Revista Opinión

Matar una hormiga

Publicado el 30 abril 2012 por Carmentxu

Invertir en miseria es, a día de hoy, una de las apuestas más rentables. Se ha demostrado en nuestros últimos cuatro meses y primeros del Gobierno (aún les quedan nada menos que otros 44). Invertir en miseria devenga unos intereses extraordinarios ya que la miseria no sólo crece, sino que se multiplica en poco tiempo y se ramifica hacia todos los ámbitos, germinando alegremente y dando lugar a nuevos brotes de miseria que a su vez alcanzan nuevas fronteras.
Ahora los jueves ya no hay milagro. Lo que sí va a haber cada viernes es consejo de ministros: nuevos recortes, nuevos golpes de timón, nuevas subids de impuestos, bajada de prestaciones, caída irremisible de la vergüenza y del pudor. Ni las agencias de clasificación nos conceden el beneficio de la duda: no creen que estrangulando la economía ésta vaya a mejorar. Aplican la lógica, aliñada con una buena dosis de especulación y apostando al rojo. Y con este panorama, la OIT alerta: no nos baja la calificación, pero su veredicto duele más que cualquier reducción de nota, porque avanza el futuro: hasta finales de 2016 no se conseguirá recuperar empleo. Para entonces, la cifra de paro habrá rebasado con creces los seis millones de personas, miles de familias sin dinero para llegar a final del día, ni techo, ni esperanza. 2016 se me antoja demasiado tarde. ¿Habrá valido la pena? ¿El fin -recuperar empleo- justifica los medios, los miedos?… Me temo que la respuesta es tan negativa como el futuro.

Es muy fácil matar a una hormiga. Se las puede pisar, tan chiquititas, una forma pueril de acabar con una mínima parte de ellas, pero poco práctica. Para asestar el golpe definitivo al colectivo, basta con echar insecticida a lo largo del recorrido que siguen hasta su hormiguero. Pese a que huelan y sientan el peligro, mantendrán el rumbo, programadas como están para repetir el camino una y otra vez. El resultado es que morirán sin remisión, sin extraer ninguna conclusión ni aprender para la próxima vez. Pero nosotros no somos hormigas, ¿verdad?


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