Revista Cultura y Ocio

Maten al león, por Jorge Ibargüengoitia

Publicado el 07 octubre 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Maten al león, por Jorge Ibargüengoitia Editorial Joaquín Mortiz. 187 páginas. 1ª edición de 1969, esta de 1998.
Había leído ya Las muertas y tenía empezada Estas ruinas que ves, las dos novelas que había comprado –junto con la primera edición de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño en la librería de segunda mano de Fort Mason en San Francisco (de la que ya hablé hace unas semanas en la entrada titulada Un paseo literario por la costa Oeste norteamericana), y me pareció una pena no hacerme con el resto de libros de Jorge Ibargüengoitia (1928, Guanajuato, México - 1983, Mejorada del Campo, Madrid), que tenían allí, con precios de 4 o 5 dólares –dependiendo sólo del grosor del volumen– en las agradables ediciones mexicanas de Joaquín Mortiz. Así que una mañana que tuve que ir con mi novia a hacer una consulta en internet en la biblioteca de la calle Chestnut, nos acercamos de nuevo a Fort Mason, que quedaba al lado (como cualquier conocedor de San Francisco sabe) y compré Maten al león y La ley de Herodes. Dejando allí de Ibargüengoitia tan sólo Los relámpagos de agosto, por tenerlo ya comprado en Madrid, en la misma edición de Joaquín Mortiz, y Los pasos de López, por encontrarse su último cuadernillo desprendido del lomo. Lo que provocaría una tercera visita a Fort Mason, tras decirme: bueno, qué importa, por 4 dólares puedo pegar ese cuadernillo desprendido (los adictos a la compra de libros somos así y, como dice mi amigo Antón, conozco a gente con adicciones peores). Leí el comienzo de esta novela en la habitación del hotel de la calle Lombard, donde estábamos alojados en San Francisco, otra parte en una cafetería de la calle Chestnut, más de la mitad en el viaje de vuelta a Madrid: en un avión San Francisco-Dallas, durante la espera en el aeropuerto de Dallas, y la terminé en otro avión Dallas-Madrid.
Maten al león es la segunda novela de Jorge Ibargüengoitia, y si la primera, Los relámpagos de agosto, es una crítica a los últimos años de la revolución mexicana, esta lo es de los dictadores hispanoamericanos, entroncando así con la larga tradición literaria del continente. La acción de Maten al león se sitúa en la pequeña (“un círculo perfecto, de 35 kilómetros de diámetro”) e inventada isla caribeña de Arepa, y el emplazamiento temporal nos lleva a 1926. El presidente de la República es Manuel Belaunzarán, héroe de las guerras de independencia contra los españoles, que en 1926 está llegando a su cuarto mandato consecutivo en Arepa, último que permite la ley. En la primera página de la novela, aparece flotando en la playa el cadáver del doctor Saldaña, líder de la oposición y contrincante político de Agustín Cardona, segundo de Manuel Belaunzarán. Tras la llamada telefónica que avisa al presidente de lo que ya sabe (la muerte del doctor Saldaña); al colgar, Belaunzarán se vuelve a Cardona y le espeta: “Ahora sí, Agustín, si no ganas estas elecciones, sin contrincante, es que no sirves para político, ni para nada” (pág. 11).
La novela, escrita en tercera persona, está narrada con un tono más sarcástico que irónico, y en sus primeros y frenéticos capítulos se muestra a un gran número de personajes, descritos escuetamente y con los que, debido a la distancia que impone el sarcasmo, el lector se va a sentir poco identificado. Tras la muerte del doctor Saldaña, los miembros del partido moderado –los opositores al régimen de Belaunzarán–, ante la preocupación de que vaya a ser aprobada la Ley de Expropiación que haría que sus propiedades pasasen al Estado, deciden contactar con Pepe Cussirat, de 35 años, que salió con su familia de la isla hace 15 años y que vive en Nueva York –el “primer arepano civilizado” (pág. 39)– para proponerle ser candidato a la presidencia de la República. Tras la espectacular llevada de Cussirat a Arepa en avioneta –“Porque en Arepa nadie había visto un avión” (pág. 41)–, Cussirat se percata de que va a ser imposible ganar a Belaunzarán en las urnas (en la calle el pueblo pide la presidencia vitalicia para el héroe de las guerras de independencia, y en el congreso, aprovechando la ausencia de oposición –en el entierro del doctor Saldaña–, se ha votado la modificación de la ley que prohíbe más de cuatro mandatos presidenciales). En aras del cambio democrático, Cussirat centrará sus esfuerzos en atentar contra la vida del dictador.
La novela resulta cómica al narrar los continuos fracasos de matar al León, aunque todo esto flote sobre un fondo trágico de fusilamientos de falsos terroristas.
Y si Ibargüengoitia realiza en esta novela una crítica de los regímenes dictatoriales hispanoamericanos, también hace, y posiblemente con más fuerza que la aparente primera intencionalidad del libro, una fuerte crítica de la hipocresía social de los poderosos (profusamente descritos en la novela), que bajo el amparo de pedir libertad, democracia o paz, sólo velan por perpetuar sus privilegios de clase, bien sea bajo el amparo de un dictador amigo o de una aparente democracia que ellos controlen, dando así pie al inmovilismo social y a la perpetuación de las injusticias.
Al principio, al presentar Ibargüengoitia un elenco tan grande de personajes, desde los más poderosos –y desagradables– hasta los más desvalidos –representados sobre todo por la figura de Pereira, un triste profesor de dibujo de un colegio–, pensé que la novela corría el riesgo de acabar siendo una obra de tesis, principalmente socialista. Pero su propio tono nada grandilocuente hace que la composición novelística sea más compleja y rica que la achacable a una mera novela de tesis. Y quizás pensé también que algunos de los personajes no tenían una función muy clara en la trama, principalmente fijándome en Pereira y en la descripción de su hogar humilde, en contraste con la suntuosidad del palacio presidencial o de las casas de los ricos de Arepa. Pero estaba equivocado, la presencia de Pereira queda al final perfectamente justificada en la historia.
Si comparamos Maten al león con otras novelas hispanoamericanas de dictadores, como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez o La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, la de Ibargüengoitia, pese a ser una obra entretenida y de ritmo dinámico, no está a la altura de las citadas. De las tres obras que llevo leídas de este autor, ésta me ha parecido la más floja. Y sin embargo me ha agradado leerla. No puedo considerar desdeñable una novela donde uno puede encontrar párrafos como el siguiente (el León Belaunzarán va a sufrir un atentado al acudir al cuarto de baño): “Al terminar se abrocha, y después, tira de la cadena, con cierta dificultad. Se extraña al oír, en vez del agua que baja, un crujido, un cristal que se rompe, y una efervescencia. Levanta la mirada y la fija en el depósito. En ese momento, como una revelación divina ve la explosión. ¡Pum! Un fogonazo. El depósito se abre en dos, y el agua cae sobre Belaunzarán. Con las reacciones propias de un militar que ha pasado parte de su vida en campaña, Belaunzarán brinca, es presa del pánico, huye hacia su despacho, y de un clavado se mete debajo del escritorio. Al poco rato, comprende que el peligro ha pasado, se repone y monta en cólera” (págs. 87-88).

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