2000 piezas/infinito singular de Maricel Alvarez, es una instalación audiovisual que por estos días se puede visitar en la Fundación Osde.
La cortina es espesa, de terciopelo negro. Su oscuridad absorbe cualquier fragmento de luz que pueda filtrarse. Adentro, todo se vuelve un poco más tenue, como el reflejo de un televisor encendido en un living solitario y a oscuras. Una tarima sostiene una caja blanca, linda, que parece de regalo, un poco más grande que una de zapatos; adentro guarda delicadas bolsitas de tela transparente y éstas a su vez guardan algunas pocas piezas de rompecabezas. ¿Será un souvenir o parte de la obra? Una de las proyecciones se divide en cuatro: desde una altura cenital y simulando cámaras de seguridad, cada imagen “espía” a desconocidos que encastran las piezas del rompecabezas. La figura parece no completarse nunca ¿O sí?. Otra pared lleva impresa un texto que retoma parte de la teoría ética de Emmanuel Levinas: “…el encuentro con el rostro del otro se nos presenta como una conmoción, pues nos saca de nuestra mismidad”.
Ahí en el centro de la sala, sobre una mesa, está el rompecabezas real y tangible; la representación de ese mismo rostro que casi se puede tocar, que casi se vuelve verdadero, pero que aún está incompleto. Quizás las piezas puestas en delicadas bolsas sean para eso, para fracasar en el intento de completitud. Ese mismo rostro se reproduce en otra pantalla, deviene otro en otro tiempo. En cada gesto la cámara se acerca y se aleja, se anima al encuentro y luego se intimida ante la mirada extraña. Entre gesto y gesto un negro aparece y se va, como si fuese el pestañeo de quien observa. Cae una lágrima, más tarde se forma una leve mueca de sonrisa. Le sigue una mirada fija, penetrante, al final afloja y se distiende un poco, queriendo entrar en confianza con quien mira.La que pone el rostro en distintos tiempos, formatos y soportes es la multifacética Maricel Álvarez: actriz de cine y teatro, directora, coreógrafa y curadora. La bio de su sitio web explica un poco más qué se hace con todos esos saberes juntos y en simultáneo: “Su práctica se desarrolla en la intersección del teatro, la performance y las artes visuales, generando una fusión de los espacios en los que el cuerpo, como un aparato artístico y crítico, se puede manifestar”. En alguna entrevista ha dicho que le gusta esa ausencia de etiquetas fijas, ese borramiento de los límites que tanto incomoda a veces.
2000 piezas/infinito singular de Maricel Alvarez establece una conexión directa con otra que realizó hace ya 6 años, Yo tenía un alma buena (fragmentos de un relato mutilado). Aquella vez fue su cuerpo el desdoblado, sumergido en el agua y proyectado en pantallas, vuelto real y desnudo en escena y fundido en un halo de ensoñación y levedad. Hoy es el rostro la herramienta elegida para reflexionar sobre el otro y lo propio. Es, según la propia artista, “una reflexión poética sobre los conceptos de alteridad e identidad a partir de la lectura del rostro como categoría filosófica y poética.” No es tarea fácil captar semejante bagaje teórico en una expresión artística que dura unos pocos minutos. Pero algo de todo queda, una mínima esencia, quizás de un modo confuso como el despertar de un sueño que se desintegra en pocos segundos.
Porque captar en un rostro una identidad o una esencia es tarea compleja. Maricel cita a varios artistas que se embarcaron en esa aventura. Francesca Woodman es una de ellas, la joven norteamericana que se suicidó a los 22 años y dejó una obra fotográfica y autobiográfica en la que la identidad aparece en forma de lo velado, lo borroso e inasible. Francesa hace carne esa imposibilidad en cada unos de sus autorretratos movidos, superpuestos y fugaces. Maricel, a su manera, también.
La cuestión está en la mirada y su ambigüedad. Cuando allá por el 2015 Sophie Calle presentó su ya famosa obra Cuídese mucho en el CCK, Alvarez fue más allá al preguntarse cómo se interpretaría la famosa carta desde una mirada masculina. En esa ocasión, en la que invitó a siete varones del mundo del arte y la cultura a reinterpretar la obra original, también operaron la fragmentación, el desdoblamiento y la certeza de que la mirada del otro es única e infinita.
Ese rostro, el que vemos en las pantallas y al que dan forma las piezas del rompecabezas, tampoco es su rostro en esencia. Ella es una artista, es una actriz, es una directora, y otros tantos roles en su ámbito privado. Entonces ¿A quién estamos observando? Con su obra fragmentada pareciera querer decir que es imposible saber quién es, que las piezas nunca completarán la imagen, que está compuesta por muchas otras, atravesada por el filtro de la subjetividad de cada mirada que observa. El rostro es una máscara, un personaje, un doble, el otro, lo otro, lo que no soy yo. Es a fin de cuentas un abismo, una quimera.