Revista En Femenino

Maternidad robada.

Por Almapau @princesas_os
Maternidad robada.

Las redes están llenas de historias preciosas, de mujeres valientes que superan cáncer, luchando con los médicos para no perder a sus bebes.
Valientes luchadoras, entregadas.
Heroínas.
Yo no lo soy. No lo fui nunca.

Llegué hasta aquí porque leí una historia sobre vientres de alquiler ( Maternidad subrogada).
Me sentí juzgada, insultada.
No me gustó verme reflejada en una ficción egoísta que nos pintaba como mujeres sin alma.
Sé que contar mi historia no hará a nadie comprender por qué recurrí a un vientre de alquiler.
Pero me ha reconciliado con aquel mensaje, y sobretodo he conocido a la mujer que lo escribió.
Y me he reconciliado con ella.
No tenemos nada en común, a excepción de lo más grande, nuestra maternidad.
No comprende mis decisiones y yo no comprendo sus sentimientos.
Y sin embargo el respeto, hoy, nos une...
Nos acerca. Nos hermana...

Fue un embarazo muy deseado.
Todo fue bien hasta que en la semana 14 tuve un pequeño sangrado.
Dos semanas antes la ecografía había sido perfecta.
Descubrieron que tenía una mola. Embarazo molar con feto vivo.
Pasé de estar embarazada de un precioso bebé, y a señalarme en las ecografías sus manitas, sus piernas, su cabecita...
A tener un feto, un diagnóstico y una mola.
Se volvió invisible para los especialistas mi bebé.
Creo que el cambio de vocabulario ayuda a masticarlo. Siempre pensaré que fue el primer paso para andar el camino.
Un aviso, para prepararme.
Yo no lo sabía entonces, pero ya sospechaban el resultado.

Mi bebé estaba bien.
Una niña, Aída.
Pero parte de la placenta crecía incontrolablemente, se había convertido en una mola, un tumor.
No podían quitármelo sin poner en riesgo el embarazo.
Estas cosas solo pasan en las películas o en internet.
No podía pasarme a mi.
Nervios, miedo, pero todo continuaba.
El bebe seguía creciendo sin problema, y la mola no parecía muy preocupante. Al menos eso quise creer.
Hablaron de que sería una cesárea programada, que madurarían sus pulmones y seria prematura.
El seguimiento seguía continuo.
No podíamos dejar nada a la improvisación.
Y así seguimos varias semanas. Con control exhaustivo.
Tenía pequeños sangrados y hacía un reposo relativo, pero me encontraba bien.
Me dolía en las revisiones, me palpaban, medían, tocaban, ecografiaban...
Me practicaron una amniocentesis.

Llevaba un diario con dos columnas, las medidas de Aída y las de la mola.
Mi marido decía que era enfermizo, pero a mi me tranquilizaba tenerlo todo bajo control, hasta el último centímetro.
Ecos, analíticas, control absoluto.
Con 20 semanas la eco en tres dimensiones nos mostró a una niña preciosa.
Perfecta.
Y una sospecha confirmada, mi tumor era maligno, un cariocarcinoma.
Cáncer.
No se qué palabra me costó asimilar más en la consulta, si cáncer o aborto.
Debían limpiarme la matriz completamente.
Crecía rápido, demasiado rápido y no podíamos arriesgarnos a que se expandiera fuera de mi útero.
No podía entenderlo, ni concebirlo. Aborto? Con 20 semanas?
-Con 20 semanas algunos prematuros sobreviven- Intentaba convencer a los especialistas.
Recuerdo sus miradas al suelo, la seriedad, el silencio, sólo roto por mi voz, suplicante.
No, no puede ser, tiene que haber mas alternativas.
Está viva. Viva.

Las ecografías nos enseñaban a un bebe perfecto. Con 20 semanas ya no era un feto, era un bebe.
Mi bebé. Aída.
No podía pensar, casi no podía respirar.
Entonces recordé las veces que había leído sobre esas historias, en las que se superaba todo, se engañaba a la muerte y se salía airoso de la peor de las batallas.
Yo quería mi historia feliz. Mi cuento de hadas.
Nadie dio rodeos. Mi mola se había convertido en un cariocarcicoma, no había tiempo para historias felices.
Si me negaba a interrumpir el embarazo y a la operación no había futuro, para ninguna de las dos.
Debía elegir perderla o morir con ella.
Ecos cada 48 horas a la espera de mi decisión, lágrimas, insomnio.
La más difícil de mi vida.

El día que cumplía 22 semanas teníamos la cita.
Dos días antes me habían confirmado una enfermedad metastásica, uno de mis riñones tenía una pequeña zona tumefactada.
No había tiempo. No hubo bonitas fotos ni sonrisas.
Me explicaron como me harían una cesárea en la consulta, con el oncólogo, la cirujana y la ginecóloga.
No me explicó como nacería Aida, no quise saberlo.
Había leído demasiadas cosas por internet sobre abortos en mi edad gestacional y todo era horrible.
Tan sólo le pedí que me prometiese que no sufriría mi bebé y que podría verlo.
Intentarían salvar mis ovarios, pero mi útero estaba muy afectado, no creían que se pudiese hacer nada.
Me ingresaron y sólo recuerdo entrar en quirófano.
Oscuridad. Frío.

Horas después desperté.
No quise preguntar nada. En mitad de la borrachera anestésica soñaba que me llevarían a planta y mi pareja me diría que había ocurrido el milagro.
Mi bebe habría sobrevivido...
Ensoñaciones de anestesia
Me llevaron a la habitación.
Nadie me preguntó cómo estaba.
Al menos no me llevaron a la planta de maternidad.
Estaba en oncología. El médico me esperaba en la habitación, con mi familia.

Te hemos extirpado la matriz, no podíamos salvarla, te hemos hecho una histerectomía parcial, hemos respetado tus trompas y ovarios, porque eres muy joven y no conviene que ahora mismo pases por una menopausia.
Vas a necesitar fuerzas para pasar la quimio.
También te hemos extirpado un riñón el derecho, y parte del colon.
Has estado muchas horas en quirófano. Catorce.
El bebe no tenía ninguna posibilidad.
Comenzaremos tratamiento inmediatamente. No sabemos donde puedes tener alojadas células cancerígenas.
Mi madre lloraba en silencio.
Mi marido apretaba mi mano.
Tienes alguna pregunta?
Quiero verla.
Estás segura?
Sí.
Me llevaron en silla de ruedas a anatomía patológica.

Una sala fría, blanca, limpia. Sobre una mesa de metal mi pequeña, tapada con una sabanita.
Era preciosa. Mi pequeña y única hija nacida de mi vientre. Diminuta pero para mi perfecta.
La enfermera pidió a mi madre que saliese.
Yo perdí un hijo como tu.
No te lo habrán dicho pero necesitas despedirte.
Tómate tu tiempo.
Hace muchas horas que nació la notaras fría y rígida. Pero es tu hija.
Recuerdo mirar a mi marido.
Adelante, me dijo, yo no puedo.
Apenas podía moverme, pese a la medicación, tenía un dolor latente en el vientre. La mujer colocó a Aída sobre mis brazos.
Su frío marmóreo me pasó desapercibido.
Apenas medio minuto de observación y me derrumbé llorando amargamente..
Déjala, necesita despedirse, escuché entre mis sollozos.
No se el tiempo que la mantuve firmemente abrazada.
Tan pequeña como una barriguita pensé. No era mas grande que aquella muñeca de mi infancia.

Aunque no pudimos inscribirla en ningún sitio, la enterramos.
Necesitaba darle un lugar en el mundo.
La recuperación fue dura, la medicación me destrozaba, pasé por quimio. Por radio.
Terapia para superar que con 26 años tenía cáncer y había perdido mi útero.
Mi carnet de madre. Robado.
Fue difícil.
No pretendo dar lástima, ni justificarme, pero me robaron mi maternidad.
Yo era madre, de Aída.
Cuando comenzamos a informarnos sobre la maternidad subrogada pensé que la vida me debía mucho.
Y que tal vez esa era la única forma de compensarlo.
No se si mi hijo algún día podrá entenderme.
Es mi hijo, mis genes, mi óvulo.
De mi cuerpo sesgado y maltrecho, imposibilitado para darle cobijo, pero el único capaz de amarle un mundo.
Antes de verle, de sostenerle, durante esos años de espera, de búsqueda de la candidata, de espera en el embarazo, dudé.
Muchas veces. Porque sabía en propia carne lo que era perder un hijo.
Y sin embargo el día que le sostuve en brazos por primera vez y le miré a los ojos, supe que no me había equivocado...
La maternidad subrogada me ha reconciliado con la vida.

Chula Vista. San Diego.


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