Revista Espiritualidad
Después de algunos días de inactividad en el blog hoy quería comentar un asunto que considero fundamental, y del que apenas me he pronunciado en público.
En el año 1994, cuando tenía veintidós años, comencé a leer los libros del psiquiatra suizo C. G. Jung. Al principio había muchos temas que Jung abordaba y que no lograba comprender. A duras penas conseguía entender intelectualmente a lo que se refería cuando hablaba de la imaginación activa, de la meditación, de la interpretación de los sueños, del inconsciente colectivo y sus arquetipos, etc.
Lo que sí hice, en aquellos primeros tiempos, fue iniciar un diario de sueños que anotaba con cuidado todos los días. Después, poco a poco, leyendo a Jung y a otros psicoanalistas, me aventuré a interpretar mis propios sueños, aunque en ocasiones me parecían auténticos galimatías. No obstante, después de cinco años consecutivos anotando sueños e interpretando su significado fui adquiriendo una cierta pericia.
Pero no fue hasta el año 2000 cuando comprendí aquello a lo que Jung denominó imaginación activa. En aquel entonces comencé a tener visiones interiores, muy relacionadas con mi situación anímica, que se fueron intensificando durante el 2001, en especial a raíz de los atentados terroristas sufridos en Nueva York el 11 de septiembre.
Jung se convirtió, entonces, en un amigo, compañero y maestro de viaje a las profundidades del mundo interior, de ese mundo al que Jung, utilizando la terminología científica de la época, denominó lo inconsciente.
Durante muchos años, consideré a la meditación imaginaria, es decir, a la imaginatio vera o imaginación activa como un medio muy importante en el camino espiritual (proceso de individuaciónlo denomina Jung). Si bien, la imaginación activa permite "ver" con los ojos del alma ciertas imágenes simbólicas que provienen de lo "inconsciente", imágenes que contienen, o que pueden contener, en sí mismas, mensajes simbólicos muy profundos que se refieren al destino individual y colectivo, lo cierto es que dicho imaginario matricial no es el final del camino, ni mucho menos. La imaginación se ha de trascender y, eventualmente, se habrá de abandonar la meditación imaginal.
San Juan de la Cruz, a quien considero, no solo como a uno de los más grandes místicos occidentales, sino, también, como a un maestro espiritual, advierte que conviene dejar la imaginación para que esta no impida ir hacia Dios (y que Dios vaya hacia sí mismo a través de nosotros). Pero no ha de dejarse antes de tiempo, pues, de lo contrario, se tendría que volver hacia atrás. Además, para San Juan, la imaginación es, en realidad, el medio que utilizan los principiantes (entre los que me incluyo), dado que la imagen sensible está muy alejada de Dios.
San Juan nos dice en la Noche activa del espíritu, L. 2, C. 13, que, para poder abandonar la meditación imaginativa, que es la propia de los principiantes, es importante que nos fijemos en las siguientes señales:
1. La primera es que ya no se pueda meditar, ni seguir las figuras mediante la imaginación. Porque ya no se siente gusto por ellas (no tiene ya el efecto numinoso que antes tenía). Tampoco se obtiene energía vital, ni alimento espiritual, como había sido habitual antes.
2. La segunda es que ya no se desea meditar, ni acceder a utilizar la imaginación como medio para comprender los sucesos internos y/o externos. Aún se pueden ver imágenes, pero el alma ya no siente la necesidad de "imaginar".
3. La tercera y más importante es que el alma prefiera estar a solas y con atención amorosa en Dios, sin ninguna particular consideración, en paz interior y quietud y descanso, sin que actúen ni el pensamiento, ni la voluntad, ni la memoria. En esta situación la persona puede pasar mucho tiempo, completamente abstraído, sin ningún objeto sensible como soporte. Y, sin embargo, para la consciencia no parece que el tiempo haya transcurrido.
Si estas tres condiciones se dan en el espiritual, entonces se ha de abandonar la imaginación para pasar al estado de contemplación sin imagen.
De lo dicho se colige que, si bien Jung ha sido mi guía durante más de quince años, y sigue siendo una ayuda imprescindible para mi formación como psicoterapeuta, en el camino espiritual mis guías son ahora los grandes místicos: San Juan de la Cruz, dentro de la tradición cristiana; e Ibn Arabi, en la islámica, entre otros.
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