Pasa el día, siempre igual, llegará la tarde de otoño agotada de luz. El sonido triste de una guitarra, viejas canciones melancólicas como secretos de amor, todo encuentro dulce se vuelve amargo. Tiempo cruel es el tiempo de la despedida. Voz serena, sombras en el rostro, tenue brillo en los ojos, al silencio se pliegan los pensamientos. Se va la alegría, la risa, el rocío, el aire. Víctima con la que juegan los sueños.
Gritos ahogados del destino implacable, como graznidos de pájaros salvajes, sin un ápice de corazón, sin esperanza. Los enamorados se han ido, se llevan su juventud en un corazón solitario y soñador que encierra la belleza. Se desnuda la memoria de todo cuanto ama. Quedan las huellas de un sueño extinguido. El olvido marchita las flores frescas. Sólo la vida tiene sentido en el amor. Sólo en el amor tiene sentido nacer y sólo en el amor tiene sentido morir. Se siente la música que fue cuando se ha perdido. La mirada fatigada, la boca ardiendo de desdichas incontables. Como tenues gotas de lluvia que borra las palabras escritas con la tinta de la nostalgia, se marchita la lozanía. La enfermedad es una herida que sangra con violencia, que sorbe la juventud y la deshace. El dolor crece según pasa el tiempo, el mal anida en medio del alma. La vida indefensa y frágil se apaga poco a poco. La muerte se anuncia temprana. Se sellarán los labios, se cerrarán los ojos, se marchará en silencio una melancólica mañana de abril esperando encontrar lo perdido. La pena y la alegría. La amargura y el placer. Al otro lado de la ventana del pequeño cuarto lleno de libros, en el patio de azulejos y flores está todo lo bueno y lo malo que la vida encierra. El dolor cesa cuando las canciones callan, cuando la vida se apaga.