Matías, como Julio César en el Coliseo. Luis Ángel Gómez
En tantísimos años de tauromaquia han habido toreros que no llegan a la meta, unos que se hartan, otros se retiran, y todos sin excepción estiran la pata -algunos sin haberla echado pa'lante en su vida- dejando paso a las mortecinas juventudes toreristas. A unos aficionados se les agota el gasoil de la afición y el aceite que engrasa y lubrica la exigencia y terminan abdicando; a otros los recuerdos de Manolete, Curro o el Niño Sabio de Camas los acompañan al nicho, dónde los gusanos dan buena cuenta de medio siglo de naturales, verónicas y chicuelinas. Las ganaderías tienen sus baches terrenales -tirando a cráteres lunares-; otras aparecen y desaparecen como el Guadiana; algunas son subastadas en inmobiliarias como si de un puticlub se tratase; también las hay que claudican ante el monopolio Domecq, será por aquello de que si no puedes con tu enemigo, únete a él. Hasta el mismísimo toreo vive en una eterna lucha entre el ancla que lo sujeta al pasado y la máquina del progreso que lo empuja hacia el abismo en dónde es sepultado todo lo diferente, todo lo que no pertenezca a los cánones que marcan sociedades, gobiernos y tendencias.
Nada es permanente porque sí. Nada es como es por designios del capricho o por puro azar. El espiritu y el alma de una feria, de una plaza, se forja a través del tiempo y de unas reglas no escritas, que suelen ser inamovibles e inmortales, por mucho que una legión de botarates taurinos intenten escribirlas con su propia ortografía.
Sevilla, últimamente emputecida por las musas y el artisteo, tiene su duende con sus silencios, sus pasodobles, los clarines y timbales, su toro bonito y sus veleidosos gustos. Madrid sigue conservando sus faenas sin el ti ti rirí, tiri ri tiri, su Toro en puntas y el Siete de uñas. Pamplona está marcada por el kalimotxo y el pañuelo rojo, las peñas del sol, el Toro Toro y la caridad oenegesca orejil y tesorera para con el torero. Lugares más pequeños en lo geográfico, que no en lo taurino, como Cenicientos, Calasparra o Cèret, también están marcados con un hierro propio y singular, que hacen de estos emplazamientos denominaciones de origen taurinas. Esto va más allá de confecciones de carteles, crisis, fechas o infecciones de taurinos. Con sólo oir Cenicientos al aficionado se le hace la boca agua, y al coletudo, el culo chiribitas. Con Cèret, Calasparra y algunos -no muchos- otros, pasa tres cuartos de lo mismo.
Bilbao es Bilbao gracias a la seriedad del toro y a la severidad y rigor con que se juzga desde el palco. El Toro y el presidente Matías son sus señas de identidad. Faltar al respeto a una de estos dos moléculas básicas que componen el corpus vitae de Vista Alegre es calumniar a la ciudad, insultar al aficionado y menospreciar a la misma tauromaquia, que a través del tiempo ha ido forjando el sobrio carácter de este coso.
Cuenta, o bala, Cepeda, que Matías es un impresentable, un Don Nadie sin categoría. Vamos, que sin darse cuenta hace un retrato de sí mismo para despachar a Matías. Un autorretrato cepedista. Eso sí que es de artista y no las cuatro verónicas con las que pretende vivir a cuerpo de rey durante toda su vida. No es la primera vez -ni será la última- que un matador fracasado, de los que intentan vivir de las escasas rentas -me refiero a las toreadas- clama contra el mundo por las injusticias y torturas a la que es sometido su torero. Se queja, de lo lindo, de que a Matías le gusta comer con toreros, y no pagar. Que sólo busca afán de notoriedad. Con dos cojones. Lo dice el señor sevillano, que en calidad de figura frustrada o de mentor de una futura figura frustrada, solicita una reunión con la Ministra de Cultura de todos los españoles. Como si fuera el ministro de exteriores cubano. Reunión, la del G-7, solicitada por el grupeto de latifundistas taurinos, para expresar su malestar a la ministra por la ceguera política, el prohibido prohibir y el afán legislativo por afeitar las libertades del individuo. Eso será no se sabe cuando, pero mientras, Fernando Cepeda censura, veta y pone en entredicho el oportunismo de las palabras de un bilbaíno que habla de la feria de su pueblo, el mismo que lo ha mantenido, con el que se siente identificado y se enorgullece de tan soberano Presidente. Osea, que para los taurinos como Cepeda, su lema es Libertad, pero solo para algunos.
En esta casa de locos en que se está convirtiendo la tauromaquia hablan a través de chat y cosas de éstas todos los Chopera del firmamento, que no son pocos; toreros de uno u otro corte, algunos directamente sin cortar; la hermana de los Romero, Muñoz Infante o Julio Martínez son claros ejemplos de presidentes que sí pueden hablar en medios, que no pasa nada. ¿Por qué? Por que son orejeros, serviles al taurinismo, capaces de otorgar una oreja al tercer bajonazo a cambio de un mendrugo de pan, tan fáciles de conducir de aquí pa'llá como el palo de la escoba de una bruja. Pero Matías no puede hablar, este no. Sssssshhhh. Tú, a callar.
Sigue Cepeda balando en la entrevista realizada en El Correo afirmando que Matías se la tiene guardada a Perera por que este se negó a cenar con él. Dice literalmente, con el pecho hinchado por el aire del orgullo revolucionario de su poderdante que `Perera hizo lo que nadie más y por eso (Matías) le está atacando´. No se asuste ni asombre el lector que no sepa bien de que va el tema, que Perera no se ha encerrado con seis Palhas, ni se ha propuesto torear en todas las grandes ferias los Miuras. El insólito y temerario hecho que ha llevado a cabo tal enfrentamiento verbal es el negarse a sentarse en una mesa con otra persona. Los toreros de hoy día son así, valientes y osados con el cuchillo y el tenedor en los restaurantes de los hoteles; o delante de los empitonados pechos de algunas famosas de media casta. Que se creería el pobre Matías, ¿que lo iba a recibir una figura del toreo de las que se codean con José Tomás? Matías pecó de incauto, pues como todo el mundo sabe, para cenar con el Miguel Ángel de Extremadura hay que ser, por lo menos, nieta de Franco.
Para terminar, necesitamos que nos expliquen que hicieron desde las seis de la mañana, hora en la que llegan a Bilbao, hasta las dos y media de la tarde en la que mandan el parte médico a la empresa. ¿Empeoró la lesión en ocho horas tanto que no pudo torear? ¿Por qué no se citó al médico a las ocho de la mañana, dejando margen para maniobrar a la empresa? ¿Por qué a muchos -entre los que me incluyo- nos suena raro que se viera al médico cuando el sorteo? ¿Por qué gran parte de la Junta Administrativa, de la crítica y el mundillo olían a espantá? Quede claro que la lesión existe, pero las formas ocultistas en la manera de llevarla dejan mucho que desear. Nos hablan de pureza cuando no son capaces de ser transparentes.
Al aficionado de Bilbao, y al de toda España que disfruta por los agostos con las Corridas Generales, sólo nos queda seguir rezando la salve torera: Dios te salve Matías, lleno eres de gracia, la afición está contigo, bendito tu eres entre todos los presidentes... Que nos dure muchos años, Señor Matías.