Recupero un formato previamente ensayado con aquella aproximación al sword & sandal italiano que titulé Breviario peplumita, para repasar, un poco atropelladamente, un terceto de títulos Hammer entre el año 1971 y el 1973, uno por año desde Las manos del destripador, hasta Captain Kronos, Vampire Hunter, con parada intermedia en El circo de los vampiros.
Una esbilla de filmes abiertamente decadentes, esforzadamente renovadores y orgullosamente vulgares que intentaban el asalto a un nuevo público ya muy diferente al que se había fascinado y aterrado durante la gloriosa década y media anterior y lo hacían mediante el recurso de filtrar sus argumentos tanto a través de la anacrónica estética seventies que se imponía, como del conceptodel horror que a final
es de los años 50 los entrañables Monty Berman y Robert S. Baker, dúo dinámico del horror british de bajo presupuesto con películas a sus espaldas como La sangre del vampiro en 1958, La carne y el demonio sobre los infames Burke y Hare en el 59 con dirección y guión de John Gilling o su propio Jack the Ripper en ese mismo año trabajos y maneras que resultan una nada desdeñable influencia sobre los modos y tonalidades que la Hammer adquirió en los 70. Si en su época se pusieron en funcionamiento con la idea, precisamente, de exacerbar los componente truculentos y pastosamente hemoglobínico/sexuales que latían de manera más sutil en la iconografía Hammer, la propuesta rebota en el espacio-tiempo y vuelve a la productora en estos 70 arrastrando, de paso, el origen de aquellos filmes que tomaban no pocos elementos de las películas de George King en los años 30 para el lucimiento de la estrella de la malignidad Tod Slaughter como Sweeney Todd: the demon barber of Fleet Street (1936) o The face at the window (1939) entre otras en las que el actor y director trasladaban el estilo teatral exagerado al cine y donde la intriga quedaba relegada al festín macabro. A su vez, versiones fílmicas del Grand Guignol, extensiones de la tradición isabelina de los Theatres of Blood y sobre todo del fervor victoriano por los Penny Dreadfuls, libritos por entregas centrados en todo tipo de crímenes macabros y morbosidades varias profusamente ilustrados mediante dibujos y grabados ad hoc. Es decir, en muchos sentidos (formales, conceptuales,…) la deriva de la casa del terror durante esta década postrera viene a cerrar el círculo del horror británico, aglutinando referentes, engastando escuelas y aclimatando tradiciones época tras época (para más y mejor consultar el excelente artículo de Antonio José Navarro “Del grand guignol considerado como una delas Bellas Artes” para el imprescindible número 6 de Quatermass: Antología del fantástico británico, 2004).En cualquier caso, trabajos que conservan un “algo” de genio y con los que sigo insistiendo en la reivindicación de esa etapa tan habitualmente denostada, donde, con mayor esfuerzo y de un modo más oblicuo siguió apareciendo la magia de la casa del horror y que, sin duda, continua ofreciendo sorpresas a los buscadores afanosos de orquídeas en los barrizales del cinema bis.
Las manos del destripador (Hands of the Ripper)
Director: Peter Sasdy
1971
Gran Bretaña
85 min.
Fotografía: Kenneth Talbot
Música: Christopher Gunning
Guión: L.W. Davidson según una historia de Edward Spencer Shew
Reparto: Eric Porter, Angharad Rees, Jane Merrow, Keith Bell, Derek Godfrey, Dora Bryan, Marjorie Rhodes, Lynda Baron, Marjie Lawrence, Margaret Rawlings
Un film notable y realmente divertido con el que abrir (o reabrir, más bien) la puerta a esta época de cambios para productora como fueron los 70. En este caso el objetivo para la reinterpretación chéz Hammer del imaginario popular “horrorífico” es enfocado a una víctima novedosa: Jack el Destripador.
Pero como, siempre y más en esta década el film no se queda en la posibilidad de una interpretación más o menos libérrima sobre la identidad del asesino aventurando cualesquiera teoría sino que imprime al conjunto una vuelta de tuerca estilística y conceptual en forma de pastiche cultista en lo que será una de las marcas más disfrutables y gustosas de este decenio. Así el asesino de Whitechapel será elegantemente elidido en su secuencia-prólogo y (aparentemente) reencarnado en su angelical hija que siendo solo un bebé contempló como su padre masacró a su madre causándole una impronta indeleble sobre su psique en formación (sic.). Una vez crecida, la joven (interpretada para la ocasión por la encantador actriz galesa Angharad Rees, célebre poco después por su papel en la serie televisiva Poldark), víctima de unos trances homicidas sobre los que se mantiene una sugestiva ambigüedad durante el metraje y es utilizada por una medium con ningún escrúpulo en sus sesiones de espiritismo ful. En una de ellas será rescatada y acogida por un psiquiatra (excelente Eric Porter, distinguido secundario y Profesor Moriarty de las, nuevamente, televisivas Las Aventuras de Sherlock
Holmes, mítica realización de Granada TV con Jeremmy Brentt interpretando al detective) dispuesto a ayudarla mediante un tratamiento revolucionario de psicoanálisis e hipnosis.Peter Sasdy, uno de los más competentes directores de entre los que desembarcaron en la casa durante esta época de cambios (a él se deben esa Condesa Drácula realizada a mayor gloria de Ingrid Pitt y la interesante El poder de la sangre de Drácula que ya pasó por aquí) pone elegancia y dinamismo a la realización, se aleja todavía del toque televisivo que terminaría por asaltar a la mayoría de producciones por venir y maneja bien a los actores aprovechando tanto la inocencia de la protagonista al jugar con la dualidad belleza/maldad, como la rigidez de Porter que ayuda a que el personaje nunca sea totalmente simpático y a que su obsesión por curar a la joven se mueva entre el altruismo y la obsesión profesional.
Toda la película es inteligente y razonablemente original, el recurso al psicoanálisis se queda (afortunadamente) más cerca de la literatura pulp en clave retro que de ninguna otra cosa, la violencia resulta considerablemente gráfica (esa famosa escena del adorno para el cabello incrustado en un ojo) y el clímax final resulta estupendo, convenientemente arrebatado y cerrado con esa toma cenital y esa imagen del vestido abriéndose como una flor desojada en una imagen última que resulta particularmente bella y conseguidamente simbólica.
El circo de los vampiros (Vampire Circus)
Director: Robert Young
1972
Gran Bretaña
87 min.
Fotografía: Moray Grant
Música: David Whitaker
Guión: Judson Kinberg según una historia de George Baxt y Wilbur Stark
Reparto: Adrienne Corri, Laurence Payne, Thorley Walters, John Moulder-Brown, Anthony Higgins, Richard Owens, Lynne Frederick, Elizabeth Seal, Robin Hunter, Domini Blythe
El circo de los vampiros es el menos feliz de las tres realizaciones aquí reseñadas pero aún así es recuperable, por su extraña naturaleza grotesque y por su enloquecidísima irregularidad. El punto de partida es irresistible (tanto como finalmente desaprovechado): la venganza de un vampiro contra todo un pueblo llevada a cabo a través de una compañía de circo ambulante repleta de “fenómenos”. Una idea que convoca d
e por si tanto al clásico total La parada de los monstruos (1932) de Tod Browning, como a un título más oscuro, pero también muy atractivo perteneciente a ese horror británico de los primeros 60 producido de manera independiente: Circus of horrors (1960) dirigida por Sidney Hayers sobre un guión de George Baxt, igualmente presente aquí como argumentista y que gira entorno a un enloquecido cirujano plástico interpretado con su habitual carisma maligno por el gran actor alemán Anton Diffring que regenta un circo de bellezas creadas por sus propias manos. Un film raro, de exaltada voluptuosidad y aire de colorista tebeo estrafalario. Pero también participa de algunas de las características fascinantes del Something Wicked This Way Comes (La feria de las tinieblas) publicado por Ray Bradbury en 1962 o, sencillamente, de la promesa de lo imposible que ofrece la misma escenografía e idea del circo, del carnaval ambulante, sus proezas, su idea de lo bizarre como terreno en que se realizan los sueños más salvajes.Si el contenido resulta singularmente atractivo y deliciosamente retorcido, no se puede decir lo mismo de su apagado envoltorio. Se echa en falta un director de mayor empuje y potencia visual que el mediocre Robert Young, aunque hay cierta belleza en los colores saturados, momentos apropiadamente malsanos y detalles de inspiración, estos parecen más deudores de la atractiva imaginería puesta en liza (todo lo que rodea a la mujer tigre, especialmente el baile/caza/cortejo, pero también esa sala de espejos donde los niños son atacados o el detalle final de las botas negras del hombre-pantera transformándose en patas de felino) que de su propia inspiración formal. Young no logra ir mucho más allá de una planificación formularia y plana, un punto teatral, un punto televisiva, incapaz en
cualquier caso de transmitir la suficiente ambigüedad, ni una morbosidad erótico/violenta que se mantenga pregónate y no solo aparezca con intermitencia. Extrema para suplir este tipo de talento, como ya era norma, la mayor parte de los rasgos habituales del fantaterror británico hasta resultar incluso grosera (hipersexualización, perversión de los inocentes, comunidades cerriles y moralistas dinamitadas por la presencia de lo fantástico,…) , pero se disfruta con deleite y no decepciona, ofreciendo esa combinación de erotismo/sanguinolencia y sulfurosa crítica social a base de azuzar bajas pasiones –el circo y sus hermosas rarezas seducen a los lugareños a partir de una promesa de sexualidad perversa- que fue marca de fábrica, aunque aquí ya sea más frontal y obvio de la cuenta.
Capitán Kronos, cazador de vampiros (Captain Kronos, Vampire Hunter)
Director: Brian Clemens
1973
Gran Bretaña
83 min.
Fotografía: Ian Wilson
Música: Laurie Johnson
Guión: Brian Clemens
Reparto: Horst Jannson, John Carson, Shane Briant, Caroline Munro, John Cater, Lois Daine, William Hobbs, Brian Tully, Robert James, Perry Soblosky
Capitán Kronos, cazador de vampiros es, con diferencia, la mejor del lote. No solo eso, es una delirante joya que despunta en esta edad de decadencia que fue el ocaso de la Hammer, como una de sus mejores gemas. Atípica en sus referentes -en no pocos aspectos remite a olvidadas cintas de piratas y aventuras más o menos fantasiosas como Pirates of Blood River (John Gilling, 1962), Captain Clegg (Peter Graham Scott, 1962) o The Devil-Ship pirates (Don Sharp, 1964) aunque no olvida rendir cuentas con dos clásicos mayorese de Terence Fisher como Las novias de Drácula (1960) en su turbio
vampirismo familiar o La Gorgona (1964), la mirada petrificante o el duelo final así lo certifican- e ingeniosísima en sus soluciones, permanentemente imaginativa y repleta de sano sentido del humor, siempre autoirónico pero nunca condescendiente. Todo ello se debe a la autoría del film, porque aquí cabe hablar de un “film de autor” ya que entronca plenamente con la praxis y con la materia posmoderna (en forma y modo) entorno a la que se movía el gran Brian Clemens, guionista no ya de esa obra maestra que es Doctor Jekyll y su hermana Hyde (1971), sino, antes, de la antológica serie televisiva Los vengadores; auténtico territorio de lo imaginario con forma de libérrima serie de espionaje pop, que planteaba todo una reflexión alrededor de la apariencia, el “juego” como razón vital y las múltiples formas posibles de una misma ficción. Aunque tampoco se puede desligar la existencia misma de un film de estas características a la escuela farsesca del horror inglés (por otra parte también inspirada por los trabajos del guionista en esa serie o por la existencia de otras como El Prisionero) que se venía desarrollando en paralelo y entorno a la figura totémica de Vincent Price. Tanto en un tono directamente burlesque – el Gordon Hessler en coproducción entre la Tigon y la AIP cormaniana con (Scream and Scream Again en 1970) o el Douglas Hickox de Matar o no matar, ese es el problema (1973)- como en otro abiertamente pop y retrofuturista impulsado por Robert Fuest en su díptico sobre el Doctor Phibes (El abominable Dr. Phibes en 1972 y El retorno del Dr. Phibes en 1973) en el que vuelve a ser imprescindible la presencia irónica del insuperable Price. Coherente con eso Clemens se lanza aquí a una fusión desprejuiciada del terror vampírico al estilo de la casa con el venerable cine de capa y espada desde Errol Flynn a Burt Lancaster (incluido el divertido Los caballeros del infiero de Berman y Baker en 1961) , con paradas en cierta iconografía western (el duelo en el bar), bienvenidas influencias del puritano Solomon Kane de Robert E. Howard, el universo y la lógica narrativa del cómic (no en vano fue adaptado a la viñeta en la revista Hammer’s Halls of Horror en 1978 por Steeve Moore y Steeve Parkhouse, como se puede ver aquí) y la literatura gótico-barata en detalles tan folletinescos como que Kronos fue atacado por su propia hermana vampirizada pero no se convirtió al terminar con ella en el acto, su mismo aspecto de husar, el divertido personaje de su segundo, especie de medicine man despendolado al que interpreta un genial John Cater y,claro, la irresistible gitana de armas tomar corporeizada en le imponente físico de una Caroline Munro que siempre ha aprecido más dibujada qeu real. Igualmente cabe sin mayores problemas la mitología grecolatina (nuevamente La Gorgona) o incluso cierto misticismo entre lo orientalizante y lo druídico. En definitiva Clemens se lanza con fruición a trabajar un nuevo tejido legendario alrededor de su personal reinterpretación de los vampiros no como chupasangres sino como consumidores de la juventud ajena: capaces de andar y atacar a la luz del día (encapuchados y protegidos por unas capa negras son figuras de cuento en medio de bosques ocre y verde), que se reflejan en espejos (la insistencia en encuadrarlos en complicados escorzos desde objetos reflectantes) y son totalmente inmunes a cualquier superchería cristianoide (el murciélago colgando del crucero). Igualmente se esfuerza en establecer un canon de maravillas y aberraciones particular, que bebe de un especie de re-imaginación de los cuentos populares y que incluye rituales de limpieza vampírica, flores que se marchitan al paso de los no-muerto o sapos que resucitan como prueba de que se mueven por esa zona, etc …En fin, r
epleta de humor y con ideas visualmente sugerentes aunque la dirección se mueva entre el barroquismo desatado y la vulgaridad, sin demasiado término medio lo que, quizás, haga que se eche en falta (además de un protagonista más carismático que el inexpresivo Horst Jannson, igualito que Mendieta, por cierto) la presencia de un director con mayor talento, garra y, sobre todo, experiencia que la de Brian Clemens, que si bien compensa estas carencias con una genialidad sin cortapisas al guión, también provoca que el film se quede en un estadío de joya para connaisseurs y no en de la obra maestra que, en potencia, es.Más Hammer 70′s: El poder de la sangre de Drácula, El horror de Frankenstein, Sangre en la tumba de la momia, Frankenstein y el monstruo del infierno, Drácula y las mellizas