No pensaba escribir sobre el “conflicto” Catalunya-España. Ya lo ha hecho mucha gente desde todos los puntos de vista posibles. Yo también lo he hecho anteriormente en este mismo blog. De hecho, no hace mucho di mis razones para no bajarme del “barco España”, razones basadas única y exclusivamente en los lazos que mantengo con personas de todos los puntos del Estado y en el repelús que me producen las exaltaciones patrióticas de quienes se envuelven en la estelada.
Lo que pasa es que ese mismo repelús me lo provocan quienes se envuelven en la rojigualda, con toro, escudo constitucional o aguilucho fascista. Las exaltaciones patrióticas, vengan de donde vengan, me generan bastante inquietud.
Ayer decidí que, definitivamente, no escribiría sobre el tema porque leí el artículo que el periodista Jordi Évole (catalán de ascendencia no catalana, como yo y tantos miles y miles de catalanes) escribió en ‘El Periódico de Catalunya’, titulado ‘Uno de la mayoría silenciosa’, y como expresa exactamente lo mismo que pienso yo (¿cómo lo habrá hecho para meterse en mi cerebro? Esto también me inquieta… ¿Podría considerarse plagio telepático?) pensé: “¿Para qué repetir lo mismo?”
Vale, ¿y qué ha cambiado sólo unas horas después? Pues que acabo de escuchar a Esperanza Aguirre vomitar por la radio. Sí, ya lo sé, no debería alterarme por las barbaridades que sueltan los nostálgicos de la “Una, grande y libre”, pero es que ya está bien. No puede ser que sigan con su nauseabundo intento de reescribir la historia a su antojo sin que abramos la boca. La señora sostiene, como ya lo han hecho otros peces gordos de la secta a la que pertenece y que padecemos en el gobierno, que el sentimiento independentista ha crecido en Catalunya, entre otros motivos, por el adoctrinamiento que los catalanes recibimos en la escuela, donde nos cuentan mentiras como que “Franco y los españoles invadieron Cataluña, olvidando la realidad de la Guerra Civil, que nada tiene que ver con todo eso”. La he escuchado hace un rato en la radio, aunque la cita es de una entrevista concedida al ‘ABC’, uno de los paladines de la unidad de España, donde suelta otras perlas como, refiriéndose a una hipotética secesión: “La cuestión son las consecuencias culturales, sociales, familiares, de lazos en general. Y si se creen que por eso van a dejar de hablar castellano, pues van dados. Y si se creen que van a tener un gobierno democrático moderado, pues también van dados. Van a tener un gobierno de izquierdas totalitario. Entre otras cosas, porque quien incumple las leyes se acaba convirtiendo en una república bananera.”
Dice Jordi Évole en su artículo (que debéis leer) que “con su actitud [dirigiéndose a la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, la que aludió a los derechos de la mayoría silenciosa, y al PP en general] se han convertido en la máquina más bestia de hacer independentistas. Desde que gobiernan, ustedes no han perdido un solo minuto en intentar entender lo que pasa aquí. A veces tengo la sensación de que son ustedes los primeros interesados en que Catalunya se independice.” Yo también lo creo. O eso o es que son mucho más estúpidos de lo que parecen.
Hay otra posibilidad, y es la que más me inquieta. La que, de ser cierta, nos conduce irremisiblemente a un callejón sin salida. También esta mañana he escuchado opinar sobre el tema al escritor gallego Suso de Toro, quien considera que el propietario de España es un lobby político, económico y mediático madrileño sin cultura democrática, por lo que las reivindicaciones catalanas chocan frontalmente con ese nacionalismo español casposo. No olvidemos que la reivindicación no es la independencia, sino un referéndum donde Catalunya decida de forma democrática si quiere independizarse.
Estoy leyendo el último libro del historiador Paul Preston, titulado ‘El holocausto español’, donde hace un repaso pormenorizado a las barbaridades que se cometieron durante el golpe militar, la guerra posterior y la salvaje represión franquista. Pero no sólo eso, sino que el autor ha hecho un excelente trabajo de investigación para entender los motivos que llevaron a aquella situación.
El clima político y social durante la Segunda República era prácticamente irrespirable. Las clases privilegiadas (terratenientes, militares, aristócratas, alta burguesía e Iglesia), que habían gozado de total impunidad y hecho y deshecho a su antojo durante la dictadura de Primo de Rivera en particular y desde siempre en general, vieron amenazado su estatus con la llegada de la democracia y se dedicaron a boicotear sistemáticamente cualquier intento de modernizar el país y de impulsar la justicia social. La derecha consideraba a las clases populares, a los campesinos, a los trabajadores, a cualquiera que tuviera una ideología progresista, poco menos que seres inferiores infectados por el diablo que lo único que merecían era ser eliminados. No aceptaron nunca la democracia y trabajaron desde el mismo 14 de abril de 1931 para destruirla y para destruir toda posibilidad de que pudiera sobrevivir en el futuro. Los políticos antirrepublicanos defendían abiertamente la utilización de la violencia contra el régimen y legitimaban su postura en la defensa de la patria, la cultura/raza española, el orden y el incontestable carácter cristiano católico de la sociedad. El intento de la República de aislar a la Iglesia, eliminando cualquier signo religioso de las escuelas, por ejemplo, fue el principal argumento al que se agarraron los nostálgicos del antiguo régimen para sembrar la semilla del odio.
No me voy a extender más en referencias históricas, pero es que la falta de cultura democrática de ese nacionalismo rancio del que habla Suso de Toro está ahí, en la España profunda, la que vive aún en el recuerdo del Siglo de Oro, la que ve contubernios en todas partes, la que jamás hace autocrítica porque siempre tiene razón, la que vive encerrada en sus ideas y no tolera otras… La que, cuando el pueblo soberano le dio la espalda, hizo todo lo posible por imponerse de nuevo, incluso mediante una guerra seguida de una represión brutal contra quienes se atrevieron a cuestionarla.
Señora Aguirre, ¿a quién han adoctrinado? ¿A mí, que he estudiado en Catalunya toda mi vida sin que jamás nadie me haya impuesto ideología ni idioma alguno, o a usted, que se atreve a justificar al mayor asesino que hemos tenido la vergüenza de padecer en este país? Son ya demasiados los guiños de su partido a la dictadura, demasiados los intentos de reescribir la historia, de culpar a la República de provocar una guerra… Pero no me sorprende, porque en su partido viven de la mentira. Gobiernan en base a acumular una mentira tras otra, como si con ello quisieran que todos olvidáramos el pasado que tanto se empeñan en recuperar.
Me inquieta que no sean estúpidos, sino simplemente herederos de los ideólogos y políticos que impulsaron el holocausto español.