Revista Arquitectura

Más barato

Por Arquitectamos
No creé este blog para lamentarme, ni vosotros lo leéis para que os cuente miserias. No somos llorones (aparte de que con ello no ganamos nada: dar pena es muy lastimoso y humillante, y no se saca nada en claro). Pero dejadme que hoy os hable de un asunto que intento evitar siempre. Además, no lo haré para lloriquear, sino para (intentar) hablar finalmente (un poco) de arquitectura. Es que un amigo y compañero me ha mandado un e-mail desesperado, porque ante el posible encargo de proyectar y dirigir una vivienda ha bajado sus honorarios hasta el límite de lo temerario, y aun así no ha conseguido el encargo. Me ha escrito para que yo le echase un ojo a su presupuesto, a ver si me parecía razonable, porque él ya no sabía qué pensar y temía estar totalmente desorientado y pidiendo cantidades elevadas por su trabajo. Mi dictamen ante su presupuesto ha sido que lo ha bajado demasiado, y que por esos honorarios que ha pedido no merece la pena trabajar. Si descuenta lo que le cuesta el visado del Colegio de Arquitectos, el Seguro de Responsabilidad Civil y otros gastos de todo tipo (desde el teléfono para hablar con ese cliente -durante la obra, y antes, y después- hasta las fotocopias), le traería más cuenta que el cliente le comprara en la plaza pública, en el mercado de esclavos, y le mantuviera mientras trabajaba para él. Le he dictaminado eso, como si yo fuera un tipo listo a quien esas cosas no le pasan. Me acaba de pasar lo mismo. Todos lo hemos hecho; todos hemos explorado el cieno alguna vez (o muchas) para ver hasta dónde se puede bajar; por saberlo, por asomarnos al abismo. Pues bien: Se puede bajar hasta el infinito. Pidas el precio que pidas, siempre hay alguien que lo hará más barato.
Más barato
Yo compro bastante por internet. Por ejemplo libros. Me interesa tal libro y lo busco en distintas plataformas. Veo distintos ejemplares a distintos precios y en distintas librerías, sopeso el coste del envío y, en su caso, el cambio de moneda, y compro el más barato.
Pero es que estoy barajando distintos ejemplares del mismo libro, y todos sin estrenar. (Si comparo libros usados, con distintos estados de conservación, la cosa cambia).
Vamos, que me parece lógico comprar el más barato entre varios bienes o servicios idénticos.
¿Qué quiere decir esto? Que el cliente nos ve a todos los arquitectos como idénticos y sólo le interesa, por lo tanto, nuestro precio.
¿Y por qué ocurre esto? ¿Cómo es posible? Pues porque no valora nuestro trabajo en absoluto. No lo valora en lo más mínimo. Porque nuestro trabajo no le interesa, y en su imaginación no cabe la posibilidad de que alguien lo haga mejor y alguien peor.
Esto es curioso. Lo que ha pedido mi amigo por proyectar una casa y dirigir las obras de su construcción es tan poco dinero que la rebaja que haya podido hacer el arquitecto que haya conseguido finalmente el encargo no puede ser mucha. Es que no hay más chicha donde rascar.
Por lo tanto, el cliente ha confiado el proyecto de su casa (que ya llevaba dibujada a bolígrafo en una hoja cuadriculada) a un arquitecto que seguro que ni conoce, con el único criterio de que se va a ahorrar bastante menos de lo que le va a costar una de las jardineras del porche, o un grifo.
Atentos a lo que acabo de decir como de pasada: El cliente ya llevaba el diseño de su casa en una hoja cuadriculada de papel. A razón de un metro por cuadrito. Por lo tanto, no necesita el trabajo del arquitecto, más allá de que le pase a limpio su plano. Como no está acostumbrado y no sabe diseñar una casa, ha ido juntando habitaciones: Un salón de cuatro por seis, detrás un dormitorio de tres por cuatro, detrás otro dormitorio de tres por cuatro, detrás un baño de dos por tres... Y así. Amontonando piezas y apretándolas con un calzador. (Los muros y los tabiques no tienen espesor, los pilares no existen, etc).
Aquí ocurre algo curioso: El cliente no sabe diseñar su propia casa, y su esquema es muy torpe y deficiente. Pero no se fía del arquitecto. No quiere que el arquitecto meta sus sucias manos en su casa.
¿Por qué no le cuenta el cliente al arquitecto lo que quiere y le deja a éste que lo diseñe, que es quien sabe? Pues porque si le deja al arquitecto que diseñe su casa se la va a estropear. Y él no quiere que el arquitecto disponga cómo tiene que ser su casa. Estaría bueno. Es su casa.
Pero él no sabe diseñarla. Aunque sea su casa, aunque tenga un interés enorme en proyectarla, aunque quiera plasmar en ella todos sus anhelos, no sabe cómo hacerlo.
Vale, no sabe cómo hacerlo, pero no está dispuesto a que nadie le mandingonee.
Y de ese círculo vicioso no salimos.
(Nota.- En mi casa, en nuestro microlenguaje familiar decimos mandingonear por mangonear. Nos gusta más).
Más barato Esquema que refleja el procedimiento de composición de la planta por el cliente tipo. Está idealizado y mejorado. Los de la realidad suelen estar peor compuestos.
Siempre que sale este tema nos surge la maldita autocrítica: Lo presumidos y prepotentes que somos los arquitectos, nuestras ideas peregrinas, etc. Soy humilde y siempre asumo sin remolonear y sin esconderme la parte que me toca en esta autocrítica, pero hoy no me da la gana. Ya basta. Ya está bien. Si el cliente no quiere ni tomarse la molestia de preguntar, de informarse sobre quién le puede hacer su casa, si no quiere distinguir a un bocazas cantamañanas de un profesional sensato porque le da igual y sólo busca ahorrar unos pocos euros, allá él.
Si seguís creyendo que los arquitectos somos los culpables de que haya tan malas casas, pues allá vosotros. Ya vale. ¿Por qué no buscáis a alguien inteligente, serio, coherente y le dejáis trabajar? ¿Por qué no le escucháis siquiera?
Lo que pasa es que ya ni se le pregunta al amigo, como antes, "¿quién te ha diseñado esta casa?" No, porque cuando te gusta la casa de un amigo ya sabes que la ha diseñado él mismo, y tú no eres más tonto que él. Al revés: Tienes ideas muy originales y te vas a hacer una casa estupenda. Ya la has dibujado en papel cuadriculado (donde cada cuadrito es un metro). Sí, crees que tienes unas ideas maravillosas, pero no te das cuenta de que son las mismas ideas maravillosas que se le ocurren a todo el mundo, los lugares comunes de siempre, y además, como no tienes entrenada la visión espacial, no te das cuenta de que esa escalera que piensas es imposible porque da cabezada (es decir, que las losas inclinadas de la escalera son incompatibles con el techo del salón y se cruzan de tal manera que un ser humano no cabe, y tú no lo ves), ni tampoco caes en que ese baño de la planta alta obliga a que haya una bajante en todo el centro del salón. Tampoco crees que haya otra forma de habitar que no sea pasillo, pasillo, pasillo. Pero, eso sí, no te fías de un arquitecto porque ya sabemos todos cómo son los arquitectos.
A tu amigo, por lo tanto, no le preguntas qué arquitecto le ha diseñado su casa sino cuánto le ha llevado el arquitecto. (En mi pueblo no se nos pregunta cuánto les cobramos, sino cuánto les llevamos).
Por lo tanto, quien se quiere hacer una casa sólo piensa en el arquitecto en estos términos: "¿Cuánto me llevara?"
Sólo hay dos tipos de arquitectos:
Más barato El tipo vampiro
Más barato Y el tipo artista disparatado y loco (que además es también tipo vampiro)
No hablo del posible "talento" que pueda tener un arquitecto. Vamos a dejarnos de chorradas. Todos acabamos la carrera soñando que lo tenemos. Luego resulta que todos los seres humanos tenemos muchos talentos, pero no necesariamente "ese" con el que soñábamos.
Yo no tengo talento. Yo no quiero defender mi profesionalidad desde el melifluo gorgorito de ángeles, musas y ninfas. Pero sé hacer una casa. Vaya si lo sé. Y os digo que los cochinos quinientos euros que me regateáis no valen los disgustos (y a menudo los injustificados encarecimientos de la obra) que os podría evitar mi trabajo si me dejarais hacerlo seria y concienzudamente (y me lo pagaseis como merece).
No voy de chulo. Al revés: Siempre peco de excesivamente humilde. Pero es que ahora mismo me he cansado de arrastrarme por el suelo, de dejarme pisotear, de adaptar mis conocimientos a los caprichos inmeditados de mis clientes y, para colmo, si el efecto final no es como pensaban, la culpa es mía. Ya está bien.
Los arquitectos no somos "artistas". Somos gente capaz, profesional, que se toma las cosas en serio, que va a la obra cada vez que hay que ir, que discute con el constructor la ejecución de esto y de aquello, y pelea las certificaciones y las liquidaciones como si el dinero fuera suyo. Que vela porque la obra salga adelante, que se disgusta y sufre, y también disfruta y triunfa, según los días y sus cotidianas vicisitudes.
Y si hay arquitectos que no son así (que alguno hay), tómese el cliente la molestia de preguntar, de investigar y de distinguirlos y no vaya sólo al más barato.
A veces ese arquitecto que me ha quitado el encargo por quinientos miserables euros (y eso que yo iba ya superbarato) es un irresponsable y un vivales, pero otras -y son muchas también- no es peor arquitecto que yo, pero entra, como entramos todos, en la dinámica suicida y desesperada de "todo por conseguir un encargo".
A esos precios que ya manejamos todos no se pueden hacer las cosas bien. No se puede hacer un buen trabajo profesional, un buen control, con buenos medios, con tiempo, con cariño, con dedicación. (El asunto es: ¿Quién necesita que hagamos bien nuestro trabajo? ¿Quién lo echa de menos cuando lo hacemos mal? Al parecer, nadie).
En definitiva, el cliente busca ese precio porque le da igual el trabajo del arquitecto. ¿Que lo hace de forma deficiente? ¿Y eso qué es? ¿En qué consiste esa presunta deficiencia? Se trata de un requisito obligatorio para que el ayuntamiento le dé la licencia. Maldita falta que hace. Si el proyecto obtiene licencia es que es bueno, y no se puede hacer mejor. Ya está. Y al arquitecto se le paga lo menos posible y con la condición de que moleste también lo menos posible. Que no venga diciendo encima el "artista" que se toma su trabajo en serio y va mucho por la obra, porque con esa actitud tan negativa no le va a dejar hacer al cliente lo que él quiere. No le va a dejar realizar sus brillantes ideas.
Según esto, ¿quién hace la arquitectura? ¿Quién piensa en arquitectura?
(Claro, que si luego hay cualquier problemilla su abogado sí que le hace notar el interesante papel que desempeña el arquitecto. Vamos, su seguro. Pero esta es otra historia, que espero no tener que contar aquí. Ya está bien de llorar).
Nota.- En este lloriqueo constante los arquitectos nos creemos el ombligo del mundo y pensamos que somos los únicos que sufrimos esta situación. Desgraciadamente casi todas las profesiones están en condiciones de parecida precariedad y desprecio. Estamos depauperando todo el tejido profesional y, con él, todo el tejido económico y social. Lo de los transportistas, por ejemplo, es de escándalo. Y lo de casi todos los autónomos y profesionales liberales, y casi todos los empleados.
No sé dónde vamos a parar, pero vamos todos en caída libre.
Mientras tanto, viva la competitividad, viva la competencia. Así da gusto: de éxito en éxito hasta la derrota final.
(Si te ha gustado esta entrada; vamos, si no te ha gustado, clica el botón g+1 que aparece aquí debajo. Muchas gracias).

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog