Image courtesy of Salvatore Vuono at FreeDigitalPhotos.netBasado en un hecho real... muy reciente
Me encontraba mal y por eso fui al médico. Me dolía el pecho, me costaba respirar... sobre todo por la noche. Tosía mucho y me costaba mucho estar tumbada sin sentir que me ahogaba. Al principio me parecía que era un fuerte catarro... En primavera, que unos días llueve, otros hace un frío que pela y otros hace un calor abrasador, lo normal era que me constipara. ¡Pero un catarro que durara casi un mes, me parecía mucho catarro! Al final, fui a la consulta de mi médico de cabecera. Me exploró, me preguntó decenas de cosas, me auscultó... Diagnóstico: asma leve por alergia. De ahí venía todo mi sufrir estos días. Una cree que esas cosas sólo le pasan a los niños, pero ¡qué va! ¡A mis años y tengo asma por alergia... y ya veremos a qué! Mi querido médico me ha pedido consulta con el Servicio de Alergias, que con los recortazos en que nos encontramos veremos para cuando me dan la cita, y mientras tanto me ha recetado varias cosillas para que se atenúen esos síntomas que no me dejan vivir y que me hacen sentir como una cafetera vieja. Me explica para qué es cada cosa, cómo debo tomarlo y hasta cuando; qué puedo esperar y cuando debo aumentar o reducir dosis. Me lo explica con pelos y señales. Es muy apañao y siempre me dedica mucho rato hasta que se asegura que he entendido todo lo que me pauta, lo que me dice. Saco los medicamentos de la farmacia. Ni más ni menos que tres cosas, dos tipos de pastillas y un inhalador. Llego a casa y leo los prospectos... eso es lo que nos recomiendan siempre, ¿no? que leamos primero las instrucciones y que sepamos en todo momento qué tomamos y para qué. Las pastillas son, respectivamente, antihistamínico y corticoide, éste sólo para cuando esté peor. Vale. El inhalador resulta ser algo de pronunciación imposible... Sal-bu-ta-mol que debo darme ahora dos veces al día; si empeoro, cada seis horas y si mejoro, solo una. Llaman a la puerta. Abro... Mi vecina Carmen. Como su hija está estudiando enfermería, le enseño lo que el médico me ha mandado. ¡Horror, me avisa de que el salbutamol es poco menos que peligroso, que no me aconseja tomármelo! Que me puede subir la tensión, que esto, que lo otro... cierto, lo he leído en el prospecto. Hablamos un ratito y me da el visto bueno a los antihistamínicos y al corticoide. Por la noche me llega la hora de tomarme el inhalador. Lo miro, le quito la tapa y presiono el botón dispensador. Un polvillo sale despedido que observo como si fuera humo y un sudor frío me corre por la espalda. Lo giro en mi mano, le pongo la tapa. Al final dejo el frasco en la mesilla y me acuesto. No me lo tomo. Me da miedo. Carmen sabe de estas cosas y si ella me dice que es mejor que no lo tome, no lo hago. Nunca se sabe.
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El caso está narrado de forma litaria, quizá, pero no deja de ser cierto. Y la paciente no se tomó el salbutamol hasta que se puso peor y fue al médico y el médico le insistió en que era completamente necesario... ¿Por qué le hacemos caso a personas que no son profesionales de la salud? ¿Por qué tomamos o dejamos de tomar medicamentos según las recomendaciones de vecinos, familiares, suegras, amigas... por qué? ¿Dejaríamos conducir el avión en que viajamos a nuestra vecina o conducir nuestro coche a alguien que no ha tocado en un coche en su vida? ¿Dejarían que arreglara su coche o su moto o su TV de plasma a alguien que no tiene ni idea de mecánica o electrónica? No, ¿verdad? Entonces... entonces ¿por qué dejan que opine sobre su salud, su enfermedad, su tratamiento a personas que no tienen ningún conocimiento de estos temas, que no han estudiado ni ejercido ni nada de nada...? ¿POR QUÉ? En mi devenir he visto a pacientes ponerse la insulina de su madre siendo diabéticos de antidiabéticos orales; tomarse la pastilla de la TA del marido o la esposa sólo porque se ha medido la cifra de la TA y el de la farmacia le ha dicho que tenía hipertensión. He visto a personas ponerse medicación IM tipo thiomucase para reducir la celulitis porque se lo ha recomendado su peluquera. He visto pacientes abandonar un tratamiento importante (diabetes, cardiopatía...) porque algún profano se lo ha indicado, a menudo, herboristas o masajistas... aunque esto último lo veo ya menos, la verdad. He visto a madres de niños pequeños dejar de administrar un fármaco a un bebé porque se lo ha dicho su madre o su suegra... o dejar de vacunarlos o administrar productos no necesarios por el mismo motivo. A lo únicos profesionales que debemos atender en la prescripción de tratamientos, dosis, pautas, formas de administración, conveniencia o no de los mismos, son a los médicos y enfermeros. A nadie más. Si algún usuario tiene alguna duda, debe preguntarle a su médico y/o enfermero y al farmacéutico al sacar los medicamentos de la oficina de dispensación, pero sólo al farmacéutico, no al auxiliar que sólo puede dispensar lo que viene escrito en una receta. Lo ideal sería que ningún usuario/paciente abandonara nunca la consulta de su médico o enfermero sin tener las ideas claras, sin haber dado respuesta a todas sus dudas o preocupaciones, sin haber negociado con el profesional su tratamiento. NUNCA. Debemos tener claro que los fármacos y productos farmacéuticos en su mayoría no son inocuos, que tienen ciertos riesgos, que deben administrarse con cuidado, respetando dosis y recomendaciones, y sólo cuando un profesional de la salud lo indique o lo aconseje o lo prescriba. No deja de asombrarme la osadía de algunos al recomendar sobre lo que no conocen, la verdad, pero también la confianza ciega de los que les escuchan. Y no olvidemos Internet... hoy día pacientes/usuarios siguen o no tratamientos y pautas dependiendo de lo que leen o encuentran en Internet. E Internet es la peor vecina de todas...
Y, por ahora, nada más. Cuidaos, por favor...