Revista Salud y Bienestar

Memoria de mi enfermera: XVIII: "Enfermera de Atención Primaria"

Por Lolamontalvo

En esta entrada quiero contar cómo se trabaja como enfermera de Atención Primaria en los pueblos. Yo hice ese trabajo durante algo más de 4 años. Es un trabajo complejo, en el que la organización del profesional depende en gran medida de las posibilidades de los pacientes en sus domicilios, porque gran parte del trabajo se realiza en las casas, en los hogares de los pacientes. Me he permitido extraer un fragmento de mi novela A ambos lados (2008) para mostraros esta cuestión. La protagonista, Marian, antes enfermera de hospital, ahora trabaja en el centro de salud de un pueblo de la sierra granadina. Está embarazada y nos cuenta...

«Estamos ya en otoño pero hace un calor impresionante. Siento cómo me late el corazón a lo loco en el pecho por el esfuerzo. Tengo el coche aparcado en lo alto de una empinada cuesta, de una empinada calle del pueblo por lo que con el abultado y pesado maletín colgado en bandolera y la incipiente barriguita que es casi el doble de lo que corresponde para las fechas en las que me encuentro, me da la sensación de que estoy escalando el Moncayo. Me detengo un momento a tomar aire. El bebé me da una enorme patada que me obliga a doblarme. Me paso una mano por la barriga y no se repite ningún golpe más. Aprovecho para consultar mi dietario. Aún me quedan dos visitas programadas más, cada una en una punta del pueblo. Matías, un paciente de dieciocho años con una distrofia muscular muy grave que le ocasiona una importante insuficiencia respiratoria al que le han realizado hace unas semanas una traqueotomía y colocado una cánula conectada a un estimulador de la respiración. Su madre aún no se atreve a cambiarla ella sola y voy yo cada vez a ayudarla hasta que se vea capaz de hacerlo por ella misma. La otra es Margarita, una mujer de ochenta años, postrada en una cama desde hace quince, que padece todo tipo de patologías crónicas junto a una demencia senil. Su incapacidad de moverse por sí misma y de poder ser levantada de la cama le ha llenado el cuerpo de úlceras, escaras de grado III y IV brutales, a las que casi no doy a basto de curar y a la que debo visitar a diario. Necesita dos curas al día pero las de la tarde-noche se las hace su nieto cuando llega de trabajar del campo.

No sólo se aprende de los pacientes cuando se les ve ingresados en los hospitales, sino que es impresionantemente enriquecedor verlos en sus casas bregando a diario con sus enfermedades y sus pesares. El medio hospitalario es alienante para los seres humanos y son los pacientes los que se deben adaptar al mismo; nosotros los vemos con sus pijamas azules con el logo del hospital grabado en el bolsillo superior y nos resultan, demasiadas veces, seres sin rostro y con una enfermedad concreta que van y vienen en una sucesión sin fin. Sin embargo, en sus domicilios eres tú, el profesional sanitario, el extraño y tú el que se debe adaptar a sus peculiaridades, a sus posibilidades, a sus escasos recursos técnicos y humanos, a sus hogares de dimensiones variantes y llenos de olores y colores que los distinguen siempre de los demás. En ese medio siempre cambiante debes contar con ellos, enseñarles a hacer determinadas técnicas para que sus vidas sean más llevaderas o más fáciles, si eso es posible y por desgracia no siempre lo es. Y cuando sales de sus casas alguien siempre te acompaña a la puerta para verte partir, en ocasiones contando con ansiedad las horas para que llegue el momento en que vuelvas a llamar a su puerta.

Suspiro.

Cierro mi dietario y lo guardo en el maletín. Continúo el ascenso de la vertical K-2 del pueblo.

No se me debe olvidar que a las dos de la tarde he quedado en mi consulta con Adriana una mujer de cuarenta años a la que han diagnosticado hace poco de Diabetes tipo II y a la que debo enseñar a realizarse los controles de glucemia. Objetivo, que la paciente sea capaz de ser autónoma, que sea capaz de manejar su dieta y sus pastillas por sí misma, darle herramientas que le ayuden a controlar su enfermedad y a solucionar los imprevistos más leves. Proporcionarle un conocimiento que le dé seguridad, autonomía y reduzca la ansiedad, lo que a su vez mejorará el control de la enfermedad en sí…

Me detengo nuevamente, saco una botella de agua, doy un generoso trago que la vacía más allá de la mitad y sigo mi lento ascenso. Miro al suelo mientras camino, mejor no mirar el largo trecho que aún me queda.

Sí, me gusta este trabajo. Es un gran reto para una rata de hospital como era yo. Pero, ¡por Dios! A quién se le ha podido ocurrir poner unas cuestas tan empinadas como éstas.»

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Os aseguro que el trabajo que se lleva a cabo en este medio es el gran desconocido de la Enfermería. Las visitas se hacen con el vehículo propio, muchas veces no se tiene horario y, entre medio, surgen no pocas urgencias, incluso accidentes de tráfico, que se atienden a pie de carretera con escasos medios. Espero haberos acercado un poco más esta labor tan importante que nuestros profesionales llevan a cabo a diario.

Y, por ahora, nada más.


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