
Brillo de asfaltose sumerge en la trastienda de la vida de su protagonista Serafín, y lo hace de atrás hacia adelante o si se prefiere desde el pasado al presente, para mostrarnos que no siempre somos nosotros quienes tenemos en nuestro poder la posibilidad de modelar y moldear nuestro destino; una fuerza —esta del destino— que se muestra caprichosa y nos empuja hacia uno u otro lado de la balanza, pero también, que nos permite adivinar las consecuencias de nuestros actos. Las crónicas de las múltiples derrotas que trajo consigo la crisis económica son también la certeza de que dejarlo todo al libre albedrío del universo —caótico por naturaleza y definición—, es un error, ya que nunca llegamos a ser conscientes de que una de las mayores virtudes del hombre es la darle el tiempo que necesita, para atravesarla y disfrutarla, a cada una de las etapas de la vida. Esa incómoda prisa por llegar al final antes de tiempo, en la novela se contrapone con la luz del Mediterráneo que deja entrever ciudades como Valencia o Sagunto, y que son el mejor reflejo natural a esa falsa cadencia lumínica de grandes destellos que tan bien conocen —por desgracia— en la costa valenciana. Una luz, a la que la autora confronta con la cercanía de un zoom que nos muestra que no somos tan diferentes los unos de los otros, porque quizá, la naturaleza humana siempre se compone de las mismas cualidades, aunque distribuidas en diferentes porcentajes en cada uno de nosotros. El acierto de esta novela está en darle una gran parte del protagonismo a la importancia de las elecciones, porque dependiendo de ellas, seguiremos una senda o la contraria. Y si no queremos escoger la de la autodestrucción —que no se nos olvide que siempre es egoísta—, leer Brillo de asfalto nos ayudará a ponderar el poder de las malas decisiones que, en demasiadas ocasiones, son como la crónica de la última estrella de una noche oscura.
Ángel Silvelo Gabriel.