El sábado 28 de noviembre pasado hubo de efectuarse en la sala “Fresa y Chocolate” en La Habana, la Asamblea del G-20 –como se han hecho llamar ese grupo de veinte realizadores del séptimo arte– que tiene el afán y la prioridad de que la dictadura acepte, finalmente, una Ley de Cine con la que puedan adquirir un espacio de libertad personal para su arte. Es decir, conquistar libertades creativas en pos de independizarse de las marras burocráticas que, hasta la actualidad, los mantienen sometidos en su totalidad a los arbitrios del gobierno. Por lo que sabemos, hasta el momento, no les han enviado a los sicarios al G-20 para amedrentarlos.
Aunque el Gobierno no les ha presentado el rostro aún –por el escándalo que levantarían al tratarse de cineastas reconocidos internacionalmente, no se descarta que algo deba estar elucubrando contra este grupo difícil de reeducar. Hasta el momento finge ignorarlos, quizás apostando a que se desgasten por sí solos.
El bombero que la dictadura ha usado en los últimos veinte años para estos actos de insurrección, es el archiconocido Abel Prieto, quien fungiera alguna vez como Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), luego como Ministro de Cultura, y hoy, Asesor del tirano Raúl Castro. Pero a este personaje Prieto lo han desgastado a un punto tal que un gran por ciento de los artistas no creen en sus palabras y lo consideran una especie de Cardenal Richelieu, creador de intrigas y persecuciones contra aquellos que no acatan sus disposiciones. A las claras, tampoco existe otro personaje que pueda dialogar con este colectivo de creadores, por lo que no sería extraño que en algún momento le pongan su traje ignífugo y deba salir al ruedo a enfrentarse a los toros.
El G-20 exige sus libertades creativas
Pero retomando el objetivo de este escrito, habría que narrar los hechos ocurridos en esta última reunión del G-20, admitiendo de antemano que los cineastas son rehenes de la mal llamada “revolución” que –casi desde el inicio—sus artífices convirtieron en dictadura. El sistema totalitario sostiene un férreo control sobre la producción artística, manteniendo una vigilancia exhaustiva y constante sobre este género que tanto público convoca; precisamente, como el gobierno sabe lo que se juega si acepta otorgarles la “independencia”, se resiste a desatarles las manos y las mentes, evitando que luego hagan y deshagan con su arte lo que se les dé la gana, porque saben que con entonces, llegaría el descrédito, la crítica y las burlas desde el arte sin que puedan actuar contra ellos.
Censura pública en el pleno del Congreso de la UNEAC
El esfuerzo más directo y efectivo hasta el momento, ha sido el intento de exponer y exigir el debate en el pasado congreso de la UNEAC, cuando la realizadora Rebeca Chávez planteó abrir el tema y el siniestro funcionario Abel Prieto actuó como censor de la forma más violenta y despótica imaginable, e impidió de forma radical evitó que la realizadora presentara esa necesidad que hoy tienen los artistas del cine. Este Caín disfrazado de Abel, afiebrado por el poder, se ha convertido en la actualidad en el policía más intransigente, y en el más fanático perseguidor de los creadores que osan plantear discrepancias con el poder cultural o político, y todo ello cuando debiera ser el puente entre los creadores y el gobierno.
La gran mayoría de los asistentes al Congreso, recibieron de manera ofensiva aquel exabrupto del funcionario político, quien alguna vez fue un colega, alguien que ponderaba, defendía y representaba al arte en general, pero que a medida que ha ido ganado poder en la Nomenclatura, ha ido traicionando los principios de compromiso con el arte genuino. Entiéndase que los “delegados” elegidos en los congresos del gremio, son, en su mayoría, los más “comprometidos”, es decir, aquellos que habiendo pasado por el filtro, se mostraron incapaces de rebelarse ante las órdenes oficiales, aunque fueran las más injustas, y en el más disciplinados de los miedos, permanecen en silencio ante los desmanes e injusticias de la dictadura.
Censura y fraude cometen los funcionarios
En la Asamblea del 28 de noviembre se expuso el fraude perpetrado en la elección de las autoridades del citado congreso, pues aquellos que fueron votados por los creadores, luego fueron sustituidos por otros dóciles, es decir, cambiaron a los elegidos para llevar a la magna reunión a los más sumisos y manipulables que levantaran el brazo a favor del gobierno y, en definitiva, negaran esos espacios de libertad que le urge al artista y a los tiempos que vive. Sustituir a los elegidos por los mansos, es una práctica habitual desde hace años; y en algún post expuse que fui testigo de esos fraudes, donde Abel Prieto acomodaba a dedo a quienes les había probado sus actitudes pusilánimes.
Los directores de cine exigen que los censores les muestren el rostro
Los realizadores, inconformes con la actitud del gobierno y con su enviado Abel Prieto, decidieron continuar congregándose para alcanzar esa aspiración de que sea aprobada su anhelada Ley de Cine. Y en ese sentido fue muy concreto Gustavo Arcos, que habló de las películas censuradas en la actualidad por el Instituto de Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), expuso, además, su preocupación por el estado del cine nacional, y abogó para que la discusión se sostenga precisamente con esa contraparte que niega la Ley de Cine. Recordó las veces que Fidel Castro se reunió con los cineastas “para salvar el cine”, y que –al no encontrarse ya en el poder el vetusto dictador– habría que buscar, necesariamente, a ese interlocutor que sin dar el rostro, desde la sombra, les niega la necesaria Ley de Cine, entre ellos Raúl Castro, Díaz Canel y el tal Alfonsito Borges, según algunos de los presentes, nefasto y mediocre “administrador” de la Cultura a la que tanto daño le ha hecho, y que hoy funge como ideólogo del Comité Central del Partido– y exigirle que responda por qué considera que el cine cubano que está censurado es “contrarrevolucionario” y que diga “dónde, cómo y por qué esas películas están contra la Revolución, y sostener un dialogo con ellos que son los que toman las decisiones y que probablemente los contrarrevolucionarios sean ellos: Alfonsito Borges, y yo no sé si los demás (…), siento que los cineastas, yo, hemos estado demasiado pacientes, esperando por la rutina, y que ya había que entrar en un plan b de acciones fuertes, porque la única manera que en este país se resuelve las cosas evidentemente, es forzando la discusión. Yo no sé hasta qué punto Raúl realmente sabe de todo esto, porque me sorprende mucho que el propio Abel Prieto, que es su asesor, se opuso o al menos frenó, que le dio agua al dominó y que en el congreso de la UNEAC, justamente a la ley de cine”.
Y en plena asamblea aparece la seguridad del estado imponiendo su terror (continuará).
Ángel Santiesteban-Prats
Habana, noviembre de 2015, “libertad” condicional.