Me das paz.
Me paso las noches mirando al cielo, contando estrellas, buscando las palabras que mejor definen qué me haces sentir, qué es lo que hace nuestro amor tan especial.
Me das poder.
La capacidad de poseer todo lo que se cruza en mi campo de visión, como las incontables estrellas, aunque en realidad ahí siempre estás tú, ardiendo, iluminando el universo, mi universo.
Me das confianza.
Todo es posible a tu lado… Es curioso, porque pudiéndolo todo, sólo deseo estar contigo. Pero tengo que darte las gracias, por acabar con mis miedos, mis inquietudes, mis inseguridades, mis tonterías. Si estás conmigo, no hay nada que no me atreva a afrontar.
Me das alegría.
Recuerdo cuando, antes de conocerte, leía novelas sobre bellas historias de amor o veía películas protagonizadas por empalagosos amantes sonrientes. Me causaban rechazo. No los entendía. No creía que aquellas historias pudieran ser reales. Dudaba de la sinceridad de las parejas acarameladas que paseaban agarradas de la mano o de la cintura.
Entonces apareciste, y aprendí a sonreír.
Me das pasión.
Vivo en un incendio perpetuo, recreándome en tu mirada, en tu pelo, tus manos, tu voz, tu sonrisa… Cuando estás cerca, el fuego nos devora, pero nunca es demasiado. Estamos hechos de materia inflamable e ignífuga a la vez. No hay peligro de combustión.
Me das ilusión.
Por despertar cada día y por hacer eternas las noches. Por recorrer juntos el camino de la vida y descubrir a cada paso nuevas aventuras. Aunque la mayor aventura es tenerte a mi lado.
Me das emoción.
No hay nada más emocionante que la expectativa de tus labios sonrientes.
Me provocas toda clase de sensaciones. Es imposible elegir una. Me das tanto…
Me das vida.
El nuevo reto de los Insectos comunes, el grupo de experimentación literaria en el que participo, consistía en escribir una carta de amor. Espero que la mía os haya gustado.
Otras cartas de “insectos enamorados”:
Amo cómo comes naranjas, por Cerdo Venusiano
6 de junio de 2016, por Esther Magar
Carta de amor. La distancia, por LaRataGris
A Esmeralda, por Daniel Hernández Centeno