Revista Cine
El llamado Palau de la Música Catalana es un edificio construido en los inicios del siglo pasado en la ciudad de Barcelona atendiendo el proyecto y la dirección del arquitecto Lluis Doménech y es una de las construcciones del Modernismo Catalán que mejor reúne belleza y funcionalidad, porque su destino, ser templo civil de la música, se ve reforzado por la singular apariencia que merece una visita, ni que sea virtual en su página web
La sala de conciertos es una bombonera con un aforo de poco más de dos mil personas, que fueron las que se reunieron el pasado viernes día dieciséis de noviembre de dos mil doce para escuchar a una jovencita procedente del otro lado del Atlántico, una tal Melody Gardot que me tiene el corazón musical robado desde que en este bloc de notas el amigo David me la descubrió, en marzo de este año.
Nacida cuando ya este bloguero atesoraba unos cuantos vinilos de jazz, Melody Gardot sufrió un accidente a los 19 años que la tuvo postrada en cama durante un año entero y dedicó muchas horas a la música por recomendación de un médico y ya desde su estancia hospitalaria publicó un disco sencillo con composiciones propias y a partir de ahí su fama fue creciendo exponencialmente de boca a oreja porque los amantes del jazz han caído rendidos ante la fuerza musical de esa joven que todavía no ha cumplido los 28 años y ha revolucionado la afición.
Apenas supe que iba a comparecer en el Festival de Jazz de Barcelona compré las entradas porque sentía que asistir a un concierto en directo, en el Palau, era una ocasión que no podía perderme.
Acompañada de su grupo habitual, Mitchell Long a la guitarra, Stephan Braun al violoncelo, Irwin Hall al clarinete, saxo y flauta, Charnett Moffett al bajo y Pete Kopela y Charles Staab a la percusión y batería respectivamente, Melody empezó casi a oscuras con su voz sin acompañamiento apoderándose desde el primer minuto de la atención del público con la balada No more my Lord que, precisamente, no está en su último disco, titulado The Absence y que teóricamente es la excusa para una gira promocional que está llevando a la joven estadounidense por medio mundo, para suerte nuestra.
La excusa de promocionar el disco nos ha permitido disfrutar como se debe de esa artista poco convencional que siente la música y tiene una facilidad enorme para transmitir su pasión. Desde el primer vídeo en que la ví acompañada de otros músicos me pareció que Melody Gardot estaba tocada por una gracia especial que le confiere una capacidad de liderazgo inesperada en una chica de su edad.
Uno ha visto y disfrutado conciertos en directo de genios como Miles Davis, B.B. King o Stephane Grapelli y ha percibido la fuerza que arrastra a los componentes de una formación musical contagiándose al público. Pero nunca hasta ahora había sentido esa capacidad en una persona tan joven.
El espectáculo que lleva Melody Gardot está muy cuidado en todos los aspectos, empezando por el escenario y la iluminación; imagino que dada la enorme capacidad simbiótica de la artista, hallarse en el escenario del Palau debió darle un plus. Ella se dirigió al público en un inglés que apenas pude seguir por mi escaso conocimiento y por la enorme velocidad con que habla, pero entendí perfectamente que esperaba sentir el intercambio de energía personal entre artista y público.
Vaya si hubo sinergias: en el Palau he visto conciertos adocenados y también explosiones catárticas y la del viernes va a ser inolvidable. Melody nos ofreció una genuina sesión de jazz, entendida la música en su concepto más libre, lejos de ataduras formales y de canciones ya conocidas de antemano salvo un par de clásicos.
Su último disco -muy recomendable- ya indica que ha absorbido aires de otras culturas, lo que dice mucho de su hambre musical. Pudimos escuchar sonidos ibéricos con Lisboa y dar el salto oceánico para sentir la brisa iberoamericana con Mira inspirada en ritmos brasileros.
Melody Gardot ha sabido escoger muy bien a sus acompañantes, un grupo de músicos a los que exprime a conciencia y que seguramente junto a ella se atreven a ofrecer aspectos de su arte sin cortapisas, conformando una sesión musical de espectro amplio e interesante; como un guiño a la Europa que la está ensalzando, ella y su grupo nos deleitaron con Les Etoiles
El concierto discurría por caminos y vericuetos insospechados y uno tenía la conciencia clara que la artista lo tenía todo muy medido pero aun así nada más alejado del artificio, quizás porque se siente la pulsión musical ya que Melody sabe contagiar al público moviéndolo a su antojo, haciéndole aplaudir acompasado, bailar e incluso cantar, logrando una comunión entre escenario y localidades, una empatía total y absoluta, un delirio feliz con Iemanja en una versión que nos tuvo en vilo casi 18 minutos, porque Melody Gardot improvisa, sugiere, ordena y manda con su espectacular voz y su dominio total del ritmo y los acompañantes no tienen más que seguirla y el público, entregado, palmotea, baila y canta: en el Palau, esa bombonera modernista, Melody abrió y cerró el joyero tantas veces cuantas quiso y pudimos apreciar las virtudes del directo sin trampa ni cartón, la música a flor de piel, sudando cada nota.
Fantástico.
Un concierto de dos horas justas incluyendo unos bises previstos porque ya se sabe que nadie se larga por las buenas y el público está dispuesto a aplaudir hasta que le den una propina y claro, entonces recibimos una versión de Over the Rainbow que aunque reciba el soporte del sorprendente violoncelo de Stephen Braun nunca es igual a otra, porque, amigos, Melody Gardot es una artista de jazz y las versiones sólo son iguales en el disco: si no tuviera esa voz y esa cultura musical tan amplia y profunda, uno podría pensar que dar un bis basándose también en una mezcla en la que se reconocen notas de Summertime de Gershwin y de Fever de Peggy Lee acabará pareciendo un paseo por los famosos cerros de Úbeda, pero la verdad es que la capacidad de amalgama de la Gardot es sobresaliente y nada chirría y todo produce asombro.
Francamente: lo único que no me gustó fue el turbante.
Teniendo en cuenta que Melody Gardot ya había actuado en Barcelona antes y no me había enterado, por no conocerla, no me queda otra que reiterar mi gratitud a David. Va por tí.