Las infecciones por el virus del sarampión deberían estar erradicadas de esta parte del mundo. Son algo malo, peligroso, ocasionalmente mortal o discapacitante, facilitan la aparición de otras infecciones como la tuberculosis y, sobre todo, son evitables mediante una vacuna eficaz.
Tener que decir esto en la primavera de 2018 resulta como un anacronismo. Por edad, he tenido la desgracia de ver morir a demasiados niños por sarampión en el Hospital Clínico de Barcelona en los años 60 del siglo pasado, y alguno más en otros lugares. La experiencia incluye las tremendas secuelas de sordera, bronquiectasias o lesiones cerebrales irreversibles de las formas encefalíticas graves. Desearía no pasar por ello nunca más.
El sarampión, measles en inglés(1), xarampió en català o paiola en la variedad del eivissenc, fue considerada una de las “enfermedades propias de la infancia” calificativo de los tratados de medicina hasta hace medio siglo, que las daban por comunes e inevitables. Que matase niños no tenía mayor consideración cuando los niños eran muchos y valían poco. Porque el sarampión mató siempre muchos más niños que la polio, llamada también parálisis infantil, hasta que la contrajo el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt y se incrementó la preocupación.
Ahora la gente no sabe ni recuerda lo que representó el sarampión en la población infantil en el mundo occidental y se le ha perdido el miedo. Pero es un problema grave. En la Unión Europea han muerto por sarampión una cincuentena de niños en los últimos dos años. Más que en atentados terroristas.
En una elegante infografía, The Guardian ofrece una visión de como se propaga el virus según la población esté o no vacunada. Echadle un vistazo.
El sarampión actualmente es un problema social por cuanto su reaparición se relaciona con la resistencia de algunos grupos sociales a la vacunación. La gran mayoria de los casos registrados en menors de 18 años según el European Centre for Disease Prevention and Control, no estaban vacunados o estaban insuficientemente vacunados, ya que, para conseguir una inmunidad eficaz, son necesarias la menos dos dosis de la vacuna.
No se puede bajar la guardia y todos los responsables de la salud y el bienestar de los niños deben tomar una posición activa para contribuir a erradicar este problema.
X. Allué (Editor)