Siempre me han parecido admirables las personas capaces de reírse de sí mismas. Me parece un sano ejercicio que demuestra inteligencia y que no muchos son capaces de practicar.
Entre los extranjeros que conozco son los ingleses los que se llevan la palma en cuanto a la ‘autoridiculización’. Es algo que percibí desde pequeña cuando veía aquellos capítulos de humor burdo de Benny Hill y que luego comprobé de la mano de genios como los Monthy Pyton.
En lo que se refiere al producto local, creo que los canarios en general (salvo honrosas excepciones) somos muy capaces de reírnos de los demás pero no soportamos que se rían de ‘lo nuestro’. Para muestra la parodia que hizo el Gran Wyoming en el programa ‘El Intermedio’ con razón de las editoriales que escribía el recientemente fallecido director del periódico El Día, José Rodríguez. La canariedad en masa se levantó ante tamaño ultraje contra los valores patrios y no salió en manifestación porque ese día llovía, que si no…
En el lado opuesto están los vascos. Desde que descubrí, hace ya años, ‘Vaya Semanita’, comprendí que muchos demonios debían echarse fuera con la fórmula de reírse de lo sagrado (que no necesariamente religioso).
En la última semana me he encontrado con dos ejemplos contrarios de lo mencionado. Por un lado las acciones legales emprendidas por Mariló Montero contra el periódico satírico El Mundo Today por una noticia que contenía declaraciones inventadas (como todas las del rotativo) de la susodicha, quien, por si no lo recuerdan, ha soltado perlas como que “no está comprobado que el alma no sea trasplantada con los órganos”. Por otro lado vi, previa compra de las entradas por internet porque si no no hay dios que las consiga, la película ‘Ocho apellidos vascos’ de Emilio Martínez Lázaro. Una comedia ligera, sin más pretensiones que hacer pasar un buen rato pero que consigue, sin lugar a dudas, demostrar que Mariló no tiene ocho apellidos vascos.
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