A veces la vida navega entre dos páginas de periódico. Dos noticias aisladas, sin nada que ver entre sí, que poco a poco y con los años terminan acercándose. Quien estuviera leyendo el ABC del martes 13 de septiembre de 1977 (por otro lado, fecha de tocar madera) leería en su portada y en sus páginas deportivas que el Rayo Vallecano, un equipo “de barrio” de Madrid, había conseguido el fin de semana anterior (el lunes no se publicaba el periódico) su primera victoria en la Primera División, a costa del Racing de Santander, y merced a un solitario gol de Francisco. Era un día histórico para el equipo, para el barrio y, por supuesto, para la ciudad de Madrid, que contaba esa temporada (la 77-78) con tres equipos en la máxima categoría del fútbol.
Ajena completamente a esa noticia, y visto desde la perspectiva de hoy, quizás se pudiera decir agazapada, quizás nuestro anónimo lector le echará el ojo a un titular de la página 67, en la sección de economía, que rezaba: “Desmentido de Rumasa: No hay fuga de divisas”. En el cuerpo de texto, se puntualizaba: “Rumasa insiste de la forma más categórica en negar cualquier participación de las empresas de su grupo de operaciones que puedan representar la más ligera duda sobre su seriedad, incompatible con tales actividades delictivas”.
Dos noticias. Una económica y otra deportiva. Sin nada que ver. Sin embargo, el viaje en el tiempo termina por unir ambos protagonistas. En un 23F (que manía con esa fecha) del 83, 6 años después, el primer gobierno del PSOE expropia Rumasa y crea un Superman que pega leches. Las “ligeras dudas” se van haciendo grandes. Con los años, Jose María Ruíz Mateos acude a salvar a un Rayo que atraviesa por graves dificultades económicas y lo convierte en 1991 en una Sociedad Anónima a su cargo. El viaje entre la portada y la página 67 de aquel martes y 13 se había completado. Y ahora, tristemente, asistimos a otra parada de ese mismo viaje, con las empresas asociadas a Ruíz Mateos de nuevo con “ligeras dudas” y al Rayo pasándolas canutas a raíz de esos mismos problemas.
Y es triste porque el Rayo siempre fue especial. De ese tipo de cosas especiales que son pequeñas pero grandes, que nos van acompañando y que parece que siempre están ahí. De momento, siempre fue un poco “punto de encuentro” entre quienes amábamos lo blanco y quienes suspiraban por el Manzanares. Tanto Madridistas como Atléticos coincidíamos en el cariño al Rayito, en esbozar sonrisas con sus victorias, en celebrar que un equipo de barrio llegase a donde estaba. El Rayo era eso, un equipo de barrio, como muchos de nosotros, que más da que fuera Vallecas o Begoña. O Moratalaz, la Elipa. Barrios de Madrid.
Yo tenía 11 años cuando el Rayo subió a primera, y estaba en esa edad en la que el fútbol empezaba a ser algo si no importante o necesario, si bastante presente en juegos o conversaciones. Esa edad en que los colores de cada uno empiezan a salir en los juegos, y en los que las pullas dependiendo del resultado eran pan de cada lunes. Y a todos los efectos, aquella temporada marcó mi imagen del Rayo Vallecano. En la octava jornada de liga, en su primer enfrentamiento contra “mi” Madrid, le ganó 3-2, en la 13 ganó 3-0 al Valencia, en la 17 2-0 al Atlético. El Barça no pudo con el en los dos partidos: 1-1 en el Camp Nou, 2-1 en Vallecas. Alguien le puso un mote: Matagigantes. Y eso es lo que fue para mí desde aquel año 77. Un David, un matagigantes. Acabó el undécimo en aquella liga sin apearse del alias y del reconocimiento de Vallecas y Madrid. Y a pesar de que al año siguiente descendió, y que después fue alternando sus estancias en primera con descensos e incluso con viajes por la Segunda B, jamás empeoro la imagen que me dejó en aquella primera “cita”.
Por eso ahora, cuando las cosas no van precisamente bien, yo se que el Rayo saldrá adelante, de una manera u otra. Porque yo le conocí como de verdad ha sido siempre: un matagigantes, se llamen estos Real Madrid, Barça o, simplemente, crisis.
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