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Prevista para el pasado día 2 la Orquesta Sinfónica de Pekín, Chen Xi al violín y Tan Lihua en la dirección, la poca seriedad del régimen chino también llega a las orquestas, y me consta la dificultad de los organizadores de encontrar con el tiempo justo una formación de calidad. Personalmente creo que salimos ganando porque la ZKO -Orquesta de Cámara de Zurich- tiene todo lo que podemos esperar de las formaciones centroeuropeas, desde la historia que juega a su favor hasta ese sonido perfecto para un repertorio plenamente clásico que dominan como nadie.
El concierto comenzaba con la Sinfonietta para orquesta de cuerda, Op. 52 (1934) de A. Roussel (1869-1937), un compositor que vuelve a programarse y que encaja perfectamente en una selección de obras plenamente clásicas. Con Paul Meyer dejándoles hacer (lo que es un triunfo para esta formación suiza), nos ofrecieron una obra madura con claras reminiscencias dieciochescas pero con un lenguaje contemporáneo perfectamente asequible a todos los oyentes y en una interpretación pletórica en sus tres movimientos.
El cellista C. Poltéra (Zurich, 1977) es otra figura emergente de un instrumento para el que se han escrito auténticas maravillas que en Asturias degustamos todos los años, y el Concierto nº 1 para violonchelo y orquesta en DO M, Hob. VII B1 de Haydn es una de ellas pese a tratarse de una obra de juventud de Papá Haydn pero que forma parte del repertorio de l@s grandes del cello. Llevando todo el peso de la obra, bien compartido con el concertino Willi Zimmermann (nos dejaron un dúo para el recuerdo) con una cuerda perfectamente homogénea y dominadora de toda la expresividad posible, nos dejó un Adagio lleno de lirismo y un Allegro molto con la técnica al servicio del arte, de sonido potente, redondo, sutil, lleno de una gama dinámica siempre compartida perfectamente con toda la cuerda.
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Para finalizar volvíamos a escuchar a Schubert con la orquesta al completo (con 2 trompas, flauta, 2 oboes y 2 fagots) en la Sinfonía nº 5 en SI bemol M, D. 485 (1816), de nuevo obra de juventud pero con "reverencias" tanto a Mozart como a Beethoven que la orquesta, de nuevo conducida por el clarinetista ahora director Paul Meyer, sin batuta y de memoria, fue desgranando con mucho más que la conocida precisión suiza los cuatro movimientos: empaste perfecto, afinación impecable, coherencia interpretativa y una agógica correctísima para cada uno de los tempi indicados, realmente ajustados y ceñidos al "espíritu vienés". Un Allegro rezumante en el viento bien ensamblado con la cuerda de evocación plenamente vienesa, un Andante con moto de lo más "pastoral" y beethoveniano, el Menuetto: Allegro molto que vuelve a evocar al Mozart de "la 40", y el Allegro vivace final pletórico y alegre que nos permitió volver a casa con una sonrisa en este primer sábado de noviembre típicamente asturiano.
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P. D. 1: También mantengo el sabor veneciano una semana después: así en LNE de este sábado, Carlos Abeledo comenta L'Elisir de Albelo en La Fenice tras el de mi querida Beatriz Díaz.