Martín Bonadeo es conocido por ser un referente del arte tecnológico nacional de generación intermedia. Muy vinculado a Fundación Telefónica, fue durante años un ejemplo de los alcances de la alianza entre arte, ciencia y tecnología en los sentidos más experimentales del término. Sus investigaciones a lo largo del tiempo fueron encontrando vertientes impensadas, como experiencias sobre el sentido del olfato y proyectos sobre las relaciones entre la guerra y las telecomunicaciones. El 28 de junio presentó un libro sobre su último trabajo en la Fundación Xul Solar de Buenos Aires con auditorio lleno y la presencia del curador, Gustavo Buntinx. Fue un evento singular, entre místico, rigurosamente académico y familiar.
Unos meses antes tuvo lugar en la galería Praxis otra exposición de Bonadeo en la que se destacaron una serie de fotografías- registro de una experiencia titulada La cruz del sur en la tierra: una intervención inédita del nevado Contrahierbas a gran escala a través de la cuál literalmente un grupo de personas replicó la forma de la Cruz del Sur en la geografía peruana con “sal para matar el pasto y llaves para dar brillo”.
Las fotografías tenían una pregnancia particular porque una sola foto a color incluía la Cruz en el cielo, la Cruz en la falda del nevado, y sendos reflejos en una laguna localizada cerro abajo. Es decir que, sin post producción, una vista presentaba un total de cuatro constelaciones idénticas imposibles de ver en la naturaleza, pero que ahí estaban. Para realizar esta réplica o espejo de la constelación, meses antes Bonadeo había viajado a La Pampa para testear la producción de las enormes estrellas de sal con cordeles.

Pero Pacha Kutiq Wanka es en su totalidad un proyecto tan ambicioso como omniabarcativo del cual el libro y la intervención constituyen solo algunas de tantas manifestaciones. Y es el tipo de proyecto que es difícil de encasillar adentro de una sola disciplina, porque traza itinerancias simbólicas sin un marco teórico de referencia. Tal vez sea el tipo de proyecto que solo habilita a realizar una larga trayectoria en el campo de las ciencias exactas. El libro plasma parte del conocimiento reunido a lo largo de una serie de viajes personales a Perú, en profundo diálogo con el curador y con gran atención al entorno natural y humano. La posibilidad de narrar este trabajo a partir de una entrevista es innecesaria, básicamente porque todo está en el libro. Como señala Buntinx, este “otro viaje” constituye el intento personal por recuperar un decir comunicante de energías esenciales. Como un recordatorio de que hace mucho tiempo en lugares lejanos existieron desarrollos culturales que se edificaron sobre simbologías muy precisas como la piedra, la cruz, las llaves, Cristo, las estrellas, las montañas, el sol y las plantas medicinales sacras y que, como una serie de Netflix, implicaron constelaciones enteras de ideas que tenían que ver con la magia. Esas conexiones siempre fueron diferentes de las cotidianas y vigentes hoy. En aquellos entonces, las imágenes o símbolos condensaban ideas al modo de una síntesis, o de una filosofía visual compacta que cada cual, internamente, tenía la facultad de decodificar y expandir hacia formas espirituales, relacionales, de conducta y de sentir. Estas culturas nos legaron símbolos cuyos sentidos hoy, en esta gran afluencia de imágenes, narrativas e información en general, a veces parecerían perdidos para siempre. Porque los símbolos llegaron cambiados, a veces reducidos, otrora parciales, y despojados de su espesor original. Ya no parecen compartirse del mismo modo; muchas veces se banalizan y raramente cohesionan sentidos sociales. Sin embargo, perdura en ciertas imágenes una energía que convoca, y que algunas personas han sabido reconstruir con enorme paciencia desde algunas disciplinas, sobre todo desde aquellos campos del saber en los que las personas cuentan con el bien más preciado en la hiperactivamente pasiva cultura contemporánea: el tiempo. En cierta medida, estos temas pertenecen al objeto de estudio de la semiótica y de la historia del arte. Pero es relativamente poco el esfuerzo que ambas desciplinas dedican a conectar el pasado con el presente, como es casi nula también su sensibilidad hacia las asociaciones intuitivas, y allí radica tal vez la extraña fascinación que ejercen los estudios de Wittgenstein.

