Primera parte, La llegada.
Segunda parte, La cola.
Tercera, Estanislao.
Por Daniel Rubio
Mensaje en una botella: Estanislao.
Mientras avanzaba al trote, rodeado de mujeres, niños y ancianos, Estanislao lanzaba de vez en cuando una mirada hacia atrás con la esperanza de ver qué sucedía con el joven Christophe; pero la oscuridad y la ventisca, a la que se unían tímidos copos de nieve que caían, se lo impedían.—¿Alguien sabe adónde vamos? —preguntó.—Van a desinfectarnos —contestó un anciano.Estanislao contemplaba nervioso cuanto le rodeaba. Sin embargo, por un instante, pensó que todo era una broma macabra. No veía necesario la forma en que los militares escoltaban al numeroso grupo. ¿Qué iban a hacer un puñado de niños, mujeres y ancianos? Nada. Eso le hizo ponerse en guardia y, sin darse cuenta, aminoró la marcha.Poco a poco se iba quedando rezagado del grupo, parecía estar flotando en una nube, por todo lo que le pasaba por la cabeza mientras recordaba aquellas historias que se contaban donde él vivía antes de llegar allí. Él sabía que los nazis no eran muy amigos de los polacos; es más: los despreciaban. Y siempre había estado convencido de que si, además de polaco, hubiese sido judío, habría llegado antes a Auschwitz.Mientras perdía terreno enfrascado en sus cavilaciones, un niño de unos ocho años cayó al suelo debido al cansancio y al frío. Lloraba al tiempo que buscaba a su madre entre la multitud, sin hallar rastro de ella. Todo el mundo parecía avanzar en un estado fantasmal, sin alma; algunos llegaron a esquivar al pequeño sin molestarse siquiera en mirarlo. Estanislao vio cómo uno de los guardias señalaba al niño a la vez que susurraba algo en el oído de un compañero. Entonces, aceleró el paso intentando llegar antes que él. Para ello, fue abriéndose paso a codazos entre la multitud, incluso tiró al suelo a un par de ancianos que trataron de sujetarlo y le hicieron perder un valioso tiempo, pues, a causa de ello, el soldado llegó antes al encuentro del niño. A pesar de que era demasiado tarde, no se rindió y continuó con su perturbado avance bajo la mirada divertida de un par de soldados que se habían percatado de ello.El soldado atrapó al pequeño por el tobillo y lo arrastró por la nieve hasta que lo separó del grupo. El niño no dejaba de llorar, pero tampoco ofrecía resistencia: no tenía fuerzas para más.Estanislao se lanzó en un rápido y último esfuerzo encima del soldado cuando apenas le faltaba un metro para llegar. El otro soldado, que estaba a un par de metros de ellos, disparó y alcanzó a Estanislao en un muslo. Pero eso no impidió que este cayera encima del primero y, tras un breve forcejeo, le arrancara el arma, que pendía descuidada de su hombro. Desde el suelo, disparó al soldado que había arrastrado al niño hasta el linde del camino, el cual le cayó encima derramando su sangre sobre él. Tras quitárselo, se puso de pie, gritando como una bestia, y disparó a bocajarro a los soldados. Dos se desplomaron fulminados, otro cayó al suelo con un balazo en un hombro. A los demás les dio tiempo a lanzarse al suelo para protegerse de las ráfagas desordenadas hasta que un francotirador, ubicado en una de las numerosas torretas, acertó de un solo disparo en la frente de Estanislao, destrozándole el cráneo.Estanislao cayó al suelo de rodillas. En ningún momento soltó el gatillo de la ametralladora. Parecía como si el mismísimo diablo hubiese poseído su cuerpo y quisiera infligir el mayor daño posible… incluso después de muerto.Continuará…
Mensaje en una botella: Cuarentena