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El lionés Trichet -no confundir con Lionel Messi, por favor: cada uno patea en su campo-, desde su cargo como presidente del European Central Bank (ECB), seguía empeñado en mantener el tipo de interés al 1%, su nivel histórico más bajo, alcanzado en mayo desde 2009. Pero para lograr frenar la inflación, conseguir la estabilidad, una contención de cara a la más que probable subida del barril de crudo en los próximos meses, ayer mismo hacía público su propio vaticinio de hacía unas semanas y lo aumentó al 1,25%. La fidelidad a sus palabras nos trajeron una buena noticia -no me refiero a su visión y empecinamiento- y una mala.
La mala, por seguir el orden de un chiste vulgar y mil veces copiado y repetido, es que deja entrever bien claro lo que sucederá con el petróleo: un aumento progresivo de sus derivados, un coste que repercutirá en nuestros bolsillos, sobre todo al llenar los depósitos de automóviles y camiones, lo que me hace recordar la explicación que me daba en una sala de conferencias un anónimo egipcio del ataque a al-Gaddafi: la negativa de Occidente a permitir que Asia le estuviese garantizando la compra de un millón de barriles diarios al gobierno libio, de cómo una vez más el oro negro era la causa no explicada de la injerencia de las fuerzas capitaneadas por los USA en un país los suficientemente alejado de sus fronteras pero lo suficientemente cercano a sus intereses económicos.
La buena no es que Trichet, un hombre que pese a lo que parezca y diga su partida de nacimiento -de nombre, Jean-Claude-, se siente iluminado por la ideas del europeísmo hasta el punto de exclamar en su toma de posesión como presidente del ECB: “No soy francés" -en realidad: I am not a Frenchman, en inglés y sin contracciones, para que no haya dudas-, diga que España va en la buena dirección, sino que por fin suba su dinero, bueno, el de todos (el tipo de refinanciación es la tarifa que los bancos deben abonar al obtener dinero del ECB en préstamo cuando hacen uso de esa posibilidad en momentos de restricciones de liquidez, como la situación actual). Porque por mucho que se empeñen los informativos y papeles en decir que el euribor es un número relativamente artificial, un promedio marcado por 42 pesos pesados de la banca europea, que ya se había adelantado a esta medida y que por lo tanto no habrá una repercusión inmediata en las hipotecas, la habrá fijo, llevando a los bancos a recaudar más por hacer lo mismo: dejar a los pobres pasar las noches de frío y soledad en la zona de los cajeros automáticos. Y como si algo hemos aprendido en estos últimos tiempos es que la codicia es una serpiente enroscada que hace gala de su infinitud, lo cierto es que cuando los bancos y cajas de ahorros han podido prestar a altos intereses -tampoco ahora negocian, a las pocas empresas que ellos creen que merecen su atención, a lo que manda Europa: faltaría más- las gentes se endeudaban y saltaban de alegría en un colchón comprado a plazos o brindaban con un champán que había comprado fijándose sólo en la etiqueta pegada al cristal de la botella. Tiempos de burbujas y despreocupación que quizá estén más cerca de regresar de lo que nos hemos alejado de ellos, gracias a la medida de Trichet.
Así las cosas, no hay peligro para que se enciendan las alarmas: si se confirma la tendencia alcista de los tipos se encarecerán la mayoría de los créditos, y los grifos no se cerrarán sino que llenarán los hogares de nuevos cachivaches y los aparcamientos privados de automóviles verdes y silenciosos, pues los bancos sueñan con el tintineo de las monedas en sus mostradores. Y una vez que la rueda comience a girar, todo olvidado, y cada uno a lo suyo -¡cómo si la solidaridad hubiese sido el signo del tiempo de la crisis!-. Y si la morosidad se dispara, no hay que preocuparse: las cajas de seguridad se llenarán de los sueños firmados bajo la atenta mirada del señor notario y de los llaveros que los abrían. Lo de siempre y, por seguir las pautas del inicio del XXI, sin oposición ciudadana real.
Lo asombroso es que Trichet no se haya dado cuenta antes de ello y nosotros seamos tan lerdos como para no entender de cuentas. Los únicos que parecen saber algo de matemáticas, son los señores eurodiputados, que a veces echan cuentas con calculadoras electrónicas: están tan alejados de la realidad, son de tan altos vuelos, que cuando votan acerca de sus vidas mundanas se hacen un lío y no saben lo que han hecho hasta que algún periodista se lo explica. Y es que salirse de las rutina crea confusión.
P.S. Gracias a quienes cada amanecer me abren los ojos con su lucidez y a quienes cada anochecer me los cierran con su previsión: en ningún caso aciertan y sé que al día siguiente las noticias volverán a sorprenderme. De ello nace este texto tan opuesto al que escucho hoy.
Jean-Claude Trichet