Revista Arte
Este gato fue decapitado y desmembrado por la misma mujer que lo inmortalizó con su fotografía. Nathalia Edenmont asegura que ejecuta a los animales que utiliza para sus creaciones (conejos, gatos, gallinas y ratones, normalmente) de forma rápida e indolora. Ha aprendido a realizar toda la operación en menos de quince minutos, pues de lo contrario, los ojos pierden su brillo y vivacidad. Justifica su preferencia por esta forma de expresión como una vía de liberarse del trauma que le produjo el asesinato de su madre en la antigua Unión Soviética. Podríamos pensar, por tanto, en un posible trastorno mental. Sin embargo, ésa no sería razón suficiente para menospreciar sus “creaciones artísticas”: ¿acaso eliminaremos de los museos y de las casas de subastas los cuadros de Van Gogh, ejemplo clásico de artista perturbado?
No hay nada original en fotografiar o retratar “naturaleza muerta”. Durante el Barroco, la opulencia de las mesas nobles se plasmaba en cuadros donde aparecen todo tipo de animales muertos - gallinas, faisanes, pichones, e incluso ciervos enteros- expuestos impúdicamente sobre una mesa. Más recientemente, Francis Bacon pintó en 1954 esta “Cabeza rodeada de carne de vaca”:
Otros artistas contemporáneos trabajan con cuerpos de animales que ya han fallecido en el momento de transformarlos en modo de expresión artística, como Maurizio Cattelan y sus famosos “caballos suspendidos”. Sus animales han muerto –asegura- por causas naturales, y es ciertamente provocador que exponga cuerpos muertos de manera que nos muevan a la risa o a la reflexión irónica, como esta ardilla suicida:
Tod@s hemos oído hablar de las piscinas de formaldehído en las que Damien Hirst expone carneros, tiburones y otros animales, con gran éxito de público y de ventas: 10 millones de dólares por su piscina con un tiburón tigre, titulada La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo. Y no sólo trabaja con animales no humanos: tomó una calavera, le incrustó 8.601 diamantes y alcanzó los 74 millones de euros. Su título es estremecedor: Por el amor de Dios, creed. Me pregunto hacia dónde se hubieran dirigido las dudas de Hamlet, de haber tenido en su mano esta calavera que, como la muerte misma, nos fascina y repugna a la vez:
Adam Morrigan realiza esculturas con restos de animales que han muerto atropellados en las carreteras, y Hermann Nitschpinta con sangre de animales coloreada...
Otros “autores/as” bordean más osadamente los límites de lo ético, como Vincent Gothard, un estudiante de bellas artes de la University of Florida, se enfrentó a una condena de cinco años en prisión y una multa de 10.000 dólares por haber ahogado en resina a 40 ratones de pocos días, destinados a la muerte igualmente (eran comida para otros animales);. Una vez muertos, los cortó en cubitos para crear su particular obra de arte.
Otros artistas trabajan con animales sin matarlos, pero causándoles dolor, en mayor o menor grado. Holly Crawford fue multada por comprar gatitos, hacerles piercings y revenderlos como “gatitos góticos”. Wim Delvoye realiza tatuajes sobre cerdos vivos, generalmente cuando son pequeños -el “artista” asegura que los seda durante el proceso para que no sufran- y observa cómo se modifican los dibujos cuando, a causa del crecimiento natural, la piel se estira. Estos cerdos son bien cuidados (lógico, valen más de 100,000 euros) y al morir por causas naturales, los compradores se quedan con la piel tatuada del animal. Ved un ejemplo:
Uno de los trabajos de Devolye es, con diferencia, mucho más transgresor. Implica a un ser humano, y se ha realizado con el consentimiento del modelo. En la espalda de un hombre suizo tatuó un cuadro de la virgen María con una calavera. Vendió el tatuaje por 150.000 euros a un coleccionista, que podrá quedarse con el tatuaje... cuando el señor suizo muera. Esperemos que por causas naturales, dependiendo, supongo, de la paciencia del coleccionista.
En su magnífica novela de intriga Clara y la penumbra(premio de novela Fernando Lara 2001), José Carlos Somoza nos muestra un mundo habitado por modelos cuya piel sirve de lienzo a pintores, o en el que se compran y se venden personas como esculturas-silla o esculturas-mesa, para decorar las casas de los poderosos. Un futuro quizás no muy lejano.
Estas son, en su conjunto, creaciones que provocan al espectador y mueven millones en el mercado del arte. Suscitan un encendido debate sobre qué es, realmente, la creación artística, y si es o debe ser un espacio libre de toda moral. Los “artistas” que he ido mencionando ¿son seres sin escrúpulos que, conscientes de su falta de talento, han escogido la vía de la provocación para forrarse? ¿O nos encontramos,por el contrario, ante hereder@s del arte povera que se expone en los museos de todo el mundo? La obra de arte ¿se circunscribe a sus límites estrictos, o la completa aquello que existe fuera de ella, como la originalidad del autor o la controversia que es capaz de suscitar?
Las fotografías de Nathalia Edenmont dan una vuelta más de tuerca a este debate. Lo “original” en su caso es que los animales con los que trabaja han sido ejecutados por su propia mano. Mata a seres vivos, eso sí, en el nombre del arte.
¿Debería autocensurarse por cuestiones de tipo ético? PETA (People for the Ethical Treatment of Animals) cree que sí. Uno de sus miembros, Andrew Butler, permaneció 122 horas consecutivas frente a la galería de arte en la que se exponían las fotografías de Edenmont junto a un cartel en que se leía: “La crueldad no es arte”. En 2003, cuatro miembros del Swedish Nazi Party (¿quién ha dado una vela a Hitler en este entierro?) entraron en otra galería y destrozaron cuatro de las creaciones de Edenmont a golpe de bate de béisbol. En su defensa, la Galería Wetterling en Estocolmo, una de las primeras en mostrar el trabajo de Edenmont, habla de la belleza de sus fotografías y ataca lo que considera una doble moral: no nos conmueve la muerte de millones de animales si nos proporcinan sustento físico, y en cambio se abren las puertas del infierno si se mata a unos cuantos animales en aras de nuestro alimento espiritual.
La polémica está servida.
¿Y tú? ¿Qué opinas?