Revista Salud y Bienestar

Memoria de mi enfermera IX: "¡Señorita, por favor...!"

Por Lolamontalvo
Bego abrió su taquilla, sacó su ropa de calle y se dispuso a cambiarse.Había sido un turno muy largo e intenso. Muy duro. Desde que Estela, la supervisora de su planta, les había dicho durante el cambio de turno que esa tarde serían un enfermero menos, se habían sumergido en una vorágine que pareció en un momento que nunca iba a terminar. Bego trabajaba esa tarde con Paco y con Susana, pero ésta había llamado a las dos. Había tenido un incidente en su casa -se había excusado- y no podría ir a trabajar esa tarde... Ése era el cuarto incidente del mes y sólo estaban a 20. Si a Estela le había preocupado la falta de formalidad de su compañera, no lo demostró. Por algo Susana era la mujer del jefe de servicio. ¡Bueno eso era otra cosa! «¡Ay, Bego, qué tiquismiquis eres!»Estela se fue de la planta esperanzándolos con palabras vagas sobre la posibilidad de que, durante la tarde, el supervisor de guardia les enviara alguien del retén, alguien que les ayudara. Eso sí, la supervisora se fue rápidamente, murmurando no se qué obligaciones de gran importancia que no podían esperar a ser resueltas sin demora alguna... Sus palabras evitaron toda réplica, no fuera a ser que se les ocurriera a Paco y a ella pedirle que les echara una mano hasta su hora de salida oficial, a eso de las cuatro. Hasta esa hora, Estela, como enfermera que era, podría tomar las tensiones o sacar la medicación parenteral o...Estela se fue rauda pasillo adelante dejando tras ella una gran sensación de soledad. Y de vacío.Paco y Bego se repartieron los enfermos de la planta lo mejor que pudieron. Ambos estaban muy bregados y sabrían afrontar lo que les viniera; muchos años de experiencia les avalaban. Pero, por otro lado, ser enfermero en una planta de Medicina Interna no era -ni es ni será- nada fácil. Todo podía ser una balsa de aceite y en dos segundos convertirse en una 'tormenta perfecta'.Todos sus temores se materializaron en sus más arduos colores.Tuvieron cinco altas y... por lo tanto, cinco pacientes a los que pedir ambulancia y dar informes y medicación y explicarles cuidados en casa...«¡¡Señorita, me duele la cabeza podría...!!»Por lo tanto, tuvieron cinco ingresos a cual más grave, pero no tanto como para ingresar en la UCI, con vías por coger y con sondas que permeabilizar, lavados con suero frío que realizar y constantes cada tres horas... bueno, mejor cada dos y electro por turno...Además, estaban los pacientes de ayer, todos delicados...«¡¡Señorita... por favor!!»«¡¡Sí, sí... dígame!»«Ya sé que tienen mucho jaleo esta tarde pero parece que me duele un poco el pecho y...»A media tarde se tuvieron que llevar a la UCI a Julián, el señor de la 6. Muy grave y monitorizado.Todas las vías que tuvieron que salirse, se salieron.Todas las glucemias de antes de la cena fueron desastrosas... «los pacientes sienten que la planta va mal, lo sienten, como si la nave fuera a naufragar; se alteran y se alteran sus constantes...»...y se tuvo que consultar todas y cada una de ellas al internista de guardia para que dispusiera nuevas pautas de insulina y de glucemias posprandiales.La ayuda prometida por Estela no llegó ni del retén ni de los supervisores de guardia ni de ningún otro control de enfermería. Estuvieron solos Paco y ella.Las nueve y cuarenta y cinco dieron en el reloj sin haber terminado de pasar los tratamientos ni de escribir las incidencias ni... El internista de guardia esperaba con cara de pocos amigos a ver el electro urgente de la señora de la 10 antes de pautar la amiodarona... «¿Esta noche hay fútbol?»Paco cerró la carpeta dando por finalizada su labor de amanuense y sonó un timbre, al tiempo que unos gritos aterrados en el pasillo les adelantaba la mala nueva...«¡¡¡Señorita... mi madre, mi madre!!!»Bego terminó de abrocharse el abrigo y cerró su taquilla. Miró el reloj que había sobre la puerta de los vestuarios. Las once y cinco. En casa ya no se asustaban cuando tardaba. Era habitual que dieran las diez en el reloj y su turno no pudiera concluir. Cada día por una cosa o por otra, pero pocas veces terminaba a su hora. «Eso son horas extras», pensó mientras sonreía sin alegría, cansada, harta, extenuada... Cuando llegara a casa los niños ya estarían en el quinto sueño y Fernando intentaría disimular su enojo y sus miradas de furia al reloj cuando la escuchara entrar por la puerta.«¡¡Algún día podrían pagarte las horas extra!!», por fin explotaría él. «¡Date por contento con que no me despidan en el siguiente traslado de fijos!» Respondería ella.Y cuando por fin se acostara en su cama, cientos de recuerdos de ese turno la acosarían. La inseguridad ocasionada por hacer tareas a destajo, todas importantes, haría el resto...Antes de que la venciera el sueño, rezaría a un dios que pocas veces la escuchaba, pidiéndole que al día siguiente estuvieran los tres enfermeros que correspondía.Así no se podía trabajar ni hacer bien las cosas.«¡¡Gracias a Dios no ha pasado nada!!»
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Poco voy a añadir.Esto no es ficción. Esto mismo o algo similar ocurre a diario en muchas plantas de nuestros hospitales.Muchos profesionales trabajan sin medios humanos y/o materiales y sacan el trabajo a diario.Trabajar de esta forma quema.Nadie le pone remedio, porque hoy día sigue sucediendo. No se cubren muchas de las bajas, ni de los permisos y los que dan la cara son los que están en esas plantas cuidando pacientes, corriendo de un lado a otro para que les de tiempo a hacer todo lo que hay que hacer.Yo lo sufrí en mis tiempos hospitalarios y sé que hoy muchos lo siguen sufriendo.Y yo me quemé...
Y, por ahora, nada más.

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