Mayo es el mes de las flores, del despertar de la primavera, de la puesta a punto de los espíritus con vistas al verano y también el mes de los asmáticos y de los alérgicos. Yo estoy desarrollando una alergia a las declaraciones, a las reacciones frente a declaraciones, a las arangadas frente a las reacciones, que siguen y siguen en escalada fulgurante y así van a estar, viento en popa, hasta el 22-M. Es un mal estructural del sistema, como el paro, también in crescendo.
Mañana es el día del trabajo. En la radio no se oye ni una palabra del tema, como si diera vergüenza alardear de lo que no se tiene. La realidad es que cada vez quedan menos para celebrarlo y quienes todavía aguantan tampoco tienen muchos motivos para la alegría. Tampoco hay ningún incentivo a la vista, al contrario. Tiempos de incertidumbre, de prevención y enquistamiento. Con este panorama, pese a los esfuerzos del Gobierno por inculcar que hemos tocado fondo y que a partir de ahora todo va a ir a mejor, no es de extrañar que la demanda esté por los suelos y que todo suba gracias al efecto dominó del petróleo. Todo se transporta, así que si sube el oro negro, también lo hace la gasolina y, por tanto, el producto final. Elemental, querido Gobierno.
Al final, va a resultar que las manifestaciones del 1 de mayo van a ser una muestra de la capacidad de movilización de los sindicatos entre sus filas únicamente y la movilización corre el riesgo de convertirse en una costumbre ancestral del pasado, en la que sindicatos y trabajadores, todos juntos, salían a la calle y exigían, no pedían con la boca pequeña. Cuentan, eso sí, con la ventaja de que van a pie, y que caminar todavía es gratis.