Las palomas torcaces (Columba palumbus) son las mayores palomas de la región mediterránea y una de las aves inviernantes más comunes de nuestros montes. Su despegue ruidoso desde encinas y olivos puede oirse todo el año, pero al llegar el frío miles de palomas bajan desde el norte de Europa para pasar esos meses hostiles en los paisajes mediterráneos, donde el invierno se hace más llevadero. Otros grupos de aves no realizan esta migración, por ejemplo, las aves de la tundra ártica: el halcón gerifalte, el búho nival, la perdiz nival... Especies que se han adaptado a las condiciones extremas del invierno boreal, a diferencia de las palomas y otras muchas aves. ¿A qué puede deberse esta diferencia? ¿Acaso las palomas, por algún motivo, encuentran difícil adaptarse al frío? Es difícil contestar a esta pregunta, pero puede que la respuesta sea más sencilla de lo que parece. La clave podría estar en algo que últimamente suena mucho en ecología: el conservadurismo de nicho (niche conservatism).
Las palomas (orden Columbiformes) parece que se originaron en Australia, junto con muchos otros linajes de aves, como los córvidos o lo que llamamos "pájaros" (paseriformes). En Australia, las primeras palomas debieron de ocupar las antiguas selvas tropicales, donde aún hoy se da la máxima diversidad mundial de palomas. En las junglas, las palomas originariamente se alimentarían, como hoy, de frutos, como tantos otros organismos tropicales. Así que, desde el principio, las palomas comenzaron como aves frugívoras tropicales. Esta manera de vivir, este nicho ecológico ancestral, supone una herencia difícil de perder. Cuando, a lo largo de millones de años, las palomas se extendieron de Australia a Eurasia, originando nuevas especies por el camino, y cuando finalmente colonizaron Europa, cambiaron adaptándose al clima más fresco de estas regiones templadas, pero las nuevas especies retuvieron ese "aire de familia", heredado de sus antepasados de Oceanía. Quizás por eso aún hoy parece que les cuesta adaptarse a los climas muy fríos, ya sean de montaña o boreales, ya que ese clima es muy lejano del clima tropical en que vivían sus ancestros. Y quizás esa herencia explica que su dieta se base principalmente en los frutos. Como nos muestran nuestras torcaces, que incluso en la región mediterránea se alimentan todavía en abundancia de los frutos de un linaje tropical de árboles: las encinas. En efecto, las torcaces son consumadas comedoras de bellotas, que tragan enteras. Su historia evolutiva, en la que se unen la biogeografía y el conservadurismo de nicho ecológico (de papel ecológico, si se quiere), constituye un ejemplo curioso de cómo la ecología y la evolución nos pueden ayudar a entender los rasgos de los seres vivos a nuestro alrededor.
Sobre el origen de las palomas en Australia: Briggs (1987) Biogeography and plate tectonics. Elsevier. Sobre conservadurismo de nicho: Wiens (2005) Niche conservatism as an emerging principle in ecology and conservation biology. Ecology Letters 13: 1310-1324.