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Materialismo y religión: camino de la Nada.

Publicado el 09 septiembre 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

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En el libro Romper el hechizo: la religión como un fenómeno natural, el filósofo Daniel Dennett expone las teorías sobre los orígenes del sentimiento religioso desde una perspectiva declarada, y avisada desde el inicio, de ateo militante, un término que se puso de moda entre los partidarios de Richard Dawkins hace pocos años para agrupar este tipo de obras.

El libro resulta entretenido, a pesar de, o gracias a, que el autor justifica la sencillez  e incluso liviandad de los contenidos porque su objetivo es llegar al  “americano medio”, de modo que se siente libre de exponer una teoría darwiniana de la religión usando eso que debería bautizarse oficialmente – quizás con H2O enriquecida con tonificantes y estimulantes— como materialismo adivinatorio, positivismancia…

O algo…

Esto es, una exposición que presume de acercarse al asunto bajo las directrices del método científico y la más escrupulosa objetividad –la fe en la objetividad aún no ha sido declarada oficialmente religión, quizás porque conforma una secta muy peligrosa— al tiempo que no se corta, a la hora de las conclusiones, de usar frases del tipo: “lo cual no significa que esté probado, sino sólo que es muy posible que pueda probarse…”.

¿…?

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Privilegios de la objetividad…

Y puesto que en este blog las especulaciones son un sano alimento para el alma, el único si resultara ser cierto eso de que la esencia es posterior a la existencia, las recopilaciones de Dennett son muy bien recibidas para decorar algunos pliegues de los velos de Isis, a la espera de que algún día se descorran las cortinas.

Dennett resume las teorías existentes sobre la religión como una respuesta adaptativa de la mente humana, sometida al “proceso, ciego y carente de prospección, de la selección natural”: los conceptos religiosos “se conectan con sistemas de inferencia en el cerebro de un modo tal que facilitan el recuerdo y la comunicación”, o “disparan nuestros programas emocionales de maneras particulares”, o “se conectan con nuestra mente social”.

En este sentido, el pensamiento religioso nace como una sofisticación de eso que se denomina la “detección de agentes”, el proceso por que todo organismo es capaz de apreciar movimientos externos y determinar la conveniencia de protegerse. Por ejemplo, un sistema rudimentario, como el de una almeja, cierra su concha al mínimo movimiento detectado.

La evolución de este sistema, en los organismos superiores, desarrolla no sólo la detección, sino la anticipación de tales movimientos. Todo lo cual se comprueba cuando alguien intenta atrapar a un animal salvaje, que se anticipa a todos los movimientos.

Es lo que Dennett denomina “perspectiva intencional”. Después de adquirida esta capacidad…

…siguió una especie de carrera armamentística –con estratagemas y contraestratagemas, movimientos engañosos y detecciones inteligentes de movimientos engañosos—que llevó a las mentes animales a alcanzar mayor sutileza y poder.

La perspectiva intencional tiene diferentes grados de sofisticación, cada uno de los cuales determina la manera como se percibe la realidad: según uno ve el mundo, así considera que lo ve el resto. De este modo, los seres humanos conciben el mundo…

…como si contuviera cantidades de agentes que, como ellos, tienen creencias y deseos, así como creencias y deseos acerca de las creencias y los deseos de los otros, y creencias y deseos acerca de las creencias y deseos que los otros tienen respecto de ellos, y así sucesivamente. Este uso virtuoso de la perspectiva intencional no resulta natural, y tiene el efecto de saturar nuestro entorno humano con psicología popular. Experimentamos el mundo no sólo como si estuviera lleno de cuerpos humanos, sino también de seres que recuerdan y que olvidan, que piensan y que esperan, de villanos e inocentes, de rompedores de promesas, de amenazadores, de aliados, de enemigos.

Quienes no lo perciben así, como los autistas, “tienen una discapacidad más significativa que aquellos que han nacido ciegos o sordos”.

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La perspectiva intencional es difícil de actualizar. Por ejemplo, cuando muere alguien cercano y es necesario adecuarse a esa ausencia, la perspectiva intencional ya no válida se manifiesta en frases como: “Me pregunto si a ella le habría gustado que…”.

Una porción considerable del dolor y la confusión que sufrimos cuando nos enfrentamos a la muerte es causada por los frecuentes, casi obsesivos, recordatorios que nos son arrojados por los hábitos de nuestra perspectiva intencional […] Lo que mantiene a mucho de estos hábitos en su lugar es el placer que adquirimos al dejarnos llevar por ellos. Y por eso les damos vueltas en la cabeza, atraídos hacia ellos como las polillas a las velas. Preservamos reliquias y otros recuerdos de las personas fallecidas, fabricamos imágenes suyas y contamos historias sobre ellas, para prolongar esos hábitos de la mente incluso cuando ya empiezan a desvanecerse.

Pero la añoranza se ve enfrentada a la repulsión del cadáver. Entonces, algo tiene que hacerse para conciliar ambos impulsos: una ceremonia que aleja el cuerpo del entorno cotidiano pero permite que la perspectiva intencional siga activa “en términos de presencia invisible del agente”. El espíritu es así una “persona virtual” sobre la que seguir ejerciendo los hábitos intencionales tan difíciles de suprimir.

La imaginación es un mundo virtual…

…poblado por esos agentes que tanto nos importan, no sólo los vivos, sino también los ausentes y los muertos, aquellos que se han ido pero que no han sido olvidados. Liberados de la presión correctiva de tener que propiciar más encuentros en el mundo real, estos agentes virtuales son libres de evolucionar en nuestras mentes para amplificar nuestros anhelos o nuestros temores.

[…]

La práctica de exagerar en la atribución de intenciones a las cosas móviles se llama animismo, que literalmente significa “darle un alma (del latín anima) a lo móvil. La gente que amorosamente engatusa a sus malhumorados automóviles, o que maldice a sus computadoras, está exhibiendo rastros fósiles de animismo.

Conscientemente, pocos se toman en serio su acción animista, pero su impulso inconsciente sigue siendo una actuación que les hace sentir mejor al interpelar al objeto como un agente que responde o no a nuestras peticiones y deseos.

En este sentido, el conductismo ha buscado la explicación de las supersticiones en la coincidencia de algún acto premeditado con el efecto que se buscaba lograr, como se observa en el experimento de la paloma.

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Si en las palomas, con sólo haberlas conducido a una trampa de refuerzos aleatorios, puede producirse un efecto conductual tan extraordinariamente extravagante, no es difícil imaginar que felices accidentes hayan inculcado efectos similares en nuestros ancestros […]. Ciertamente, las nubes no parecen agentes con creencias y deseos, de modo que sin duda es natural suponer que ellas, de hecho, son cosas inertes y pasivas que están siendo manipuladas por agentes escondidos que parecen agentes: dioses de la lluvia, dioses de las nubes y similares.

Entre todas las ideas que pueden surgir para explicar un fenómeno, debe existir un proceso discriminatorio que se basa en una selección natural de ideas que sobreviven frente a muchas otras que no lo logran. La memoria humana refuerza la vida de una idea “por repetición diferencial, enfatizando lo que es vital y descartando lo trivial después de la primera pasada”.

En el proceso de superstición, se busca reforzar los estímulos naturales para intensificar los efectos. Tal es el papel de la música como intensificación de la voz, o de los colores saturados para sobreestimular la corteza visual. De esta forma, se manipulan las condiciones naturales para crear una imagen sucedánea donde no sólo se intensifica la realidad, sino que se combinan elementos de la misma para crear objetos con mayor claridad significativa, es decir, depurados para ajustarse a las intenciones.

Resumamos la historia relatada hasta ahora: las memorables ninfas, hadas, duendes y demonios que atestan las mitologías de cada persona son las crías imaginativas del hábito hiperactivo de encontrar acción dondequiera que algo nos desconcierte o nos atemorice. De modo meramente mecánico, este proceso genera una sobrepoblación de ideas de agentes, muchas de las cuales son demasiado estúpidas como para cautivar nuestra atención por más de un instante. En el torneo de repeticiones, sólo unas pocas ideas bien diseñadas logran mantenerse, pues mutan y mejoran a medida que avanzan.

En este desarrollo de la superstición, surge otro factor que está relacionado con la complejidad de las relaciones sociales:

Mientras que otras especies hacen uso de la perspectiva intencional de un modo limitado –para anticipar los movimientos del depredador y de la presa, tal vez con algo de intimidación y engaño—, nosotros, los seres humanos, estamos obsesionados con nuestras relaciones personales con los demás: nos preocupamos por nuestras reputaciones, nuestras promesas y nuestras obligaciones incumplidas, y revisamos nuestros afectos y lealtades.

Nuestras preocupaciones relativas a la supervivencia ascienden, así, a otro nivel: “¿En quién puedo confiar? ¿Quién confía en mí? ¿Quiénes son mis rivales y quiénes mis enemigos?”.

La información estratégica es incompleta e imperfecta en cada uno de los agentes, de modo que resulta tentadora la posibilidad de un agente que tuviera acceso a toda la información, un ser omnisciente al que tener como aliado. Los antecedentes de un ser así se vislumbran en la evocación de los familiares muertos, quienes suelen adquirir el rol de una figura paternal o maternal que parece saberlo todo y que nos protege.

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La evocación imaginaria de una autoridad cercana permite aliviar muchos dilemas surgidos del caos de la existencia. Pero es necesario que, una vez existe la figura paternal, podamos recibir su sabiduría.

Para comunicarse con los dioses, la solución fue la “adivinación”. Frente a la dificultad en la toma de decisiones, cualquier cosa que nos libere de tal carga puede ser bienvenida, incluso lanzar una moneda al aire. Se trata de ingeniar un agente externo que se responsabilice de tomar una decisión, tanto más trascendente cuanto más importante sea el asunto a tratar.

La adivinación, en este sentido, reduce la responsabilidad en la toma de decisión y, en consecuencia, reduce la acritud que puede resultar de las malas decisiones: “era importante creer que alguien, en algún lugar, y que sabe qué es lo correcto, me lo está diciendo”.

En cuanto a la transmisión de la cultura religiosa de una generación a otra:

…los rituales son procesos que ayudan a mejorar la memoria, y que han sido diseñados por la evolución cultural […] para incrementar la fidelidad en la copia del proceso mismo de transmisión genética que ellos aseguran. Una de las enseñanzas más claras de la biología evolutiva es que la extinción temprana aparece en el futuro de cualquier linaje en el que la maquinaria de la copia se dañe o incluso se degrade sólo un poco. […] De modo que podemos estar seguros de que las tradiciones que estén próximas a convertirse en religiones y que carezcan de buenas estrategias para preservar sus diseños, de manera confiable, a lo largo de los siglos, están condenadas a caer en el olvido.

Una de las mejores maneras de asegurar la fidelidad de la copia a lo largo de muchas replicaciones es la estrategia de la “regla de la mayoría”:

…no todo el mundo recordará la letra o la melodía ni el siguiente paso, pero la mayor parte sí lo hará, y aquellos que pierdan el paso rápidamente podrán corregirlo volviendo a unirse a la multitud, preservando así las tradiciones de un modo mucho más confiable de lo que podrían hacerlo cada uno por su cuenta. […] No es accidental el hecho de que todas las religiones tengan ocasiones en las que sus partidarios se reúnen a actuar en público y al unísono en rituales. Cualquier religión que careciera de dichas ocasiones ya se habría extinguido.

Concluye Dennett:

…aunque la religión evolucionó, no es necesario que sea buena para nosotros para poder evolucionar. […] Ser capaces de leer nos trae tremendos beneficios, y quizás haya beneficios similares o mayores cuando se es religioso. Pero es posible que la gente ame la religión independientemente de cualquier beneficio que pueda brindarle. […] No es sorprendente que la religión sobreviva. Ha sido posada, revisada y corregida durante miles de años, con millones de variantes que se extinguieron en el proceso, de modo que tiene un buen número de características que despiertan la atención de las personas, y un buen número de características que preservan la identidad de esas mismas características, características que resguardan de, o que confunden a, los enemigos y a los rivales, asegurando sus lealtades. […] Para algunas [personas], los memes de la religión son mutualistas, en tanto proporcionan una suerte de beneficios innegables que no pueden hallarse en ningún otro lugar. Es posible que la vida misma de estas personas dependa de su religión, como todos dependemos de las bacterias de nuestro intestino, que nos ayudan a digerir la comida. A algunas personas la religión les proporciona motivaciones organizacionales para hacer grandes cosas: trabajar por la justicia social, la educación, la acción política y las reformas económicas, entre otras. Para otros, los memes de la religión son más tóxicos, pues explotan aspectos menos respetables de sus psicologías, jugando con la culpa, la soledad y la añoranza de autoestima y de importancia. Sólo cuando logremos enmarcar en una perspectiva comprensiva los muchos aspectos de la religión podremos formular políticas defensivas para saber cómo responder a ellas en el futuro.

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Cabe pensar, a raíz de todo lo expuesto, que la religiosidad es una necesidad provocada por la particular evolución del homo sapiens, y yendo más allá, que está tan afianzada por el proceso natural que su rechazo conlleva a un estado “antinatural” cuyo precio es demasiado elevado para el hombre moderno.

Con razón o sin ella, parece que estamos condenados, como especie y por selección natural, a perseguir lo sobrenatural. Incluso al negarlo. Como dice Kitaro Nishida, “después de haber experimentado algún periodo de extrema desdicha, no hay probablemente ninguna persona que no sienta surgir desde las profundidades de su espíritu algún sentimiento religioso” (Pensar desde la Nada).

La religiosidad y el desarrollo de su aparatosidad social se puede explicar en términos evolutivos y antropológicos, pero el sentimiento de espiritualidad resulta, a estas alturas, inherente a la condición humana. Resuena en lo más profundo de la psique a modo de impulso, o instinto, y hay que vivir con ello.

En palabras de Nishida, no cabe crearla, pues ya existe. Lo único que cabe es explicarla o ignorarla, tanto para quienes la experimentan como para quienes la buscan o, incluso, para quienes la rehúyen como parte de un instinto, o simplemente fenómeno natural, que ha de ser reprimido en aras de la civilización. Y en ese marco epistemológico borbotean religiones, movimientos filosóficos y psicologías evolutivas.

Pero se da una paradoja. Y es que, eliminada toda narrativa y desvanecidas las imágenes “implantadas” por la evolución de la conciencia, es inevitable toparse con un aspecto esencial: el vacío. Y sea como sea, ese vacío es la esencia del ser humano, lo quiera o no.

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Oriente sabe vivir el nihilismo, pero en Occidente la sola mención de la palabra “Nada” despierta monstruos. Y, sin embargo, la ciencia se acerca a la Nada desde sus adoradas posturas empíricas; las matemáticas la reconocen en su turbadora teoría de conjuntos, según la cual el origen de toda realidad es, “lógicamente”, 0=0. Y el evolucionismo lo repite hasta el aburrimiento cada vez que habla a través de biologías, ecologías y, como se ha resumido en este artículo, psicologías y antropologías.

Pudiera ser que Nietzsche tuviese razón al considerar la fe como un estorbo para el desarrollo de sí mismo.

El alemán la lió parda entre sus legatarios de décadas posteriores, pues desvanecida la fe, queda la angustia. Pero, precisamente, y puede que paradójicamente, esa angustia no sólo es la vivida por el nihilismo de los existencialistas, sino que también es la senda afirmada por las corrientes esotéricas de la espiritualidad occidental, como la Kabbalah, para la que el sufrimiento existencial es el estado propicio para la recepción de la Luz; o como el misticismo cristiano. Así, en el siglo XIII, el dominico Meister Eckhart afirmaba que Dios no es algo contrapuesto a la Nada, sino una sola realidad.

Lo divino como potencia generadora que sólo fructifica cuando el hombre está “tan vacío como cuando todavía no era”. Se trata de que el hombre sea capaz de desvanecerse en la Nada para conocerla realmente, pues en tanto que sea algo no puede experimentar la Nada como tal.

Es de esta forma que el hombre encuentra un sentido en la Nada, la cual adquiere todo su significado como poder creativo. Dice Eckhart que:

…solo quien no tiene nada, ni siquiera a sí mismo y al propio querer, está en la disposición de acogerlo todo como si fuese un plus que le es dado gratuitamente.

(El fruto de la nada y otros escritos)

A los orientales, parece que les sale eso de desvanecerse de forma natural, pero por estos lares la cosa no está tan clara, seguramente por selección natural, que dice Dennett. De ahí el asunto de la angustia existencial cuando se quiere ir más allá de la simple “superstición” al gusto de la época.

Durante milenios, Occidente ha rechazado la Nada y la ha llenado de todo lo que ha podido. Y querido.

Destruida la religión tradicional como principal relleno, sus sucedáneos no terminan de dar la talla, pues se han reducido a movimientos contaminados del liberalismo capitalista que creen estar enfrentando: recetas “mágicas” que buscan la ayuda del más allá para dar satisfacción a todos sus deseos.

Y el lado esotérico subyacente a las religiones en decadencia es sólo asumido por unos pocos.

Así que, finalmente, ironías del destino, puede que sea la ciencia la que, en todos sus ámbitos, esté arrastrándonos hacia el mismísimo abismo del que todos huyen con tanta rabia, al estado de ánimo propicio para el salto.

Poco a poco, para acostumbrarnos, pues, como dicen los herméticos, y la psicología analítica, es necesario que la conciencia se haya desarrollado en cierto grado para no sucumbir en vida ante la sublime contemplación de una diosa sin velos.

No se trata de buscarle su sentido, sino de vivir su significado.

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