Basta con echar una ojeada a los periódicos y escuchar un rato las noticias para darnos cuenta de que el escenario político de nuestro país está muy necesitado de una figura que en los últimos tiempos se está haciendo imprescindible en muchos de los ámbitos de nuestra vida: la del MEDIADOR.
Resulta paradójico e incluso triste ver cómo diariamente nuestros gobernantes y quienes aspiran a serlo se enzarzan en dialécticas para no dormir haciéndose trampas al solitario y tratando de ridiculizar al oponente de turno. En lugar de escuchar a la otra parte y de intentar ser escuchado por ella, lo que hacen unos y otros es soltar su monólogo salpicando al adversario de supuestas recetas de legalidad y de patriotismo rancio que nos devuelven por momentos a una España pretérita e insufrible, con una “ley de vagos y maleantes” que ahora se ha rebautizado como “ley mordaza”, porque el pueblo siempre es mejor que se mantenga callado y ocupado en sus cosas y no moleste ni incomode la hoja de ruta de estos políticos que se creen tan por encima del bien y del mal que se permiten el lujo de jorobarlo todo, pero de manera que parezca un accidente y la culpa siempre sea del adversario.
Estos comportamientos tan inmaduros, más propios de niños en una guardería que de quienes han aceptado el compromiso de intentar dirigir un país, dicen mucho de quienes los ejercen. Mucho y negativo. Porque la política debería servir para resolver problemas, no para crearlos.
La rabieta de un niño en la guardería se arregla hablando con sus padres, tratando de encontrar un modo de enseñarle a conseguir lo que pretende a cambio de que él haga algo bueno, como por ejemplo acabar los deberes a tiempo, hablar menos en clase o ayudar a sus compañeros con el trabajo que les han mandado hacer en equipo. La vida, desde el principio, siempre consiste en aprender a negociar, porque por avanzados que seamos y por mucha tecnología de la que dispongamos, los seres humanos nunca seremos del todo independientes, porque necesitamos a los otros para lograr todo lo que nos propongamos en la vida. Nadie es capaz de ser autosuficiente. Necesitamos a los otros para alimentarnos, para vestirnos, para llegar a tiempo al trabajo, para que hagan desaparecer nuestra basura, para que enseñen a nuestros niños, para que nos curen cuando caemos enfermos, para que nos cocinen cuando salimos a comer fuera, para que nos contraten en sus empresas, para que nos transmitan sus conocimientos o para que rueden las películas que tanto nos gusta ir a ver al cine. Y para que todas esas interrelaciones que hacen posible que vivamos como lo hacemos se lleven a cabo con éxito, necesitamos aprender a guardar las formas y a medir mucho las palabras y a armarnos a veces de kilos de paciencia. Porque, entre personas, las interacciones no siempre son fáciles y puede ocurrir que el simple hecho de ir a hacer la compra, si damos con una dependienta que no tiene un buen día, nos pueda sacar de nuestras casillas. Es normal, somos humanos. Tenemos derecho a flasfemar aunque sólo sea de pensamiento para no descender al mismo nivel de quien, seguramente sin pretenderlo, nos ha molestado.
Pero, volviendo a nuestros políticos, ¿son ellos capaces de aprender a negociar a estas alturas? ¿Son capaces de ponerse en la piel de sus oponentes y de ver más allá de su propia nariz?
La realidad nos demuestra que no. Después de casi un año de gobierno en funciones por la incapacidad de unos y de otros para llegar a acuerdos en beneficio de ese país que todos decían y siguen diciendo que les importaba y les importa tanto, tenemos un gobierno que ha perdido su mayoría absoluta y se ha visto obligado a gobernar con algunos de sus oponentes, pero no por ello ha hecho acopio de la humildad ni de la tolerancia que tanto le podrían facilitar las cosas a la hora de lidiar con los grandes problemas de este país.
Cataluña es uno de ellos, ante el que prometieron “diálogo” al inicio de la actual legislatura, pero ese diálogo está brillando por su ausencia a uno y otro lado del conflicto. Unos y otros, siguen intentando resolver sus diferencias a base de pataletas y muchas puestas en escena. Miles de fotos dando la vuelta al mundo, miles de dimes y diretes y millones de personas a un lado y a otro creyendo las unas a los unos y las otras a los otros, cayendo en la trampa de un enfrentamiento absurdo y sin sentido, como todos los que han acabado provocando tantas guerras y tanta sangre derramada en nombre de tantas patrias. Total, ¿para qué? Para acabar siempre en el mismo sitio, con los sueños rotos y el alma destrozada.
Dejemos de jugar al gato y al ratón, de ofender y de hacernos los ofendidos, de tirar tantas piedras y esconder tantas manos. Ya está bien del numerito de medir a ver quién la tiene más grande. Maduremos de una vez. Que alguno de tantos asesores que tienen todos los gobiernos tenga la brillante idea de acudir a un mediador y éste se siente de una puñetera vez con los dos orgullos heridos de turno y les ayude a ceder a ambos y a llegar a acuerdos que nos devuelvan la cordura a todos.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749