En la entrada Hilda Hudson, la primera conferenciante en un Congreso Internacional de Matemáticos hicimos un ecorrido por la vida y trabajos de esta matemática británica que hizo historia como primera conferenciante invitada en un Congreso Internacional de Matemáticas. Pero su vida ofrece otros aspectos interesantes que exploraremos en esta y otras entradas.
Una de las facetas curiosas de Hilda Hudson eran sus pensamientos sobre la relación entre las matemáticas y Dios. Su artículo titulado “Mathematics and Eternity”, publicado en la revista “The Mathematical Gazette”, en enero de 1925, comienza así:
Para todos los que tenemos la creencia cristiana de que Dios es verdad, todo lo que es verdad es un hecho acerca de Dios, y las matemáticas son una rama de la teología. Las relaciones de los hombres con Dios y con el universo tienen un lado exacto, e incluso numérico, capaz de tratamiento científico, llamado matemáticas puras y aplicadas.
Y continúa
Así, la investigación es una búsqueda mística y apasionada. Todos los científicos saben esto, aunque la mayoría tiene una timidez innecesaria y no científica de admitirlo. Las pasiones inferiores pueden cegar los ojos y nublar el intelecto; pero la alta pasión por la verdad es iluminadora y estable, y en una forma u otra es el único poder que permite a los hombres despreciar deleites y vivir días laboriosos en la búsqueda del conocimiento. Vale la pena por una vez para desviar nuestras mentes de los aspectos profesionales y temporales de las matemáticas, a su relación con las cosas que son invisibles y eternas.
La idea de Hudson es la universalidad de las matemáticas (puras o aplicadas); son las mismas para el hombre que para Dios, ya que compartimos esa capacidad intelectual para conseguir una representación del mundo. Compara lo que pasa con otras ciencias: “Pero los pensamientos de las matemáticas puras son verdaderos, no aproximados o dudosos; puede que no sean los más interesantes o importantes de los pensamientos de Dios, pero son los únicos que conocemos exactamente.” Hudson afirma que un cristiano puede dedicar su vida a la investigación matemática sin debatir sobre su utilidad o no, porque “estamos pensando los pensamientos de Dios mismo”.
Una de las ideas de Hudson en este artículo es su idea de como los procesos de matemáticas puras y aplicadas tienen más en común de lo que aparece a primera vista, porque al final, la clave no es el pensamiento sino la iluminación. Recobra así esa idea de cómo los matemáticos “ven” la demostración como si se tratara de una particular epifanía.
Y Hudson considera también los problemas entre naciones, las diferencias entre géneros y razas, que podrían resolverse si nos basarámos en la búsqueda de la verdad como los matemáticos, o en la ftaternidad universal predicada por los cristianos.
La relación entre las matemáticas y la divinidad es algo muy frecuente porque esta ciencia parece la única capaz de desentrañar la realidad y llegar a la verdad. No olvidemos que Ramanujan llegó incluso más allá al afirmar que era la diosa Namagiri quién ponía en su mente los teoremas, o el caso de los matemáticos místicos rusos, por citar solo dos ejemplos.
Los argumentos de Hudson son más propios de principios del siglo XIX que de la época en que el artículo fue escrito, y en algún momento, pecan de una gran ingenuidad, como cuando afirma que la Santísima Trinidad no es más que el Álgebra (1, 2 y 3) y que la reencarnación es asunto de la matemática aplicada. Pero sirva esta entrada para recordar una vez más que los matemáticos somos al final personas como todos, con nuestras creencias personales y nuestros aciertos y errores, aunque a veces a algunos les asalten ambiciones de transcendencia.
Hermann Schwarz
Terminamos la entrada con una anécdota sobre Hermann Schwarz (narrada por la propia Helen Hudson, que asistió a sus clases en Berlín):
El profesor Schwarz solía comenzar sus clases de cálculo diferencial diciendo que antes de que Dios creara el mundo, tuvo que aprender matemáticas; en primer lugar Él creó los números. Entonces el diablo vino y pidió uno para él, pero Dios no le dio ninguno, así que se llevó cero. Es por eso que es fácil probar que 1 = 2 dividiendo ambos lados de la ecuación por 0. Pero el profesor estaba equivocado en un punto: Dios no creó los números, que son tan viejos como él mismo, parte de su misma naturaleza.
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Manuel de León (CSIC, Fundador del ICMAT, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, Real Academia Galega de Ciencias)