Revista Cine
Mátalos suavemente (2012), de andrew dominik. crisis en los bajos fondos.
Publicado el 01 octubre 2012 por MiguelmalagaEn la escena inicial de El Padrino, uno de los peticionarios de don Vito, que acude a él como muestra de respeto el día de la boda de su hija, le manifiesta que él cree en América, pero se ha dado cuenta de que hay cosas que no funcionan bien dentro del sistema y debe pedirle que ejecute una venganza que cree justa, que va mucho más allá de lo que puede ofrecerle la justicia estadounidense.
En todas las sociedades hay personas que prosperan al margen de la ley y de sus actividades depende la economía de mucha gente. El cine y la literatura las han retratado con amplitud, ya que es una clase social que suele moverse al filo del abismo, apostando continuamente al todo o nada y estas circunstancias son muy atractivas a la hora de abordar una historia. El mundo que retrata Mátalos suavemente es el de la pequeña delincuencia, el de aquellos que aceptan todo tipo de trabajos ilegales, consumen drogas baratas y se mueven entre mafiosillos que regentan pequeñas casas de juego y trafican a pequeña escala, los currantes de los bajos fondos, a los que una crisis económica afecta al bolsillo de la misma manera que al trabajador legal. De hecho, una de las constantes de la narración es mostrarnos imágenes televisivas que hablan del impacto de la recién estrenada recesión (nos encontramos en el año 2008) y comienzan a bombardear al telespectador con toda clase de cifras y datos económicos para que empiece a acostumbrarse a irse a la cama con miedo. Es decir: los delincuentes que retrata Dominik son meros aficionados al lado de los ladrones de guante blanco que tanto sufrimiento han provocado a nivel mundial. Sólo que éstos no tienen que mancharse las manos para ganar millones, mientras los pequeños tienen que arriesgar constantemente su pellejo para hacerse acreedores de sus pequeñas recompensas, que terminarán diluidas entre los delirios producidos por una droga que les hace transitar constantemente entre dos mundos: el real y el inducido por el estupefaciente. Uno de los personajes, al borde ya del colpaso, es incapaz de mantener una conversación sin caer en constantes microsueños, y la cámara nos muestra su punto de vista de la realidad: un mundo nebuloso en el que ya no importan demasiado los estímulos y mensajes que llegan del mismo, aunque signifiquen el peligro de la propia vida.
Pero en el mundo de la delincuencia también existe la clase media, representada por un Brad Pitt en estado de gracia que compone un personaje mucho más profesional cuyos servicios, lógicamente, cuestan algo más caros, aunque en un determinado momento descubra que la crisis también va a afectarle a él. A su lado, un inolvidable James Gandolfini, componiendo a otro asesino profesional en decadencia, al que sólo parecen interesarle el alcohol y las prostitutas. Su presencia en el reparto no puede sino remitirnos a esa serie magistral llamada Los Soprano, un retrato coral de la parte sumergida de América, de aquellos mafiosos que transmiten su trabajo de padres a hijos y cuyo protagonista se enfrenta a la misma disyuntiva que Michael Corleone: ¿cómo legalizar los negocios, como hacer de sus sucesores gente respetable? Porque la delincuencia mancha y expande su suciedad alrededor en progresión geométrica. Al menos nos queda el consuelo de que las películas de mafiosos (Coppola, Scorsese, De Palma, Ferrara...) son una de las mejores cosas que le ha pasado al cine.