Me rindo al verano.
A sus noches cortas, a su olor a no sueño.
Me rindo a cada día no planeado; y a todos los planes hechos y cumplidos.
Me rindo a los abrazos salados, y a los besos debajo del agua;
al arena entre los dedos de los pies, y a ese cóctel que te transforma.
A las marcas del bañador, y al olor a crema solar.
Me rindo a cada mirada no perdida, a los amores de verano y a los amantes que se quieren solo en agosto.
A las olas que te sanan, a las dunas que te abrazan.
A las siestas debajo de la sombrilla y a las canciones pegadizas.
A esas partidas de cartas hasta que el sol decide echarte de la playa; a las risas espontáneas por haber ganado la ronda.
Me rindo a cada cena en la terraza, a cada picadura maldecida una y otra vez.
Al perfume a madreselva, a palmera y a granizada de limón; al helado de chocolate que te mancha la camisa blanca.
Me rindo a las fiestas ibicencas, a las noches de discoteca, a las tardes de chiringuito.
A las puestas de sol con amigos, y a los amaneceres en pareja.
A los bailes, a las danzas, a las faldas voladoras.
A los tirantes caídos del hombro y a las camisas remangadas.
A la sudadera “por si refresca”; y a esa rueda de sandía que te supo a caramelo.
Me ha ganado a pulso, me ha hecho quererle, extrañarle, por todos los buenos momentos que me deja. Me rindo a los recuerdos que me dejará por los que hablar en el invierno.
Me rindo al verano.