No encuentro mejor homenaje para ofrecerle a mi madre que sacrificar mis días en aras de una democracia que, por generaciones, desconoce el pueblo cubano.
Continuar preso –a pesar de mi inocencia probada en el amañado juicio en el que, como un acto circense, los dictadores fingieron que harían justicia– es también, desde lo más profundo de mi ser, una ofrenda a mi progenitora que me educó con la animadversión hacia el régimen totalitario.
Mis hermanas de sangre también fueron perseguidas, apresadas, condenadas. No olvido cuando la menor, me dejaba al cuidado de sus tres hijas porque asistía, junto a sus esposo, a reuniones disidentes. Era su manera de ofrecerle respeto al vientre que nos aupó, a sus ideas discrepantes a las impuestas por los tiranos Castro, y antes. a las de Batista.
Mi madre fue una sincera admiradora de Mariana Grajales, la madre negra de la Patria, quien dio molde a la rebeldía de todas las madres cubanas con su ejemplo de actuar, exigiendo a sus vástagos responsabilidad, respeto por el pasado, y cumplimiento obligado ante el presente para mejorar el futuro de su sociedad, su país, cada uno, desde su granito aportador.
Hoy asumen ese rol las Damas de Blanco, siempre apaleadas, a quienes pretenden humillar sin conseguirlo, que resisten los chantajes más sucios y dolorosos que fabrica la sanguinaria máquina de opresión de los dictadores Castro.
Que sirva mi prisión, desde la más humilde entrega, a todas las lágrimas de las Madres cubanas por las muertes de sus hijos, por verlos en prisión, o por la lejanía provocada por la maldita y necesaria emigración.
Felicitarlas quizás no sea la palabra más precisa; me gustaría sustituirla por “resistencia”, que es, en definitiva, el más grande antídoto contra el dolor.
Ángel Santiesteban-Prats
10 de mayo de 2015
Prisión Unidad de Guardafronteras
La Habana