Como voluntario, siempre me ha gustado participar en proyectos pequeños. Proyectos pequeños con objetivos grandes. Aquellos objetivos que nuestra mentalidad capitalista y utilitaria los llamaría inalcanzables y utópicos; pero que, en el fondo, los tildamos así, porque son poco o nada rentables, y, los posibles “éxitos”, son más que dudosos de conseguir.
Me refiero a proyectos pequeños que nacen para situarse en los márgenes, en aquellos lugares y con aquellas personas que nada quieren: los imposibles, los nadie. Proyectos pequeños en los que cuenta no tanto el QUÉ y el CUÁNTOS, sino el CÓMO. Proyectos pequeños en donde el objetivo no son los números, sino en cómo son las relaciones. Proyectos pequeños que no se hagan grandes, porque en los grandes las necesidades se multiplican, los resultados se hacen necesarios y los márgenes tienden a quedar olvidados (y, nunca mejor dicho, marginados)
Los márgenes, los nadies, los que no quieren salir de su calle, de su banco, de sus cartones… De ser, tal vez, la razón primera y única del proyecto inicial, pasan a ser, si no los olvidados, los elementos residuales, los daños colaterales que siempre se dan en las guerras que buscan objetivos más importantes. No hay soluciones para los que no quieren salir de los márgenes. Ni tampoco se buscan, ni se emplean suficientes medios para buscarlos: nunca serán rentables
El QUÉ y el CUÁNTOS se comen y olvidan del CÓMO.
¡Claro que me preocupa que en la calle haya tanta gente que vive y duerme en ella! Es injusto. Y es de derecho que el sistema dedique los medios suficientes para disponer de los recursos adecuados que las personas que no quieran estar en la calle necesitan, ¡y son la inmensa mayoría! A éstos, lo he dicho siempre, a los que no quieren seguir durmiendo en la calle y así lo manifiestan, la solución es ofrecerles lo que por derecho les pertenece: techo, comida, trabajo… y acompañamiento social si lo requieren.