Un buen día escuchas la palabra “piojos” en una conversación casual entre padres o enun anuncio en la televisión de algún supuesto producto milagroso que los elimina o los previene o los convierte en larvas de mariposa o lo que sea y tienes un sobresalto:
“¿Piojos? ¿todavía existen? No me puedo creer que desde mi más tierna infancia no hayan inventado nada contra los piojos”. Piensas eso y te acuerdas de lo cruel que podías ser en el colegio, con tus compañeros de clase, con algún otro que tenia piojos (como todos) y que había sido elegido para cargar con el insulto de “piojoso” asociado a guarrete o lo que fuera.
Tras ese pequeño sobresalto, miras a tus churumbeles y te quedas tan tranquilo. Los demás niños puede que tengan piojos por la razón que sea pero los tuyos no tienen piojos porque son altos, bajos, rubios, morenos, tienen el pelo corto, largo, pelirrojo, llevan coletas, trenzas o comen en casa. Puede que incluso te aferres a una razón aún más estúpida que todas las anteriores: los tuyos no tienen piojos porque tu jamás los tuviste.
Poco después, muy poco después, tan poco después que te consuelas pensando que te estás sugestionando, ves a tus churumbeles rascarse la cabeza con bastante dedicación. La sospecha ha llegado a tu vida. Como un relámpago un pensamiento te atraviesa: ¿se rascará porque tiene piojos?
Intentas volver a la falsa tranquilidad de antes pero ya es imposible. Las razones (idiotas) que poco antes te habían parecido tan convincentes y seguras se te revelan como lo que son: memeces. Los piojos no tienen criterio y el pelo de tus hijos es tan maravilloso que hasta a ti te molaría vivir en él.
El siguiente paso es la siempre tentadora pero poco eficaz negación de los síntomas. Vigilas a tu descendencia con un ojo, de refilón mientras intentas convencerte de que no se están rascando, simplemente les pica una rama, una hojita, la goma del pelo o, quien sabe, a lo mejor se están rascando porque han tenido una idea genial y están intentando centrarse...pero nada más.
Normalmente a estas alturas del proceso es cuando empiezas a rascarte. “La sugestión poderosa arma es” (Yoda dixit).
Lamentablemente y a pesar de lo a fondo que te estás empleando en ignorar los síntomas, es evidente que tus hijos se están rascando como mandriles. No te queda más remedio que asumir tu adultez y comprobar que todo es sugestión y que efectivamente tus hijos no tienen piojos porque es IMPOSIBLE.
Es imposible y además en un nanosegundo visiones terroríficas llegan a okupar tu cerebro: te ves en la bañera con tus hermanos sumidos en un olor a vinagre espantoso mientras tu madre te daba horribles tirones de pelo, escuchas amenazas de “la próxima vez os rapo a todos”. Luego visualizas lavadoras y lavadoras con sábanas, toallas y ropas y colchones desinfectados Después recuerdas todos los libros que has leído sobre la IIGM y soldados y prisioneros comidos por los piojos y después, como sigues rascándote (por sugestión obvio) piensas en qué pasaría si en tu reunión del curro el picor no te deja concentrarte y tienes que rascarte y alguien sospecha que tú eres el “piojoso guarrete”.Respiras hondo, piensas en positivo como dicen los gurús, llamas a tus hijos y te pones a mirar con cuidado entre su pelo para comprobar que efectivamente NO tienen piojos y que todo es sugestión (piensa en positivo)
¡¡DIOS MÍO!
Llega el descubrimiento. Descubres que no sabes nada de piojos. En tu fuero interno, en tu subconsciente “piojoso”, los piojos eran unos seres microscópicos, casi casi invisibles, casi casi como motitas de polvo. Esperabas (no) ver algo pequeño y casi esférico y lo que te has encontrado al separar el precioso pelo de tu descendencia es un bicharraco con patas que está bailando la conga con unos colegas en la cabeza de tu hijo. ¡¡¡Connnnga!
La impresión es tan fuerte y te da tantísimo asco que te separas de la cabeza de la sangre de tu sangre con un brinco y miras a tu alrededor a ver si viene alguien, los marines, el séptimo de caballería, tu madre o incluso tu suegra a hacerse cargo de la situación.
No viene nadie. Nadie va a venir.
Te rindes a la evidencia. Tu descendencia tiene piojos. Ya no vale la falsa tranquilidad. Las razones idiotas te parecen completamente idiotas. No puedes obviar los síntomas porque los “síntomas” están bailando un dirty dancing en el cuero cabelludo de tu hijo y jugando a las lianas en su melena. De repente eres dolorosamente consciente de que si uno de ellos tiene piojos...el resto de tu descendencia también los tendrán. Y después viene lo peor, te visualizas los últimos días dándoles besos en la cabeza, acariciándoles el pelo, compartiendo almohada por las mañanas y la misma toalla en el baño.
Ya no es sugestión. Eres un mandril y tienes piojos. Welcome back a los 8 años.
¡Connnnga!