Revista Viajes
Dejo atrás las ruinas para recolectarlas todas en el Museo de Historia. Por sólo 50 Manats insignificantes me dejan hacer fotos. El edificio en el que me hallo es muy soviético, imponente.
EL OMNIPRESENTE PRESIDENTE DEL PAÍS.
Parece éste el complemento que necesito para digerir lo que mis ojos viesen en esos territorios tan apáticos. Restos arqueológicos, algunos datan del siglo III A.C, me espían desde frías vitrinas. Me llama la atención una maqueta de la mítica ciudad Gonur Tepe (Segundo milenio a.c), resucitada también por el infatigable explorador Viktor Sarianidi. El cambio del curso del río Murgab obligaría a sus habitantes indo-iraníes a abandonar la urbe. Estatuas de guerreros a tamaño real, réplicas de las ancestrales yurtas (viviendas tradicionales de los nómadas en Asia Central) y en la planta baja un monográfico del presidente turkmeno. Mucho más ameno me resulta el espacio dedicado a los animales disecados, aunque esto de la taxidermia siempre me ha parecido un hobby de lo más aberrante.
GENTE LOCAL, MUY SIMPÁTICAS ESTAS CHICASAhora el que cambia de curso soy yo. Desvío mis pasos hacia el bazar de Altyn Asyr, el mayor bazar al aire libre de Turkmenistán. Me rodean más de 5000 puestos de género variado, desde hortalizas y legumbres, verduras y carne hasta electrodomésticos, grúas, tractores, coches, cabras y camellos, aquí se puede comprar de todo.
He dejado para el final una excursión que en mi mente ya había realizado multitud de veces. Probablemente uno de los acicates por los cuales mi alma y cuerpo se han puesto de acuerdo en asistir al encuentro dé Turkmenistán sea precisamente la existencia casi mágica, sibilina, atractiva, tentadora, peligrosa y acechadora que parece surgir del mismo corazón incandescente del cráter de Darvaza, la “boca del infierno”, el averno en la Tierra. Fuego, llamas y gas metano susurrando letales invocaciones que se funden en un cielo desdibujado, hipnotizando a la noche con sus llamas incombustibles. En pleno desierto de Karakum se abre en la tierra yerma un gigantesco y pavoroso cráter de 60 metros de profundidad y 20 de diámetro que no cesa de arder desde el año 1971. La causa de tal despropósito se debe a unas chapuceras prospecciones que se llevaron en este lugar desangelado, condenado al exilio, condenado a convertirse en caldero y chisporroteo hasta el fin de los tiempos…
No voy a negar que el cráter de Darvaza impone respeto, arredra, te hechiza y te atrae, pero el peligro es real. El suelo que piso, ¿será lo suficientemente firme? A poco más de dos metros hay un boquete aterrador donde el fuego parece reclamar mi alma subyugada. Además el viento coadyuva (ayuda) a las llamas a quemarme el rostro si me acerco demasiado. De cuando en cuando percibo en la piel un lametón abrasador que me indica que igual estoy pecando de temerario y que me convendría retroceder unos pasos.