Revista Sociedad

Más roja que nunca

Por Lor Martín

Hoy escribo desde el AVE, a más de 250 kilómetros por hora y dirección Madrid.

Ha sido un fin de semana muy intenso. Arrastrada a Málaga por un trabajo en el que he hecho todo lo que he podido y en el que he disfrutado de cada momento. Un fin de semana ajetreado que sin embargo me ha dado la posibilidad de desconectar un poco de todo. No wifi, no news. Ni buenas ni malas. Pero ya es lunes, y en el camino de vuelta a casa todo vuelve a la normalidad. O casi. Abrir Facebook, Twitter o Google te devuelve instantáneamente a la vida real, a los problemas, a la indignación que guía gran parte de nuestros días los últimos meses. Esta vez no se trata de los mercados, de la prima de riesgo o las cifras del paro. Esta vez, y hoy en el sentido más literal de la palabra, Valencia arde.

Arden sus tierras, sus pueblos, sus casas… pero también los sueños de sus vecinos, la esperanza de toda una comunidad que ve cómo lo único que no nos podía quitar esta panda de corruptos que nos dirige, arde en llamas como una irónica metáfora de la ciudad.

Salí de casa el viernes dejando en las terrazas una manta de ceniza y polvo y una nube de humo cubriendo el cielo. Vuelvo y aunque todavía no he llegado a verlo con mis propios ojos, sé que las palabras y las imágenes que decenas de amigos han compartido en las redes sociales no pueden ser sino una pequeña parte de lo que realmente está pasando.

Un daño que obviamente, y ante las lenguas viperinas de los más pro-políticos, es la gran mayoría de veces un desastre sin responsables “visibles” (no hablo ya del señor al que se le ocurre quemar la paja que le sobra en pleno mes de julio a las 13.30 del mediodía, que es otro tema). Sin embargo, esta vez me temo que sí tiene una cabeza visible (varias, de hecho). Unas cabezas que hace algún tiempo tuvieron la ingeniosa y espléndida idea de destinar parte del presupuesto dedicado a la limpieza de los bosques y la prevención de este tipo de desastres (que es una inversión que nadie nota y que, si no pasa nada, nadie echará de menos) a, por ejemplo, la visita del Papa, entre otros muchos actos magnánimos y esplendorosos que hacen de Valencia “un lugar en el mapa”. Eventos infinitamente más atractivos que unos cuantos pinos rancios y cuatro arbustos con olor a caca de jabalí. Pues así nos luce el pelo.

Y mientras, en el resto de España, se celebra la victoria de la selección. Y aquí quiero hacer una pequeña aunque importante aclaración. Pese a lo que algunos puedan creer, a mí el fútbol no me quita el sueño. Y digo que no me quita el sueño porque no lo hace, ni para bien, ni para mal. Ni me gusta, ni me disgusta. Vamos, que me la trae al pairo. Lo que me repatea de él no es si a los jugadores se les paga una pasta que luego guardan en otros países, ni la mamarrachería que hay alrededor de él. Lo que me molesta es que hayamos dejado que se convierta en una fantástica, tupida y optimista cortina de humo. Un anestésico perfecto que nos impide darnos cuenta del dolor que producen muchas de las espinas que nos están clavando y que tarde o temprano acabaremos notando. Un velo al antojo de las necesidades de los mercados, las medidas de los políticos o los desastres medioambientales. Lo que viene siendo un antifaz para todo.

Y esta vez no está siendo menos. Ya digo que he estado desconectada al 100%, no solo de Internet, sino también de prensa y televisión. Sin embargo, la poca cobertura que parece están dando de los incendios, incluidas las personas a las que les está afectando directamente, hace que Internet tiemble, se combulsione y surjan rumores por doquier.

Desde aquí dar la enhorabuena a los jugadores de fútbol, que al fin y al cabo son los que ayer ganaron algo… Los demás, pues sí, horita y media de felicidad, que nunca está de más, y ahora a seguir con nuestras vidas o lo que el fuego y la incompetencia de los que nos gobiernan nos deje.


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