¿Cuánto hace, si es que sucedió alguna vez, que miramos a nuestros hijos, o nuestra pareja, a nuestra jefa o nuestros padres, sin tener ninguna opinión, juicio o expectativa a cerca de cómo deberían ser, lo que deberían hacer, sentir, pensar o decir? ¿Hemos contemplado alguna vez a estos seres tan cercanos, tan sólo por instante, tal y cómo son, sin que el proceso de pensamiento, etiquetado y enjuiciamiento se interponga entre nosotros y ellos? Sin dejar de sentir nuestro propio aliento y nuestra propia existencia, observar la luz que indice sobre estas criaturas, la textura de su piel, la humedad de sus ojos, el pelo, los vibrantes colores de su ropa, la sombra que proyectan, los sonidos del entorno. Comtemplar toda la escena, hacernos espaciosos en silencio para acoger lo que realmente y en este preciso y precioso momento Es. Esto es meditar. Asentarme, aunque sea sólo un minuto, de forma voluntaria, en el Ahora y permanecer Aquí, sin querer cambiar nada, ni esperar nada, ni siquiera el instante siguiente, sólo Ahora, con todo lo que contiene, sin quitar ni poner nada mentalmente.
Todo el mundo puede hacer esto, aunque sea durante el tiempo de un par de ciclos respiratorios. Lo que viene después es el proceso de pensamiento diciendo algo así, Ok, esto de meditar está muy bien, pero tengo que tender la ropa, ir a comprar, recoger la funda en la tintoria, la casa está hecha un asco y esta niña debería ir ya al colegio, no puedo hacer todo lo que tengo que hacer si tengo que cuidarla, trabajar, estudiar, ser una buena pareja, tener una vida sexual sana,... (pon aquí cualquier cosa que diga la voz en tu cabeza), y se acabó la meditación. Tu respiración, los vibrantes colores, las luces, las sombras y los sonidos siguen allí, pero ya no los percibes, al menos no con claridad. Hay demasiado ruido en tu cabeza. ¿Te suena todo esto?
La práctica del yoga o la meditación, nos ayuda a retornar una y otra vez al momento presente, a sentirnos en el cuerpo, a movernos intengrando el movimiento con las respiración, pero, ¿quién tiene tiempo de meditar, o de hacer yoga? Ir un par de veces por semana a clases de yoga o a meditar en grupo regularmente, es muchas veces un pretendido escape, un pequeño paréntesis en medio de nuestras agitadas vidas. Cuando alguien viene a clase diciendo que viene a desconectar de sus vidas por una hora y media, le pido por favor que no lo haga, y le animo a conectar aún más con su vida, incluso cuando lo que siente en ese momento es agitación o frustación o ira, merece la pena aquietarse por un momento y conectar con estos estados de inquietud y desaliento, en el seguro ámbito de la clase, con el sostén y ayuda que cofiere un lugar diseñado y organizado para la meditación, la fuerza del grupo y la enseñaza que ponemos en práctica. Es muy sanador y liberador reconocer y aceptar nuestra propia locura desde la quietud y el poder que residen en el momento presente.
Quizá, después de prácticar por un tiempo, puedes llegar a casa y observar a tu pareja fregando los platos, a tu hijo corriendo y gritando por el pasillo, o a tu madre cabeceando en el sofá mientras la tele está encendida emitiendo ese aburrido programa que ve desde que lo empezaron a emitir hace ya quince años. Quizá repares en que el suelo está sucio, hay polvo hasta en el frutero y que aún la comida no está hecha y que debes comer y en media hora tienes que estar en el trabajo, pero puede que justo en ese momento seas capaz de respirar de forma consciente, aceptar que no es para ti el momento de fregar el suelo, que tu pareja evidentemente no lo hizo y no te preguntas por qué no lo hizo, o te repites enojada, mentalmente, o a viva voz, que debería haberlo hecho, y por qué no lo ha hecho, y en vez de inciar una discusión, o callar al niño que simplemente juega por el posillo, o reprender a tu madre por tener la tele encendida, con ese abrsurdo y aburrido programa que ni siquiera está viendo, y entonces tranquilamente atiendes lo que puedes atender: Ver qué puedes comer (quizá fruta, o un sandwich sencillo) y salir a trabajar tranquilamente dejando las cosas tal y como están, poner un pie en la calle y sentir el pie en suelo, el aire en tu piel, el sol, el ruido del tráfico, la sonrisa del desconocido, y un pasito tras otro, quizá en coche, quizá en bus, ir a tu trabajo, puede que con un poco de retraso, no es de extrañar, el día tiene veinticuatro horas y tú haces lo que puede con la media hora que tenías para comer. Ni más ni menos. Pero no intentas cambiar a tu hijo, a tu pareja, a tu madre, o la programación televisiva en esa media hora. Has estado meditando y ha funcionado. Estar presentes y aquietarnos es una elección, es un acto de poder y funciona. Y no se trata de mirar pasivamente la vida sin cambiar las cosas que podemos y queremos cambiar, se trata de hacer todo lo que esté en nuestras manos sin perder la paz, respetando e integrando lo que ya Es y partir justo desde ahí, dar cada paso sin desconectarnos del momento presente, de lo que sentimos, sin caer en el vórtice vertiginoso de nuestros procesos de pensamiento, de nuestros juicios, opiniones y expectativas a cerca del mundo, de nosotras mismas y de los demás.
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