes, y recibió una educación esmerada que la convirtió más en una francesa que en una escocesa. Estudió latín, italiano, español y griego, y el francés pasó a ser su primera lengua.
Por su espléndida belleza —«La belle plus que belle» la llamó el poeta Ronsard— y su esbelta figura, de cabellos rojizos y ojos color ámbar, en la época de su casamiento, a los dieciséis años, María Estuardo representaba para sus contemporáneos el ideal de la princesa renacentista. Era amable, cultivada, y, a pesar de que el matrimonio no se consumó nunca, amaba a su joven esposo, el delfín Francisco, hijo de los reyes de Francia.
La ascensión de su prima Isabel I al trono de Inglaterra, en noviembre de 1558, convirtió a María Estuardo, por su sangre Tudor, en sucesora de la corona inglesa. De inmediato, su suegro, Enrique II de Francia, reclamó el trono en su nombre, granjeándole así para siempre la enemistad de Isabel. Cuando aquél murió, al año siguiente, le sucedió Francisco II de Francia, y María Estuardo pasó a ser la reina consorte de Francia, hasta la muerte prematura de su esposo, en diciembre de 1560.
Regreso de María Estuardo a Escocia
Ocho meses más tarde la joven viuda regresaba a Escocia. Era quizá la persona menos apropiada para gobernar ese conflictivo país y hacer frente a los graves problemas suscitados por el triunfo de la propaganda calvinista, encarnada en la figura del reformador John Knox. Durante su ausencia, Escocia se había inclinado por el protestantismo y, al regresar, María fue vista por el pueblo como una reina extranjera que profesaba una religión extraña al país. Pero, a pesar de las muchas dificultades presentadas por la revuelta nobiliaria —los ambiciosos e intrigantes nobles escoceses cuidaban más sus feudos que el apoyo a la corona—, durante los primeros años de su reinado María Estuardo se condujo con discreción y buen tino. Para ello contó con el apoyo de su hermanastro, el conde de Murray, quien le brindó el sostén necesario para que la reina llevara adelante una política religiosa tolerante, sin intentar restablecer el catolicismo ni destruir la religión reformada.
Segundo matrimonio de María Estuardo
Fue su segundo matrimonio, en noviembre de 1565, lo que inauguró la cadena fatal de acontecimientos que culminarían con el fin de María Estuardo. Cuatro años en Escocia la habían hecho sentirse asfixiada por la moral presbiteriana y las intentonas de independencia de la aristocracia. No hallando ningún apoyo decidido en el extranjero y menos aún en su prima Isabel I, decidió contraer matrimonio con un noble inglés, biznieto de Enrique VII, y también primo suyo, Enrique Estuardo, conde de Darnley. Fue éste un casamiento por amor y una pésima elección política, pues el conde era un hombre corrompido y vanidoso, cabeza del partido católico, lo cual agudizó las contradicciones entre las facciones interesadas en la estructura de poder de Escocia.
La pasión impetuosa que había llevado a María a casarse antes de que llegara la dispensa papal y a otorgarle al atractivo Darnley el título de rey por sí misma, no duró mucho tiempo y en los primeros meses de embarazo ya surgió una fuerte aversión entre los cónyuges. La brutalidad de aquél unida a la facilidad con que la insultaba en público no encajaba con la delicadeza refinada de María, la cual se refugió en su secretario, David Rizzio. Éste fue asesinado por el rey y un grupo de nobles en los aposentos privados de María, estando ella presente. La horrible carnicería la convenció de que Darnley era una seria amenaza para su propia vida y la del futuro heredero.
Desorientada y temerosa, apabullada por la conducta licenciosa de su esposo, que ya se había convertido en un problema público, la reina creyó encontrar apoyo en un noble leal a la corona, Jacobo Hepburn, conde de Bothwell. En realidad, se trataba de un señor feudal rudo y bravucón que rayaba en la brutalidad en su vida privada y tendía a resolverlo todo mediante la violencia. El nacimiento del
heredero, Jacobo, en junio de 1566, no había servido para reconciliar a la pareja real. Por el contrario, María había caído en una profunda alteración nerviosa con signos de histeria, que la hizo aferrarse aún más a Bothwell. Siguiendo la tradición, había delegado la crianza de su hijo en la familia Erskine, en el castillo de Stirling. Mientras tanto, intentaba divorciarse de su esposo, a la sazón gravemente enfermo de sífilis, con el apoyo del parlamento a fin de no comprometer la sucesión de Jacobo.
El derrumbe del reino de María Estuardo
En febrero de 1567, Darnley muere asesinado en Kirk O’Field al explotarle una mina. El uso de la pólvora y la voladura de la casa dieron al crimen una increíble notoriedad en toda Europa. En las calles aparecieron carteles anónimos acusando a Bothwell del asesinato del rey y a María de ser su instigadora. Se desató entonces en Escocia una lucha de todos contra todos, muy difícil de delimitar, pues el color del clan se superponía al partidismo político y religioso. Para la propaganda calvinista, la reina era una prostituta que se dejaba pisotear en el fango de la ambición de su amante. Desde ese momento, su locura e insensatez fueron en aumento: el 15 de mayo, en una ceremonia pobre y precipitada, celebrada en un rito que la reina no profesaba, se casó con Bothwell por la Iglesia protestante.
La boda sólo sirvió para reafirmar a María Estuardo como inductora del crimen de Darnley. Y esta vez la nobleza se levantó en armas contra la soberana. Inglaterra y Francia pensaban que había perdido la cabeza por completo al desposarse con un individuo que no tenía el comportamiento de la clase noble y que era considerado por el pueblo como un asesino. A partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron. María Estuardo fue retenida en cautividad en una casa de Edimburgo. Allí, perdido todo control, se asomó a la ventana, con las ropas en desorden, y entre las burlas de la multitud pidió auxilio a sus súbditos. Pocos días después, ante su negativa a divorciarse, fue separada para siempre de Bothwell en Carberry Hill, y éste debió marchar al exilio. María Estuardo fue encarcelada en la pequeña isla de Lochleven y obligada a abdicar en favor de su hijo, de un año de edad, el 23 de junio de 1567. Frágil y desvalida, incluso de ese modo logró fugarse de prisión e intentó reaccionar, pero sus tropas se vieron desbaratadas en Langside, cerca de Glasgow, lo que la llevó a huir precipitadamente del país y a buscar refugio en Inglaterra, con su prima Isabel.
Pero a la soberana inglesa, si bien le repugnaba el carácter rebelde del movimiento que la había expulsado del trono de Escocia, más aún le disgustaba la presencia de María Estuardo en sus dominios. Allí podía ser la esperanza del partido católico, numeroso sobre todo en el este y en el norte de Inglaterra. Por ello Isabel I utilizó una serie de excusas vinculadas con el asesinato de Darnley —María Estuardo había dejado plena libertad a los enemigos de éste— para hacerla su prisionera, y la mantuvo encerrada durante dieciocho años.
El largo y tedioso cautiverio de María Estuardo sólo se vio suavizado por la práctica de la religión, ya que en secreto siguió manteniendo los ritos de la misa. Su habilidad para bordar, el amor a los animales domésticos y la escritura de un largo tratado, al que tituló Ensayo sobre la adversidad —en el que propone como único remedio para los afligidos el refugio en Dios—, fueron otros paliativos para tan larga privación de libertad. Su salud fue debilitándose y su famosa belleza se eclipsó por la falta de ejercicio, y un agudo reumatismo, unido al sufrimiento y a su apasionada historia, la convirtieron en una mujer enfermiza y marchita. Durante todos esos años María Estuardo dio pruebas de no renunciar al catolicismo ni al eventual liderazgo de una facción católica en las islas Británicas, con la esperanza de liberarse de la prisión mediante pleitos al principio, y después recurriendo a múltiples conspiraciones. De ello la acusaron los miembros del parlamento inglés en 1587, y de haberse declarado dispuesta a transferir los derechos de sucesión al trono inglés de su hijo hereje Jacobo a Felipe II de España, a cambio de la protección de éste.
A pesar de haber reinado en otro país, María Estuardo fue juzgada y condenada por un tribunal extranjero. Se sabía que la reina de los escoceses constituía una figura atrayente sobre la que se centraban las simpatías y las esperanzas de la Europa católica. Convencida Isabel de que significaría una amenaza para su reinado mientras viviera, firmó la sentencia de muerte el 1 de febrero de 1587. Siete días después María Estuardo fue ejecutada en el castillo de Fotheringay.